martes, 14 de febrero de 2017

Monacatus

Estoy terminado antiguos trabajos de edición pendientes. Este data nada menos que del 2011. Pero quería terminarlo. Y aquí está. 


Por fin, el 8 de agosto, pude visitar una de las exposiciones de "Las Edades del Hombre". Le había echado ganas a ver una de esas exposiciones que desde hace años se instalan en algún hermoso recinto religioso de Castilla León y que son surtidas con los valiosos ejemplares que albergan las once diócesis católicas de Castilla-León  (la riqueza patrimonial de esta autonomía abarca el 50% de todo el arte sacro de la nación).

Las exposiciones Edades del Hombre han visitado ya numerosas localidades: Valladolid, Burgos, León, Salamanca, Amberes, El Burgo de Osma, Palencia, Astorga, Zamora, Nueva York, Zamora, Ávila, Ciudad Rodrigo, Ponferrada, Soria, Medina del Campo y Medina de Rioseco. El ciclo expositivo llega ahora a Oña, Burgos, y ya ha superado los 10 millones de visitantes desde que se iniciara en 1988 en Valladolid.

Son todo un acierto los lugeres donde se instalan las exposiciones. En esta ocasión la exposición se instala en tierras burgalesas concretamente en la comarca de Las Merindades: Allí se encuentra El Monasterio Benedictino de San Salvador de Oña que acaba de cumplir un milenio. Efectivamente, se cumplen ahora mil años de la fundación del Monasterio de San Salvador (1011) por el Conde de Castilla Sancho García, nieto de Fernán González. El recinto albergará de mayo a diciembre la exposición por su valor cultural y su relación con la monarquía medieval, como muestran las tumbas de los reyes Sancho III de Navarra y Sancho II de Castilla sitas en el monasterio. Debemos recordar que Burgos fue sede de una de las primeras ediciones de este proyecto cultural en 1990 con la exposición: "Libros y Documentos en la Iglesia de Castilla y León", instalada en su catedral. En la nueva etapa del proyecto de Las Edades del Hombre se han buscado sedes no catedralicias buscando la revalorización del territorio y la utilización de lugares monumentales de significación relevante. En esta ocasión el visitante de 'Monacatus' podrá disfrutar de toda la comarca de la Bureba, de la que Oña ejerce de foco cultural y natural junto a los conjuntos históricos de Frías y Poza de la Sal y sus imponentes castillos; o la villa de Briviesca, con sus distintos hitos monumentales. Unos atractivos que se pueden prolongar a toda la provincia burgalesa. 

La gran novedad expositiva de esta edición reside en la cuidadosa puesta en escena donde jugará un papel importante la captación del mensaje por medio de los sentidos y de las vivencias en el contexto de la muestra. Integra contenido fotográfico, manifestación artística que hasta ahora no había tenido cabida en anteriores ediciones.

La exposición la forma seis capítulos y 138 piezas que abordan diferentes aspectos de la vida contemplativa, la vida cotidiana, la oración, los fundadores de órdenes y monasterios o la relación entre monarquía y monacato a través de sus propios objetos o de la visión de artistas de la talla de Zurbarán, El Greco, José de Ribera, Gregorio Fernández o Francisco de Goya. Agustín Lázaro es el Comisario de la exposición Monacatus.
En el Capítulo I con el tema Cristo como origen, fortaleza y término de toda vocación religiosa encontramos temas iconográficos seleccionados conforme a los comentarios de Juan Pablo II acerca de la vida consagrada.
El Capítulo II presenta los personajes bíblicos y los santos que marcharon al desierto, personajes históricos de Castilla y León y de Burgos, en particular, que se retiraron del mundo buscando un camino de mayor perfección cristiana, viviendo solos o en comunidad. También se abordan las primeras fundaciones cenobiales acontecidas en nuestra comunidad, con especial atención al Monasterio de San Salvador de Oña.
El Capítulo III está dedicado al “Ora” clásico de la vida religiosa: La Liturgia de las Horas, la celebración eucarística y la lectio divina.
En el capítulo IV se analiza la relación entre la monarquía y el monacato en Castilla y León, haciendo hincapié en la vinculación de Oña con el nacimiento de Castilla.
El Capítulo V aborda el “Labora” mediante desglosándolo en partes: la regla, el abad, el scriptorium, los horarios, la hospitalidad, la comida y todas aquellas cosas que conforman la vida comunitaria cotidiana de los monjes.
Finalmente en el capítulo VI se tratan las figuras de los santos fundadores y las órdenes monásticas presentes en Castilla y León (benedictinos, cistercienses, premostratenses, cartujos y jerónimos).

Así que realizamos la visita en una soleada tarde de agosto. Oña lucía en la mañana vestida de domingo como preparada para dar la bienvenida a los visitantes. Yo recordaba ese pueblo especialmente por sus cangrejos, unos cangrejos de grandes colas y gruesas patas que pescaba Ramiro, un familiar al que apreciábamos. Un par de veces visitamos su casa siempre aparecía esa especialidad gastronómica en la mesa. Era muy niño y me impresionaron entonces más aquellos magníficos crustáceos que toda su monumentalidad medieval y su imponente monasterio.

El nombre de la exposición y el poster de presentación me provocaban la leve sospecha de que sería una exposición aburrida, muy contemplativa, lenta y monótona como un canto gregoriano. Pero al traspasar las salas y detenerme ante los expositores y las fotografías los recuerdos acudían a mí y alentados por los objetos que veía o las historias que leía en los paneles. Bien es verdad que no había vivido en ningún monasterio, sin embargo había situaciones compartidas en mi paso por tres juniorados maristas y algunas experiencias peculiares. Podría pensarse que un niño, y después joven, en un internado es refractario a espiritualidad alguna y es verdad que el cuerpo pedía jugar a la pelota, correr, nadar, cantar y gritar por los rincones; pero también es verdad que existen los atardeceres, las madrugadas aletargadas por el sueño, las largas horas de capilla,  las noches solitarias... El primer año, en el juniorado de Miraflores, en el mismo Burgos, compartíamos tapia de vecindad con la huerta de los cartujos. Algo de espiritualidad debieron contagiarnos. A veces los veíamos trabajar en el huerto al otro lado del muro y en muchas ocasiones visitamos la Cartuja con lo que estábamos familiarizados con la magnífica talla de San Bruno o los rosarios de pétalos de rosa que vendían a los turistas. A ellos, apenas se les veía pues su regla les impone recogimiento y silencio. En Arévalo, Dios lo sabe, con trece y catorce años resultaba difícil la introspección y el silencio. Pero a veces, se conseguía una atmósfera de trascendencia en las oraciones y ejercicios espirituales: algunos compañeros llegaron a tener visiones de la Virgen María ¡Ahí es nada! En Tuy, en plena adolescencia, el misticismo se mezclaba con las hormonas. Pero en ocasiones te sentías traspasado de espiritualidad, sobre todo si el ambiente era propicio: las luces tenues, las velas, la música religiosa, la obligada meditación... Llegué a tener mi "oratorio" particular en la azotea, sobre la hermosa capilla. Allí, en los atardeceres naranjas y verdes sobre Portugal, sobre la cinta azul de Miño, meditaba yo sobre la porción de la vida que me era permitido conocer. Un año más pasé en Salamanca, ya postulante. Este era un grado con alguna connotación premonástica. Aquí las meditaciones, oraciones y reflexiones eran más profundas. En el año siguiente se comenzaban los estudios eclesiásticos con asignaturas de nombre revelador como: Cristología, Mariología, Nuevo Testamento, Antiguo Testamento... Entre tanto estudiábamos la vida del Beato Marcelino Champagnat, fundador de la orden. Aquí, entre ratos de oración, estudio y tiempo libre en la habitación disponíamos de largas horas para reflexionar.
En realidad esa vida no difiere mucho de la vida en un convento. Muchas actividades eran comunes a las que se realizaban en los monasterios: estudio, oración, trabajo manual (huerta, limpieza, refrigerio...), canto... La vida en común, similar a la de los monjes (quizás más cómoda, aunque recuerdo algunas "semanas de la dureza" en las que el castigo al cuerpo no desmerecía de un cenobio medieval. Finalmente, como les pasa a algunos monjes inadaptados, fui amablemente invitado a dejarlo. Y, para mi sorpresa, me pilló tan de improviso que no supe qué hacer. Permanecí un par de días siguiendo con la rutina habitual como si no hubiera pasado nada hasta que fui llamado de nuevo y me recordaron que "ya no debía permanecer allí". Nunca entendí muy bien el motivo. Supongo que no me entregaba en cuerpo y alma a la vida religiosa. 

A partir de ese momento intenté desconectar de ese mundo. Aún asistía a las iglesias (el  hábito me hizo apreciar ese lugar para pensar) pero me fui alejando de aquella vida que fue la mía por seis años. 

Un día salí en bici desde Miranda de Ebro  para hacer una ruta por los Montes Obarenes. A unos 11 kilómetros al Suroeste de Miranda me topé con la tapia de un viejo monasterio. Era un día caluroso y no tenía agua. Paré en la puerta y mirando tras una rendija vi a un monje paseando. Me atreví a llamarle y este acudió lentamente. Me abrió la puerta y sus ojos me miraron inquisitivamente bajo su capucha. Le expliqué que necesitaba agua y me indicó un pilón al lado del muro, a unos cincuenta metros. Bebí y aproveché para refrescarme la cara abrasada por el sol. El monje se volvió, vergonzoso, mientras me lavaba. Cuando me acompañaba a la puerta me habló: - Sé porqué estás aquí. Dios te ha enviado. Él quiere que vengas a este monasterio.

Espantado monté en la bici y huí pedaleando despavorido. Como si el mismo diablo me hubiera tentado, no miré atrás. Dejé a mi espalda el Yermo, el Monasterio Camaldulense de Santa María de Herrera propiedad de la congregación de Eremitas Camaldulenses de Monte Corona que practican el eremitismo romualdino. 

Decididamente el monacato ya no era lo mío. 

5 comentarios:

  1. Estaba muy seria leyendo tu entrada y cuando he llegado al final, me has hecho soltar una carcajada con eso de que el monje te dijo que estabas ahí porque Dios quería que ahí fueras!!! jejeje

    He sabido que es algo "normal" eso de que pasaran algunos años en internados por allá, acá no me ha tocado, aunque a mi madre sí que la enviaron a un internado....me llama mucho la atención, yo lo más cerca que estuve de eso, fue en el colegio con las monjas y era "semi-internado" según decían, horario de 8am a 4pm; yo era de servicio de autobús y vivía lejos, así que me recogía a las 7am y me regresaban a las 5pm, hacía la tarea en el trayecto jeje

    =))))

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  2. Sí, conozco los internados. En mi caso era un internado donde los que estábamos nos formábamos para ser futuros hermanos maristas...
    En mi caso no supieron sacar partido... Pues, como cuento, me invitaron a abandonarlo.
    Aquella época me dejo marcado; en lo bueno y en lo malo.

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  3. Y gracias por leer hasta el final. Era una entrada que tenía sin acabar desde hace años y quiero terminar las cosas pendientes. Pero en este caso me salió muy larga.

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    1. ahhhhhhhhhhhhhh! bueno, sí me pareció algo así más que internado, cierto!

      No tienes porque darme las gracias, lo hago porque me apetece, vale?

      =)))

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