sábado, 10 de diciembre de 2011

Sintiendo en la nuca el aliento de la muerte IV: "Muerte en Gredos".


Hace unas semanas publiqué, para los íntimos, un libro de poesías de mis primeros tiempos. Una de ellas me ha traído a la memoria la trágica muerte de uno de mis maestros: El Hermano Fidel. 
No había amancido aún aquel día cuando nos despertaron para empezar la mayor travesía de montaña que habíamos iniciado nunca. Se trataba de salir del campamento de Navalguijo, ascender las laderas de las montañas cercanas hasta alcanzar el espinazo de la Sierra de Gredos y continuar por sus cuerdas para llegar finalmente a la cumbre del Almanzor.

Iniciamos la marcha a las 5:30 de la madrugada. Turbado el sueño en tan temprana hora anduvimos torpemente por el valle hasta ascender la primera ladera en fuerte pendiente. La ruta tenía previsto pasar por el punto donde una avioneta de la base de Matacán se había estrellado hacía algunas semanas. Pasamos junto a sus restos. Nos llamó la atención que casi todos los restos metálicos eran de alumnio: chapas, tornillos... Nos llevamos algunas tuercas relucientes de recuerdo. Para entonces ya había amanecido. Nos esperaban 6 horas de marcha con dos o tres breves descansos repartidos a lo largo de la mañana. En ellos devoramos los limones que habíamos llevado al efecto. Nunca su agrio sabor me fue más placentero. Alcanzada la cuerda, en lo alto, el camino se hacía bastante llevadero. Éramos jóvenes de 14 años. Nos sorprendiamos de aguantar tan bien. Hacia las 12 llegamos a las proximidades del Almanzor. Sólo nos quedaba atacar la punta final de la pirámide. Cruzamos el estrecho paso, al borde del precipicio, que daba acceso a la cima. Nos tragamos el miedo intentando no pensar en el peligro real de que un resbalón o el vértigo nos la jugara. Y llegamos. Para cada uno de nosotros resultó una hazaña extraordinaria. Un hecho increíble que nos llenaba de satisfacción y orgullo.
No nos entretuvimos en la cima. Había que bajar hasta la laguna dejando a la izquierda las agudas crestas de Los Hermanitos. En la pradera, cerca del agua, nos esperaba "el campamento base" con la comida transportada desde la plataforma por el hermano Fidel, que conducía el Land Rober, y otro hermano más. Ámbos nos habían acercado los bocadillos (media barra de pan con un filete en medio). Aunque la carne estaba dura y tenía un cierto sabor al plástico donde se transportó y el pan pareciera chicle, a nosotros nos resultó un manjar de dioses. Tras la manzana del postre, todos nos tumbamos y dormimos, presos del cansancio. El hermano Fidel, al que los cinco kilómetros de camino de montaña desde la plataforma, no le habían satisfecho su deseo de montaña, marchó en solitario a explorar los alrededores. El tiempo, por la mañana, había sido espléndido, pero por la tarde las nubes empezaron a adueñarse de aquel cielo que cubría nuestros sueños. Despertamos justo cuando algunas gotas empezaban a caer. Recogimos y nos dispusimos a recorrer el camino que va desde la laguna a la plataforma. Sólo nos faltaba Fidel que aún no había regresado. Esperamos unos momentos, ya nerviosos, pues el cielo se encapotaba. Nos desplegamos por los alrededores llamándole a gritos. Nos acercamos al refugio y preguntamos a un grupo de montañeros que allí pernoctarían si lo habían visto. Nadie lo recodaba. Fidel no aparecía. Pensando que quizás había vuelto él solo a la plataforma y puesto que ya se hacía tarde regresamos preocupados a la plataforma mirando atrás a cada instante por si aparecía. Al llegar al aparcamiento no estaba allí. Esperamos nerviosos sin saber qué hacer. Los hermanos que nos acompañaban no se atrevían a moverse. Estaban como paralizados. Preguntábamos a todos los que iban llegando a tomar sus automóviles para regresar. Ninguno nos dio noticias sobre el hermano. Al final sólo quedaba un coche y nuestro land rover. Cuando la última pareja de excursionistas se montó en el automóvil para volver a su hotel los hermanos tenían el rostro desencajado. Los excursionistas se despedían cuando advertimos a los hermanos que eran los últimos y ya no vendrían más. Había que dar aviso. Reaccionaron un momento y pidieron a los viajeros por favor que avisaran en el puesto de la guardia civil de Hoyos de Espino y les explicaran la situación.

Se había hecho de noche.  Estábamos sólos en la plataforma ya sin coches. Con el declinar de la luz las esperanzas las esperanzas de que volviera también se perdían. Fidel era el conductor, el que sabía llevar el pesado land rover donde regresaríamos al campamento. Tan sólo otro de los hermanos tenía carnet, pero apenas había conducido algún utilitario un par de veces. Presos del pánico los hermanos decidieron montarnos en el vehículo y hacerlo llegar hasta el pueblo cercano. La carretera hasta Hoyos del Espino es una carretera de montaña. En cada curva, en cada frenazo, el corazón se nos salía del pecho. Finalmente paramos al lado del parador. Allí entramos todos y esperamos sentados en las mesas mientras los hermanos, nerviosos, explicaban al señor de la barra lal situación. Llegó la guardia civil y lo primero que hizo fue echar una bronca a los compungidos hermanos. Luegos se sucedieron las llamadas por teléfono, la llegada de más números de la benemérita... Alguien llegó desde el campamento para llevarnos de vuelta a los pequeños juniores. Los hermanos se quedaron conjurando su miedo y tratando de ayudar.
No recuerdo si dormí aquella noche. Supongo que el cansancio puede incluso con la pena y el miedo. No sé tampoco cómo se organizó exactamente la búsqueda.: ¿Empezaron esa misma noche? ¿Volvió la guardia civil para recorrer buscando a oscuras por los alrededores de la laguna?... Nosotros terminamos unos  pocos días después nuestro último campamento en Navalguijo. Durante semanas se buscó al hermano Fidel sin encontrarle. Recuerdo el impacto mediático del suceso. Los maristas movilizaron numerosos grupos de búsqueda. El grupo de submarinistas de la Guardia Civil inspección las profundidades de la laguna. Pérez de Tudela, famoso alpinista ganador del premio "Un millón para el mejor" estuvo allí poniéndo su experiencia a disposición de las cuadrillas de búsqueda. Se observó detenidamente el vuelo de los buitres para localizar posibles cadáveres entre las rocas.  No apareción. Fue dado oficialmente por desaparecido y nosotros, los pequeños escaladores, tuvimos que declarar ante la guardia civil en el curso siguiente, ya en Tuy, Pontevedra.
Dos meses después, un grupo de excursionistas, divisaron un brazo que asomaba entre la nieve de un nevero que se derretía. Había encontrado el cuerpo congelado del hermano. Posiblemente había resbalado en una de las rocas húmedas por la lluvia y se había precipitado sobre un retal de nieve que le engulló.


Fidel
 

Bajan ya por la montaña

sin ansias, sin fuerzas, sin voz.

Un reloj marca la hora:

las dos.



Descansan bajo la cumbre.

No hay ganas, sueño tal vez.

Un reloj marca la hora:

las tres.



Unos han comido ya,

otros están reposando,

un reloj marca la hora:

las cuatro.



La expedición se pone en marcha.

Sopla el viento otra vez.

Sólo un hombre nos falta.

Le llamamos, gritamos: ¡Fidel!

Todas las voces de acuerdo:

a la una, a las dos, a las tres:

¡Fidel!, ¡Fidel!, Fi… del…!



Las voces se pierden

en las crestas caprichosas.

Luego se tornan murmullos.

Después quedan silenciosas.



Queda retumbando el viejo eco

rebotando en las gargantas

de sus cumbres religiosas.



Solo queda el viento seco

que azota las peñas y desgarra

entre silbidos los restos de su honda.



Ha llegado el cielo negro

que oscurece las rocas y maltrata

al lago con sus aguas tormentosas.



¡Fiero lago, maldito lago:

Te odio!



¡Juagado y condenado,

Te abandono!



¡Peñas, traidoras peñas,

oscuros pozos!



¡Grieta, profunda grieta,

estrecho foso!



La lengua de un glaciar se va acercando

A la tumba donde se entierra un santo.



Dime montaña: ¿Cómo es la muerte?

Dime sincera: ¿Se la merece?



Todos le vimos marchar

caminando solo

su senda se ha de manchar

de sangre y lodo.



- No te vayas hermano- 

el fondo del alma le decía.

Y respondía:

- Dios me lleva de la mano.



Traidor fue este monte desde el día

que un moro le visitó

y descubrió sus delicias.

La vista el poderoso Almanzor

del lago al monte dirigía

y en mitad de la mirada

gritó su voz que decía:

-  Aquí morirá otro hombre

solo, sin compañía.

No intentes pisar donde

no sabes, sería

tu muerte pronta,

de nada te serviría

pues hay una blanca fosa

donde se pierde la vida.



Y llegó la expedición.

Logro lo que se proponía.

A lo lejos un land-robert

y la cabina vacía.

-  ¿No ha llegado aún?

Esta pregunta se haría

Muchas veces. El día,

cigarro a cigarro,

se despedía.



Llegó temprana la noche

nuestra angustia era infinita.

A la mañana siguiente

en marcha la comitiva:

algunos guardias civiles

conducidos por los guías.



Buscaron por todas partes,

no hubo descanso ese día;

Miraban todos al cielo:

los buitres no se reunían.

Con las sombras de la noche

se abandonó la batida.

Primo pequeño que llora,

primo mayor se perdía.

Buscaron por todas partes

de nuevo se acabó el día

y en lo oscuro de la noche,

las esperanzas perdidas,

primo pequeño que llora:

Fidel ya no existía.



Silencio en las altas rocas.

Silencio de muerte blanca.

Silencio, que un compañero,

allá descansa.



Caballos, ¡buscadle al alba!

Compañeros ¡a la marcha!

Buscadle por los rincones

de los valles y majadas,

preguntadles a los buitres

dónde su vida se acaba.



Más de cien le están buscando.

Los gritos se van callando.



La nieve resplandeciente

le oculta bajo su velo.

Tumba en suave pendiente

para llegar pronto al cielo.



Hermano Fidel Fernández

de verdad que te quería.

Y no sé cómo expresarlo

sin decírtelo en poesía.



Tú, recuérdame,

Discípulo tuyo fui un día.

Y después de la agonía

espérame, que  un día,

recibirás en el cielo

mi alma y mi poesía.



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