El grupo de compañeros del curso de adaptación que estudiamos psicología en Somosaguas decidimos reunirnos de vez en cuando y recrear las viejas amistades, así que decidimos realizar una excursión al pantano de San Juan.
Sobre la playa fluvial dejamos nuestras cosas y penetramos en el agua alborozados salpicando y corriendo por la orilla. Después nos fuimos alejando conentrándo cada cual en algún propósito particular. Unos decidieron alquilar una barca y con ella navegaron hasta el centro del pantano. Yo quise probarme a cruzarlo y llegué hasta la otra orilla con bastante esfuerzo. Estuve breves instantes al otro lado y decidí volver enseguida.
Si en la ida las fuerzas fueron suficientes, en la vuelta, con el cansancio acumulado no auguantaba ya más cuando aún no había llegado a la mitad. Comencé a preocuparme seriamente al ver que las fuerzas no me respondían. Decidí descansar haciendo la plancha, y lo conseguía por momentos, pero el pánico hacía que quisiera volver cuanto antes. Los compañeros de la barca no estaban lejos. Les hice gestos y les grité que me ayudaran, que me ahogaba... Ellos reían y me animaban. Pero no se acercaban... Desesperado continué nadando penosamente hasta que alcancé de nuevo la orilla con la vista nublada y el corazón en un puño. Nada más pisar la arena vomité. Entonces acudieron a ayudarme los de tierra firme.
Después cuando desembarcó la marinería de la barca y me vieron postrado y con mala cara, se miraron sorprendidos: ¡Pero si creíamos que lo hacías en broma!
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