sábado, 18 de febrero de 2012

La Batalla del Jarama

Este mes se cumplen 75 años de la Batalla del Jarama. Esta fue la primera gran batalla en campo abierto de nuestra guerra civil. Acaecida entre los días 6 y 28 de febrero de 1937, en ella se dirimía el destino final de la Madrid cercada y el único acceso posible por el sureste mediante la carretera de Valencia. Allí emplearon ambos bandos los mejores efectivos de que disponían y utilizaron el más moderno material que acababan de recibir: por parte de los nacionales los nuevos aviones alemanes Heinkel 112 A, los Messerschmitt, los BF 109 y los temibles dornier 17 E;  también contaron con los aviones italianos Meridionali. Por su parte los republicanos contaron con tanques y cazas rusos I-15 e I-16.
Monumento a las Brigadas Internacionales
(Confluencia de la M-302 con la M-311,

 en la carretera de S. Matín de la Vega hacia Morata de Tajuña)

Franco dispuso para este combate cinco brigadas señalando como objetivos la conquista de La Marañosa y Vaciamadrid (Brigada Norte), el puente de Pindoque asegurando el paso del Jarama (Brigada al mando del General Sáez de Buruaga), San Martín de la Vega (dos brigadas con el general Asensio a su cargo) y Cienpozuelos (al mando de garcía Escámez). La República respondió con tres brigadas muy experimentadas en la defensa de Madrid pero mínima logística y una milicia en la que destacaron las reciéntemente formadas Brigadas Internacionales. La batalla se produjo en campo abierto, sin el apoyo de casas y fortificaciones. Las defensas se improvisaron con precarias trincheras y fortificaciones urgentes.

La batalla comienzó el 6 de febrero con una exitosa ofensiva de las tropas de Franco que llegan a tomar La Marañosa, Gozquez de Arriba y Cienpozuelos. Al día siguiente caerían Vértice Ceberteras, la Boyeriza, Mesa, Valdecabas y Gozquez de Abajo. El 8 se bate con fuego cruzado la carretera de Valencia desde el Cerro Coberteras y se intenta conquistar el Puente de Arganda.  En los días siguientes las escaramuzas se suceden y el Estado Mayor Central Republicano, dirigido por el general Martínez Cabrera, decide que el general Pozas lleve a cabo un ataque en la zona del río Jarama. La ofensiva estuvo un tiempo pospuesta debido al mal tiempo y a la crecida del río Jarama esos días.  El 11 de febrero dos brigadas franquistas atravesaron por sorpresa el puente de Pindoque y otras fuerzas entraron en san Martín de la Vega. La única solución del ejército republicano era hacerse con el control de la zona meridional del río y atrincherarse en una serie de lomas bajas donde cortar el paso al ejército sublevado. Estas zonas estratégicas fueron sistemáticamente bombardeadas y ametralladas mientras los cazas rusos y alemanes entrablaron una feroz batalla por el control del cielo. El día 14 los republicanos pasaron a la ofensiva estableciendose recíprocos contraataques sin exito definido. La batalla de desgaste se instaló en el frente. El 15, el ejército republicano desplazó las fuerzas de reserva de Madrid para reforzar la ofensiva. Burillo fue el responsable táctico de aquellos ataques desplegados entre los núcleos de Vaciamadrid y Aranjuez donde contó con la excelente ayuda de la 11ª  División de Líster, la XV Brigada Internacional y los milicianos de Rubert y Güemes. En total, la República desplegó 25.000 hombres y contó con la vital ayuda de los tanques y la aviación rusa.
El punto clave de la batalla era el cerro del Pingarrón, que domina la única carretera de la zona que unía San Martín de la Vega y Morata de Tajuña. El cerro pasó alternativamente a poder de unos y otros en medio de un auténtico baño de sangre. El 16 de febrero fue retomado por Franco con ayuda de las tropas marroquíes de regulares traídas exprofeso desde Andalucía. Desde el día 20 la artillería republicana bombardeó intensamente el cerro día y noche hasta que el 23, por la mañana,  realizaron un ataque por sorpresa. Pese a la muerte de los oficiales franquistas, las tropas regulares defendieron el cerro hasta que llegaron las columnas de refuerzo. Aún se realizó un último intento esa misma tarde pero las fuerzas y el ánimo estaban muy bajos después de asaltos casi suicidas que dejaron sembrados de cadáveres el campo de batalla. Esa noche cayó una lluvia torrencial. Al día siguiente amaneció una mañana soleada, anunciando el final de la batalla. A partir de entonces se contruyen en el sector trincheras y fortificaciones que vienen a conectar con las posiciones de defensa de Madrid.
Así la partida quedó en tablas. Todos resultaron vencedores y vencidos: los franquistas lograron cruzar el Jarama pero no llegaron a cortar la carretera de Valencia con lo que los republicanos pudieron mantener las comunicaciones y suministros con la costa. Entre unos y otros, la confrontación segó la vida de más de 18.000 personas.
Resumen y adaptación del documento del archivo municipal de Arganda del Rey http://www.ayto-arganda.es/archivo/
 
Franco dispuso para este combate cinco brigadas señalando como objetivos la conquista de La Marañosa y Vaciamadrid (Brigada Norte), el puente de Pindoque asegurando el paso del Jarama (Brigada al mando del General Sáez de Buruaga), San Martín de la Vega (dos brigadas con el general Asensio a su cargo) y Cienpozuelos (al mando de garcía Escámez). La República respondió con tres brigadas muy experimentadas en la defensa de Madrid pero mínima logística y una milicia en la que destacaron las reciéntemente formadas Brigadas Internacionales. La batalla se produjo en campo abierto, sin el apoyo de casas y fortificaciones. Las defensas se improvisaron con precarias trincheras y fortificaciones urgentes.

La batalla comienzó el 6 de febrero con una exitosa ofensiva de las tropas de Franco que llegan a tomar La Marañosa, Gozquez de Arriba y Cienpozuelos. Al día siguiente caerían Vértice Ceberteras, la Boyeriza, Mesa, Valdecabas y Gozquez de Abajo. El 8 se bate con fuego cruzado la carretera de Valencia desde el Cerro Coberteras y se intenta conquistar el Puente de Arganda. En los días siguientes las escaramuzas se suceden y el Estado Mayor Central Republicano, dirigido por el general Martínez Cabrera, decide que el general Pozas lleve a cabo un ataque en la zona del río Jarama. La ofensiva estuvo un tiempo pospuesta debido al mal tiempo y a la crecida del río Jarama esos días. El 11 de febrero dos brigadas franquistas atravesaron por sorpresa el puente de Pindoque y otras fuerzas entraron en san Martín de la Vega. La única solución del ejército republicano era hacerse con el control de la zona meridional del río y atrincherarse en una serie de lomas bajas donde cortar el paso al ejército sublevado. Estas zonas estratégicas fueron sistemáticamente bombardeadas y ametralladas mientras los cazas rusos y alemanes entrablaron una feroz batalla por el control del cielo. El día 14 los republicanos pasaron a la ofensiva estableciendose recíprocos contraataques sin exito definido. La batalla de desgaste se instaló en el frente. El 15, el ejército republicano desplazó las fuerzas de reserva de Madrid para reforzar la ofensiva. Burillo fue el responsable táctico de aquellos ataques desplegados entre los núcleos de Vaciamadrid y Aranjuez donde contó con la excelente ayuda de la 11ª División de Líster, la XV Brigada Internacional y los milicianos de Rubert y Güemes. En total, la República desplegó 25.000 hombres y contó con la vital ayuda de los tanques y la aviación rusa.
El punto clave de la batalla era el cerro del Pingarrón, que domina la única carretera de la zona que unía San Martín de la Vega y Morata de Tajuña. El cerro pasó alternativamente a poder de unos y otros en medio de un auténtico baño de sangre. El 16 de febrero fue retomado por Franco con ayuda de las tropas marroquíes de regulares traídas exprofeso desde Andalucía. Desde el día 20 la artillería republicana bombardeó intensamente el cerro día y noche hasta que el 23, por la mañana, realizaron un ataque por sorpresa. Pese a la muerte de los oficiales franquistas, las tropas regulares defendieron el cerro hasta que llegaron las columnas de refuerzo. Aún se realizó un último intento esa misma tarde pero las fuerzas y el ánimo estaban muy bajos después de asaltos casi suicidas que dejaron sembrados de cadáveres el campo de batalla. Esa noche cayó una lluvia torrencial. Al día siguiente amaneció una mañana soleada, anunciando el final de la batalla. A partir de entonces se contruyen en el sector trincheras y fortificaciones que vienen a conectar con las posiciones de defensa de Madrid.
Así la partida quedó en tablas. Todos resultaron vencedores y vencidos: los franquistas lograron cruzar el Jarama pero no llegaron a cortar la carretera de Valencia con lo que los republicanos pudieron mantener las comunicaciones y suministros con la costa. Entre unos y otros, la confrontación segó la vida de más de 18.000 personas.

 
 

Los que hemos vivido en Arganda tantos años, los que atravesamos a diario las carreteras comarcales que recorren el valle del Jarama: la E-832, la M-506, la M-302, la M-404, M-311... rodamos sobre la sangre derramada por más de 18.000 soldados caídos en aquella batalla terrible. En los alrededores de esta localidad, en las colinas próximas, donde hoy se alza el moderno hospital o bajo el asfalto de la A-II, los niños argandeños han jugado a perseguir conejos por el interior de las antiguas trincheras o a esconderse en los oscuros túneles construídos durante la guerra civil.
Andando, en bici o acercándome en mi automóvil he recorrido las viejas trincheras, los pesados fortines, los gruesos búnkeres. A veces, paseando por el Camino de las Cabezuelas y pasando al pie del Cerro de Águila me he acercado a las pequeñas cotas que lo circundan haciendo la ronda por las trincheras desmoronadas, penetrándo en los túneles que aún resisten, denteniéndome un momento ante los huecos tallados en la roca para apoyar los fusiles. He salido a las bocas soleadas divisando desde el parapeto la llanura de la vega e imaginando compañías que avanzan tras el punto de mira de una ametralladora imaginaria. O he tomado la bici llegando hasta el viejo puente de hierro sobre el Jarama, todo un icono de la batalla, para acceder desde allí a la gasolinera y, tomando el Camino de los Palos, dejar a la izquierda la depuradora hasta alcanzar el edificio intruso de Protección Civil, seguir por el Camino de Vallecas hasta la Casa Eulogio atravesando el solitario puente sobre el Manzanares. Allí, flanqueado por verdes dehesas donde pastan un puñado de reses bravas a menos de 15 km de la Puerta del Sol, se dobla un recodo bajo los cortados yesíferos del Pico Coverteras y se prosigue orillado al Manzanares por el antiguo Camino Real de Aranjuez a Madrid hasta la Presa del Rey donde confluyen los cauces del Jarama y el Manzanares. Luego he proseguido bajo los cantiles de la Marañosa paralelos al crecido Jarama atravesando una vega fértil, ahora socabada por cintos de graveras que dejan amarillas cicatrices no lejos de la ribera. Por momentos he podido enfilar el camino de servicio del canal de Henares que da comodidad y rectitud a la ruta; pero siempre fue más excitante ceñirse a la pared yesífera y contemplar los restos de fortalezas y búnkeres que asoman de cuando en cuando. Algunos tiene una espectacular campana de hierro, cúpula forjada par un observador expuesto de la ámplia vega. En uno de ellos me introduje en una ocasión y, tras bajar una larga escalinata, accedí a las pequeñas dependencias enterradas donde estaban a buen seguro los puestos de mando y los depósitos de munición. Ahora, lúgubres y húmedas, aguardan la postrer invasión de lodo y  tierra que llegará quizas con un torrente que rebase la tronera o el temblor que derribe los techos o quizás el efecto devastador del tiempo de doblegue las, antaño, fuertes estructuras. Podremos seguir así hasta San Martín de la Vega y descansar en el pequeño área acondicionado en torno al viejo puente, arrodillado y apartado del cauce actual del río. Una explosión lo hizo trastablillar, pero no cayó. La imagen del perfil de los soldados de una compañía atravesandolo tras sus barandas es el icono que ilustra el panel explicativo en el entrono.
Si la ruta que apetece ese día se orienta al disfrute de extensos paisajes desde una posición privilegiada podemos subir a lo alto del paraje de casa Eulogio desde el puente enfrente del edificio de portección civil cerca del nuevo Rivas (el antiguo fue completamente destruído en la guerra) y contemplar desde allí un ámplio territorio que nos dará buena idea del escenario de esta batalla. Tendremos el privilegio de unas vistas que incluyen la mayor parte de los espacios protagonistas de la batalla. El lugar, los cortados que miran al río desde el cerro Coberteras,  ha sido reproducido decenas de veces en las láminas que edita la CAM sobre la fauta ripícola en la zona de Rivas.   El cernícalo primilla habita en sus paredes y anima el cielo con sus vuelos cercanos. El borde de esa meseta está recosido de trincheras.
  
Si nuestro trabajo, como es mi caso, nos obliga a recorrer esas carreteras provinciales llenas de camiones de áridos y ocasionales maquinas agrícolas, podremos acercarnos también por carretera al puente de San Martín de la Vega. Luego, si tenemos el ánimo para un pequeño paseo, podemos acercarnos al famoso Puente de Pindoque, unos cinco o seis kilómetros río arriba. La toma de ese puente fue un episodio sangriento de la batalla. Lo tomaron al asalto los integrantes del Tabor de Ifni a las dos de la madrugada del 11 de febrero y la segunda compañía de André Marty que lo defendía fue completamente aniquilada, menos cuatro hombres que lograron huir no sin antes accionar el mecanismo de voladura que logró destruir dos tramos del puente. Pese a su sacrificio no evitaron que las tropas franquistas, habilitaran el paso a la mañana siguiente.

Muy cerda de ese punto se toma la carretera M-302 hacia Chinchón. Unos cien metros antes del cruce con la M-311, en un camino de tierra que sale a nuestra derecha se accede a un camino de tierra que asciende hasta una colina. En lo alto se divisa el monumento a las Brigadas Internacionales rodeado de trincheras. De vuelta hacia Arganda, tomando el cercano cruce con la M-311, podemos acercarnos hasta el restaurante El Alto, enfrente de la cementera,  donde tantas veces hemos ido en familia a comer conejo al ajillo, que lo hacen como nadie y con la experiencia de décadas. A este menú se puede añadir tortilla y ensalada, todo por un precio económico y con un sabor exquisito (aunque la picada de ajo que lo acompaña - es  una tentación en la que caigo invariablemente-  dificulta las digestiones causando esporádicos regueldos.

Mucho se podría escribir de esta batalla y su 75 aniversario. Me entristece que, en los colegios de Arganda, en los ayuntamientos de la zona, en las asociaciones que velan por su recuerdo pase tan desapercibido. Pasados los años de gobiernos de izquierdas parece quererse ahora correr el velo del olvido sobre este episodio sangriento y aleccionador de nuestra historia.

Casi a diario yo recorro su escenario. De vez en cuando me detengo en algún punto y rememoro la brutalidad, el heroísmo, los ideales de aquellos hombres que allí lucharon y murieron. Próxima la primavera, germinarán sobre la tierra que regaron con su sangre, miles de amapolas. Rojos corazones de 18.000 soldados que se desentierran del olvido y claman por su memoria.

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