Tengo miedo de mirarte y no recordar tu nombre. Me aterra interpelarte con impersonales elipses. No puedo siquiera citarte por tu apodo: no me acuerdo. Pero recuerdo bien la vergüenza infantil de ignorar cómo se llamaba la gente, esa desmemoria que me abochornaba tanto; esa humillante sensación de despistado, o peor aún, de estúpido. ¿Cuántas veces hablé contigo sin reconocerte? Yo jugaba contigo al poker de las palabras; siempre de farol.
No sé donde puse las palabras. Las busco pero no aparecen. Creo que están ahí, escondidas, camufladas tras una emoción, sepultadas por un conflicto. Algunas veces llegan a mostrarse, casi siempre demasiado tarde, cuando ya no son necesarias. Me paso horas buscándolas con una antorcha en la cueva de la memoria. A veces descubro alguna pista: un grupo de letras, el número de sílabas, una ssonoridad familiar... pero casi nunca se revelan.
Lo sé, me pasa desde niño. Pero con el tiempo esta anomia patológica se agrava. Ni siquiera cuando repito como un tantra los vocablos importantes éstos se graban en mi cerebro. No soy capaz de aprender mi número de teléfono, la matrícula de mi coche, la querida fecha de tu cumpleaños...
Y en la madurez, esta sordera, este angostamiento del imput, este desvanecimiento del estímulo sonoro que me priva de una extraordinaria herramienta retentiva. Con la retroalimentación auditiva cancelada han perdido consistencia las palabras: ya no resuenan; sólo brillan tenuemente.
Y en la vejez, la muerte, me enviará un mensajero: Alzheimer, anteccesor de la Parca. Si no es ya la Muerte misma en cuerpo preservado, conservado por un tiempo innecesario.
Se han borrado los diccionarios de mi mente, las cosas son imágenes sin nombre. A veces me detengo ante un objeto y pregunto ¿cómo se llama?. La gente me mira y dice: una manzana.
Y yo intento colocar en el estante de mis recuerdos el nombre de esa fruta dorada ¿cómo se llamaba?
Buenos días Jesús,
ResponderEliminartu nueva entrada me ha dejado sin palabras, todavía tengo el bello de punta. Resulta escalofriante pensar que nos puede ocurrir a cualquiera. MALDITA ENFERMEDAD.
Un saludo.
Un saludo, José Manuel. Tengo la vaga sospecha de ser un candidato potencial a padecer este mal devastador. Algunos de los síntomas que describo me son familiares. Mi padre, padece un trastorno con algunos rasgos comunes.
ResponderEliminarEl tema de la memoria siempre me ha fascinado. Me cuesta tanto retener... ¡Cuánto envido a los que tienen esa memoria fotográfica, esa capacidad para recordar caras, anécdotas, letras y música de canciones...! De niño participé en algunas obras de teatro: ¡cuánto trabajé para aprenderme los papeles!
¡Que importante es la memoria! Sólo sé de capacidad para almacenar sensaciones, recuerdos, imágenes... pero en memoria verbal: fracaso completo. Aún no me explico cómo sé lo que sé ("sólo sé que no sé nada", quizás sea eso). Gracias a Dios (si existe) que creo poseer otras cualidades infrecuentes, si no fuera por ellas ¿Que sería de mí?