"Papá, no solo es un payaso... es un mal payaso", parecen pensar ambas. No volverán a pasar por la humillación de un papi que se hace el gracioso. El payaso es una cosa seria.
¡Y la mamá va a ahorrar, comprando el producto X que le hace rebajitas! Parece una revivida Scarlett 0'Hara jurando contra el cielo de poniente que no volverá a pasar hambre.
Contemplo con pena infinita y desesperanzada este anuncio, auténtico certificado del consumismo:
- No, hija, no haremos la fiesta del cumple en casa ¡Qué ordienariez!
- Sí, hija, te mereces un buen payaso, no ese imbécil de papá que pierde la vergüenza por hacer reír a la chiquillería. ¡Es que es el más infantil de todos!
- Sí hija, serás una triunfadora: podremos contratar el mejor payaso. ¡Tendremos dinero para ello, ya lo verás! ¡Vamos a ahorrar!
- Se acabaron las fiestas tristes porque no hay payaso: ahora vas a ser la reina de los cumpleaños, serás admitida en el círculo de las niñas guais, serás aceptada e integrada como Dios manda...
¿Es que no hay nadie que se de cuenta de los mensajes que enviamos a nuestros pequeños?
A veces pienso que soy un payaso en medio de este mundo consumista. Un payaso triste y derrotado, que ni siquiera hacer reír. Hoy en día, hasta para hacer reír a nuestros hijos, necesitamos un profesional de la risa. ¡Qué pena!
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