domingo, 22 de febrero de 2015

Fascinantes historias de la ciencia - 1: El Hacker del viento


En 1887, Heinrich Hertz demostró la existencia de las hondas electromagnéticas predichas por James Clerk Maxwell en 1856. A partir de 1896, Marconi, comienza los experimentos de transmisión de señal en distancias largas y el 12 de diciembre de 1901, realiza con éxito la primera transmisión inalámbrica transatlántica (de Cornualles a Terranova). La nueva era de la comunicación global había empezado. 

En los años posteriores la actividad de Marconi y su equipo se centró en asegurar el registro de patentes de la nueva tecnología (algunas robadas descaradamente a Nikola Tesla) y a mostrar al mundo las maravillas de su invento. Una de las demostraciones más mediáticas se celebró una tarde del mes de junio de 1903 y tuvo como invitados a numerosas personalidades y a los miembros de la Royal Institution de Londres. Congregados en la sede del Instituto, esperaban impacientes la recepción de la señal que el famoso inventor Guablilmo Marconi, enviaría desde una estación situada a 500 kilómetros de distancia en un acantilado de Poldbu, Cornwall a su colaborador John Ambroise Fleming (que el mundo conocería posteriormente como el inventor del diodo y del tubo de vacío).  
Minutos antes de que Fleming,  responsable de los equipos instalados en el Royal Institute, se aprestara a recibir los mensajes en morse de Marconi desde Cornwall, el silencio fue roto por un rítmico tic- tac procedente de los chispazos que producía la  pulverización catódica de la linterna de proyección de bronce del teatro, que se utilizaba para mostrar las diapositivas del conferenciante. Para el oído no entrenado, esto sonaba como el habitual chasquido del proyector; pero Arthur Blok, asistente de Fleming, reconoció rápidamente el  tippiti-tap de una mano humana tecleando un mensaje en Morse. Alguien, comentó Blok estupefacto, estaba radiando potentes pulsos electromagnéticos sobre el teatro que eran lo suficientemente potentes como para interferir con lámpara de descarga del arco eléctrico del proyector.
Blok, y varios de los asistentes, radiotelegrafistas que conocían el código morse, descifraron mentalmente el mensaje que se recibía repetido una y otra vez.:

._.  ._  _   /  ._.  ._  _   /  ._.  ._  _  …

RAT   RAT   RAT  ...


Sin haberse repuesto de su sorpresa, y ya con numerosas "ratas" en la cinta telegráfica, empezaron a recibirse unos versos burlones contra Marconi: 

THERE WAS A YOUNG FELLOW OF ITALY, 
WHO DIDDLED THE PUBLIC QUITE PRETTILY... 

("Había un joven de Italia, 
que estafó a un público bastante cortito...") 

Siguieron posteriormente una ristra de gruesos insultos shakespearianos. La transmisión intrusa continuó unos minutos más con toda clase de cuestionamientos y mensajes crípticos antes de emitir su última palabra: "PWNED"  ("pillado", "machacado") y quedarse en silencio. 

La señal estaba siendo pirateada por un famoso mago de 39 años, John Nevil Maskelyne, padre de la magia moderna (conocido por fabricar entre otras ilusiones la famosa Caja Falsa en la que dos personas cambian aparentemente sus posiciones en un instante) y perteneciente a una famosa saga de ilusionistas (su nieto, Jasper Maskelyne, colaboró con los aliados en la II Guerra Mundial haciendo "desaparecer Alejandría" a los ojos de los pilotos de los bombarderos enviados por Rommel al que también hizo creer que el VIII Regimiento Británico al mando del general Montgómer y estaba al sur del desierto egipcio cuando en realidad avanzaba hacia su victoria en El Alamein). Maskelyne se había interesado desde hacía tiempo por las ondas de radio y había estado experimentando con ellas. Pero las patentes de Marconi eran tan amplias y generalistas que le prohibían utilizar y mercadear con cualquiera de sus inventos (¿No encontráis una asombrosa actualidad en aquellos problemas centenarios?)

Ocurre que la guerra entre ambos egos había comenzado ya un año antes: Maskelyne había levantado una antena de 50 m. en un ventoso paraje de la costa, en los acantilados al oeste de Porthcurno, para espiar los mensajes que se transmitían desde y hacia los barcos trasatlánticos por Marconi -un incipiente negocio muy lucrativo para el sabio italiano- y publicó en la revista The Electrician en 1902 que los pudo escuchar sin problemas y que su única dificultad había consistido en rebajar la potencia de la señal pues era demasiado fuerte. Marconi respondió ajustando sus transmisores y receptores para emitir y recibir en una frecuencia exacta, jactándose de que a partir de entonces serían seguros (pero, como sabe cualquiera que tenga una radio, esto no impide que cualquier otro con un receptor de banda ancha lo escuche sin problemas): "Solo yo puedo con mis instrumentos tocar la melodía que ningún otro instrumento que no esté sintonizado de manera similar podrá escuchar", había escrito en la  Londres St James Gaceta en febrero 1903. Fue entonces que Maskelyne montó su demostración desinflando los hinchados egos de Marconi y de Fleming.

Marconi se mostró sorprendido pues no se le había ocurrido que nadie tuviera la "tecnología" necesaria para sintonizar sus mensajes. Markelyne, que se le había anticipado, conspiró con las empresas de cables trasatlánticos (ocurría que si Marconi tenía éxito con la telegrafía inalámbrica mucha gente iba a perder dinero, por ejemplo la Eastern Telegraph Company que poseía cables que comunicaban al Imperio Británico con India, Indonesia, África, América del Sur y Australia).  Tras el éxito de Marconi dos años antes, el 12 Diciembre 1901, de transmisión inalámbrica a través del Atlántico, la Eastern contrató a Maskelyne para que espiara a Marconi. 

Maskelyne, como buen mago, dispuso lo necesario para que el golpe final afuera lo más espectacular posible. Había instalado un aparto emisor en la misma frecuencia en un local regentado por su  padre (El West End) a tan solo 50 metros del edificio de la Royal Institution y su espectral aparición radiográfica en medio de los reunidos resultó un éxito sin precedentes. Marconi confirmó la posibilidad real de la transmisión por ondas en en el espacio pero además, como aperitivo se recibió una transmisión inesperada conteniendo una humillante burla. Aunque Fleming y Marconi continuaron con la demostración no tuvieron demasiado éxito: el público ya no se lo creía que sus comunicaciones llegaran a ser confidenciales.  Marconi se enfureció, por decirlo suavemente, pero no respondió directamente a los insultos en público; Fleming, sin embargo, envió en los días posteriores una carta indignada al periódico The Times, de Londres, llamando al desconocido saboteador "vándalo científico" y declarando su acción como "un ultraje contra las tradiciones de la Royal Institution". Pidió, además,  a los lectores del periódico que le ayudaran a encontrar al culpable. Cuatro días más tarde Maskelyne contestaba con una carta autógrafa al periódico en la que alegremente confesaba el sabotaje. El autor justificó sus acciones sobre la base de los agujeros de seguridad que reveló por el bien público. Maskelyne lo justificó así: "He querido mostrar las carencias del telégrafo inalámbrico en materia de seguridad". 

Quizás los motivos fueran más prosaicos: envida, rencor por una patentes asfixiantes, narcisismo... El caso es que fue el primero en detectar un "bug", el más antiguo hack conocido que aprovechó un agujero de seguridad, el primer "WiFi troll" de la historia. El pionero de una profesión proscrita y mítica.


Elmago-ilusionista John Nevil Maskelyne, sentado 
ante su aparto de transmisión inalámbrica.

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