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Aborrecimientos varios.
Me asustan los payasos, los enanitos de cartón piedra de mirada malévola. Me irrita la decoración navideña, los árboles fríos de luces y ferralla. El ruido me enloquece, me aturulla. La algarabía me crispa, el bullicio me tumba por KO, salgo del ring del vocerío grillado, sonado como púgil noqueado. Evito el dulce, que me empalaga, detesto las salsas creativas, sospecho de los platos innovadores. Aborrezco el trabajo a disgusto, el que me priva de mis laboriosas aficiones. Reniego de las amistades artificiosas, de los bailes de salón, de los chistes manoseados, de las risas obligadas. No soporto los malos humos y los humos malos que es como decir tu mal carácter y tu vicio empedernido. Detesto tu labia incontenible, tu desbocado corcel de necedades. Odio los efluvios de la alitosis, los olores rancios, sulfurosos y putrefactos tanto como los perfumes impostados que pretenden ocultarlos. Repruebo los saludos sin mirada, las preguntas retóricas en los encuentros, las frases estereotipadas en la charla. Me incomoda vestir para los demás, aparentar por la concurrencia, visitar por quedar bien, hablar por no callar... Incluso, a veces, estoy harto de mí mismo.
Imagen en negativo de mis gustos (o en positivo de mis disgustos). Procedimiento tan válido como cualquier otro para que me conozcas, amigo lector.
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