jueves, 1 de enero de 2009

El sueño indio

Picoteando por aquí y por allá en la inmensa montaña de contenidos que Google nos vuelca cada vez que tecleamos alguna palabra que nos intriga he llegado a un artículo que rápidamente despertó mi interés.

El artículo, en cuestión comentaba que el ministro de educación de Francia había ordenado a las escuelas públicas que advirtiesen del peligro que representa el juego del foulard. Esta diversión se la llama así aunque no siempre se utilice el pañuelo. Este pasatiempo consiste en apretarse el cuello hasta provocar la asfixia y sentir sensaciones alucinógenas por la disminución del oxígeno y el aumento del gas carbónico en el cerebro.


Inmediatamente me vinieron a la memoria imágenes muy nítidas de este juego, aparentemente inocente para los que lo prácticábamos. Nosotros lo llamábamos el sueño indio. Estoy hablando de hace la friolera de 40 años. Lo conozco bien porque yo mismo lo practiqué.

Lo aprendí en Tuy (Pontevedra). En aquellos años de 1973 yo estudiaba en un internado con un centenar de compañeros. Vivíamos el desconcierto y las turbulencias de la adolescencia con nuestros 15 años. Los educadores maristas que nos atendían se cuidaban de dotarnos de un ámplio repertorio de actividades culturales, sociales y deportivas. Sin embargo, siempre abundan los tiempos muertos, los rincones ocultos, los momentos para la confidencia, la conspiración y la magia. Una de las actividades más sugestivas que nos fuimos mostrando unos a otros era el dormir a un compañero con el sueño indio. Buscábamos un lugar semioculto bajo alguno de los grandes eucaliptos de la residencia. Siempre éramos un grupo pequeño pero casi nunca -gracias a Dios- éramos sólo dos. Alguno proponía el juego y rápidamente, tocado de la curiosidad, un voluntario aceptaba ser "el dormido". Había algo de incredulidad y de reto en esta aceptación. Nos parecía casi imposible, mágico diríamos, que de una manera tan sencilla doblegaran nuestra consciencia. El juego era más o menos así: El voluntario tenía que hacer 20 flexiones (con esto se conseguía una respiración agitada y un consumo elevado de oxígeno en el cuerpo), luego debía cerrar los ojos y contener la respiración. A continuación con los dedos indice y medio, o bien con los pulgares, un compañero presionaba las carótidas a la altura del cuello. No era necesario hacer una presión excesiva. En pocos segundos nuestro compañero caía como un trapo al suelo. La pérdida de conocimiento duraba algunos segundos más y en ocasiones se sucedían algunas convulsiones. Esto nos fascinaba. En una proporción preocupante el dormido tardaba más de la cuenta en despertar, entoces lo agitábamos y dábamos algunas tortas para espabilarle. Todo quedaba en secreto como un juego iniciático que nos hacía sentirnos especiales y en participar de "sensaciones fuertes".
Para el dormido el despertar era desconcertante: veía las risas de sus amigos; poco a poco tomaba conciencia de lo sucedido y contaba las breves experiencias alucinatorias que había sentido: puntos de luz, sensaciones de vuelo, de bienestar... Luego pasaba turno y él era el encargado de "dormir" al compañero.

Seguí buscando en internet artículos relacionados con el tema. Resulta que este juego ha provocado ya centenares de muertes en todo el mundo. Está documentada esta actividad en prácticamente todos los países. Hoy en día han surgido asociaciones de padres afectados cuyos hijos han muerto o estuvieron a punto de hacerlo. Hay webs sobre juegos peligrosos en la adolescencia que la situan en lugar preferente por su peligrosidad. Tal es su incidencia que en cada país se la conoce por un nombre diferente ("el sueño azul", "aeroplaneando", "el foulard", "sueño azul", "el apagón", "sueño californiano", "juego del morirse", "el ascensor", "cruzar al otro lado", "andar por las nubes", "juego del nokeo" (Knockout Game), "viaje al cielo", “Cinco minutos en el paraíso”, “el despegue”, “viaje al más allá”, “el crucero del placer” ...). Estos nombres tan sugerentes dan idea de la extraordinaria fascinación que pueden producir en los chicos. Las distintas variantes de este peligroso juego se extienden a otros ámbitos: el erotismo de la axfisia durante la actividad sexual, el uso de sogas, pañuelos, cinturones para provocarse un "viaje" solitario y sin drogas...

Todas estas actividades, pero especialmente las practicadas en solitario, suponen un riesgo elevadísimo. La hipoxia (falta de oxígeno en el cerebro) puede producir daño cerebral e incluso la muerte. Esta actividad es tanto más peligrosa en cuanto que los padres no detectan señal alguna de su práctica: no hay marcas, no precisa de producto alguno, las secuelas no son detectables inmediatamente, los chicos no tienen alteraciones de caracter por su práctica ... Los hijos más inocentes del mundo, los más sanos y deportistas pueden haberlo practicado.

Hace años, en Torres de la Alameda, en el centro oí cometar su uso a un alumno. Como educadores, debemos estar alerta a su posible práctica entre nuestros alumnos. Para ellos es un juego. Para todos los demás su posible entierro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario