jueves, 16 de septiembre de 2010

Liberada sindical

Vuelve nuestra desEsperanza Aguirre, con su eterna mueca de falsa sonrisa, a levantar un nuevo espectáculo político mediático para desviar la atención y acaparar el estrado.
Ahora le ha tocado el turno a los liberados sindicales de su comunidad.
Otra vez la acusación fácil. El buscar los bajos instintos de las masas preocupadas por el paro, la crisis y la inseguridad en el empleo (frutos, por cierto de las políticas liberales que preconiza). Agita los intestinos de la gente bien enterada de los comentarios ligeros y simples de las barras de los bares: "Los sindicalistas no se tocan el bolo", "Son una panda de vagos", "no hacen nada", "están en ese puesto porque son desertores de su curro", "enchufados", "chupones"...
Especialmente sensibilizada como dirigente "del partido de los trabajadores", legitimizada porque es "una pobre de pedir" que "no llega a fin de mes" arremete contra esas personas con ánimo de convertirse en la "tía con más cojones" de la política española en el momento en que su situación está más comprometida: al borde de una huelga general y con la opinión pública desconcertada por la crueldad y duración  de esta crisis.
Poco más o menos viene a decir que sobran, que están de adorno, que no curran y que además, son ilegales, pues su número (por ley) debería ser mucho menor.
Como marido de una trabajadora que estuvo liberada durante bastantes años doy fe de que ser liberado sindical no es ninguna ganga. Fueron muchos días de llegar a casa a las tantas debido a las reuniones y trabajo sindical, festivos partidos por la mitad para acudir a menifestaciones, reuniones, congresos, viajes... Preocupaciones sin cuento, cabreos, lágrimas...
Durante años se levantó cada día a las 5:30 de la madrugada para viajar en autobús desde Guadalajara a Toledo volviendo a las 11 de la noche. Noches en que dormía agotada con apenas un saludo, un beso y un vaso de leche.
Llegó a conocer muy bien a los dirigentes de las secciones de la función pública. Participaba de las tediosas reuniones para arrancarles todas las mejoras posibles a sus representados. Estudiaba complejos equilibrios para respetar los legítimos intereses de las partes, vigilando siempre porque los trabajadores obtuvieran acuerdos dignos. Llevaba de equipaje, cada día, los sinsabores y también las alegrias de su trabajo: las zancadillas de sus colegas o los de sindicatos afines, las trampas de los negociadores, el agradecimiento de los empleados, el afecto de los compañeros...
Y yo respetaba su trabajo, muchos más duro que el mío. Escuchaba los comentarios de tanta gente que les criticaba sin explicarme su ligereza al juzgarlos...
Creí que eran personas poco informadas, prejuiciosas, resentidas... pero ahora me encuentro con una  exministra de cultura haciendo lo mismo. En esta batalla, no vale todo, señora Aguirre. No cuente con mi voto jamás.

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