En 1980 tomé posesión en Arganda de mi primer puesto de trabajo. Era la primera vez que viviría de forma independiente, ganando un sueldo y organizando mi vida a mi aire. La situación era excitante. Me parecía haber encontrado un fascinante tesoro. Por mi educación espartana y hábitos modestos busqué un hostal barato. Encontré uno llamado Los Macías, muy céntrico al que se accedía por una calle cerrada que ascendía en rampas escalonadas. En la esquina, en la planta baja, había un bar El Labrador que preparaba un menú suculento. La primera noche maldormí. Me instalaron en la habitación que hay sobre el bar. El ruído del local y de la calle y, sobretodo, los terribles chirridos de los autobuses urbanos me sobresaltaban a cada momento. Pedí cambiar de habitación y me instalaron en otra con acceso al patio interior de la entrada.
Las habitaciones eran sórdidas pero baratas. Suficientes para mí, que apenas alguna vez en mi vida (tenía ya 22 años) había dormido en posadas y hostales. En mi educación primaba tanto el ahorro y la eliminación de lo superfluo que acababa en los restaurantes hasta la última migaja de los menús aún a costa de rebentar. Nada debía desperdiciarse. Así que, para mí, la habitación podía resultar incluso lujosa. Disponía de una cama más bien pequeña, un armario una sencilla mesa y un lavabo. El servicio y las duchas eran comunes en el pasillo. El aislamiento deficiente. Idas y venidas por el pasillo, portazos, voces... todo se oía a través de sus paredes. Una recepción con algún sofá y la televisión era el lugar común. Allí solía estar la dueña ya algunos inquilinos, raras especies que preferían vivir en una fria habitación a la intimidad y libertar de un piso alquilado. Aún he visto, muy desmejorado, a alguno de ellos deambular, 30 años más tarde, por las calle de Arganda.
Ninguna historia estimulante de aquel año. Intenté alquilar un piso en el pueblo pero fue imposible. La desconfianza de la gente, la resistencia a poner en manos ajenas su propiedad y la escasez de viviendas hacía que las entrevistas tuvieran un matiz kafkiano:
- Así que es usted de Burgos... No me gusta la gente de Burgos...
- "Es que los jóvenes sois muy abandonados con el piso, si fueran chicas..."Nada podía contra los tópicos. Intenté que me aceptaran en el piso que tenían alquilado dos compañeras. Les expuse mi necesidad, pero desconfiaron. No me quedó más remedio que pasar en las cutres habitaciones de Los Macías todo un año. Algo más diré de aquellas instancias: limpieza escasa, sábanas cambiadas cada semana, intimidad relativa... Aunque pagaba las habitaciones por todo el mes, en alguna ocasión faltaba una semana entera por vacaciones. En una de esas ocasiones, al volver un día antes de lo previsto, me encontré al entrar en mi cuarto al hijo de la dueña durmiendo en mi cama... Aprovechó esa noche que no tenía habitaciones libres para él, al saber que yo no estaría, se excusó...
Allí preparaba mis clases, dormía mis noches, descasaba después de las salidas a cenar y hacer la ruta acostumbrada de bares y locales. Allí estuvo mi novia, después mi mujer, visitándome en alguna de aquellas habitaciones donde yo tocaba la guitarra (o lo intentaba) para deslumbrarla...
Y ahora me entero de que en esas mismas habitaciones, en concreto en la 113, ha sido violada durante dos años, lunes, míercoles y viernes, una niña peruana de 14 años. El suplicio se prolongó durante dos años, de 2005 hasta 2007, y por 100 euros un puñado de miserables se acostaba con la menor que era sistemáticamente recogida de un instituto de Torrejón bajo amenazas y llevada a esas habitaciones donde era violada y grabada. Me sobresalta saber que uno de ellos era el dueño del hostal, persona con la que me crucé tantas veces. Pienso en la dueña y esposa, en el hijo que durmió en mi cama...
¡Qué terribles secretos guardan esas paredes entre las que viví! Trozos de historias terribles, soledades, miserias, ilusiones, decepciones, violencia... ¿Acaso alguna vez ternura?
He pasado por allí este último año. Quise curiosear y me acerqué a la puerta. El Hostal estaba cerrado. Entre sus paredes sólo habitan los fantasmas del horror.
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