Newton se equivocó. ¡Mira que fue a buscar una explicación difícil para algo tan habitual!
Cayó la manzana, sí. Golpeó contra su racional y débil cabeza, también. Tenía que haber una explicación, por supuesto. Pero no una ley. El corazón tiene sus motivos que la mente no puede comprender, como decía su colega Pascal. El culpable fue un gusano. El hambre le empujó. Tenía que vivir. Horadó las carnes de la fruta lozana y, después de trenzar múltiples túneles en la pulpa fresca, la manzana enfermó. La fruta, ya ajada, fue arrojada por su padre el árbol con fuerza. Cortó el cordón umbilical que le sustentaba con la rama y herida, casi muerta, fue apartada con fuerza de su compañía. Newton sintió el choque de un ser inaceptado en su cabeza. ¿Sería la gravedad?. No fue el desapego. La falta de amor. Fue así, aunque tú (y Newton) nunca lo entenderéis.
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