1. El hombre del bicentenario
El año pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de Charles Darwin. Medio mundo conmemoró el bicentenario. En el colegio Jarama de Rivas donde acudía semanalmente a coordinarme con Mercedes, la tutora de primero A, lo celebraron a lo grande con una Semana Cultural preparada largamente, densa en actividades y exposiciones. Desde comienzo del curso estubieron proyectando trabajando para pequeños, pero numerosos, talleres interactivos por los que pasaron después todos los niños. El tema global fue "La Ciencia" y Mercedes se encargó, específicamente, de la Biografía de Darwin y de la importancia de su trabajo con su Teoría de la Evolución como obra más notable.
Por mi parte , un profe que accede accidentalmente al centro, busqué algún material para su taller y, mientras lo revisábamos, comentamos lo difícil que sería explicar a los niños de primero la Teoría de la Evolución: ¡Si ni siquiera llegaron a aceptarla la mayor parte de la gente de su tiempo y muchos ni siquiera a entenderla!. Además, en su colegio -con integración de niños con dificultades motóricas- ¿Cómo explicarles la dura realidad de la adaptación de los más fuertes y su privilegiada posición en la supervivencia de la especie?
3. El aparente contrasentido del comportamiento altruísta
De mis años de estudiante de psicología me vienen a la mente los libros de Richard Dawkins ("El Gen egoista", "El relojero ciego"...) y sus reflexiones sobre el comportamiento altruísta (no egoísta) en palomas y otros animales. A través de numerosas evidencias llegaba a la conclusión de que, en el fondo, mediante una cadena lógica de razones (no perceptibles a primera vista por el individuo) el comportamiento altruísta era una consecuencia de factores encaminados a la supervivencia de los propios genes. Puro egoismo, al fin.Esa conclusión desasosegante revolucionó mis sistema de valores firmemente asentados hasta entonces.
Y en esas estuve largo tiempo. Mis antiguas y bienpensantes convicciones ante el altruísmo quedaron archivadas como "Caso abierto" (no puedo negarme a poner este símil televisivo después de tragarme semanalmente 2 capítulos de esa serie obligado por Charo, mi mujer, dueña del mando televisivo la mayor parte del tiempo).
Pasaron los años. Con el tiempo desarrollé (o se acentuó) una neurosis que se adehería a cada uno de los actos y pensamientos de mi vida. Esta enfermedad marca tu personalidad y tus actos. Evidentemente no estaba en la mejor posición para sobrevivir mejor que los demás. ¿O sí? En alguna parte había leído que, puesto que la indicencia de esta enfermedad es tan alta, algún tipo de ventaja debe proporcionar al individuo, alguna mejora adaptativa puede tener: quizás un mayor grado de alerta (que puede ser crucial en determinadas cirscustancias: guerras, amenazas...), mejores cualidades de anticipación, preparación y experimentación de estrategias... ¡Vaya! Parece que no hay mal que para bien no venga... Personajes hay que hacen de la necesidad virtud y extráen réditos hasta de sus debilidades (recordemos el caso de Wody Allen y sus características neurosis reflejadas en su filmografía).
Algunos años más tarde me sobrevino una importante pérdida de audición. Se trara de una sordera de tipo neurosensorial que me impide " disfrutar" del mundo sonoro: oir se vuelve penoso y poco fiable, escuchar trabajoso e irritante, descansar cansado (asociado a ella padezco acúfenos -ruidos- continuos en ambos oídos)... Se añade así un nuevo handicat a mis posibilidades de competir por la supervivencia (o al menos a mis posibles descendientes). Me veo obligado a depender más de las ayudas y el altruísmo de mis congéneres. ¡Me revienta necesitarles tanto! Me molesta aún más en cuanto mi sistema de valores parece que se iba decantando hacia la creencia de que no existe el verdadero altruísmo: "Nadie da nada por nada".
4. ¿Cómo sobrevivir siendo sordo en la prehistoria?
En ello estaba cuando el día 5 de julio de 1992 tuvo lugar en Atapuerca un hallazgo sensacional. En un área del lado norte de la Sima de los Huesos, (que empezó a llamar la atención de los palenteólogos hacia 1976, poco antes de acabar yo la carrera de magisterio) un hueso comenzó a tomar forma bajo la espátula. Se inició una ardua tarea , la cual culminaría con la intención de rodearlo para poder sacarlo intacto, de una pieza. Dos días después, el 7 de julio, se terminó de desenterrar el hueso y se comprobó que era un cráneo humano entero. Era la pieza más grande jamás obtenida en la Sima de los Huesos. Este cráneo, bautizado como Agamenón, es el conocido como Cráneo-4.
Aquel hallazgo me fascinó y llegué a identificarme fuertemente con este Neanderthal burgalés.
Esa historia y lo que la rodea merece una larga digresión.
Existe un motivo biográfico por el que me interesa especialmente este suceso. Viví en Burgos con continuidad desde el año 1973. Aunque hube de estudiar en varios internados alejado algunos años de esta ciudad siempre volvía por vacaciones. En el verano de 1978 mi hermano Jose Luís me invitó a visitar la "Cueva de Atapuerca". Yo había estado ya en esa sierra y había paseado por la trinchera del ferrocarril que abría en canal su suelo calizo. Pero en esta ocasión nos guiaba un amigo de mi hermano que conocía las cuevas proximas a la trinchera. Nos ofreció visitarlas y buscar dientes de oso, de los que abundaban en su interior, como botín.
No recuerdo con exactitud la cavidad que exploramos. Creo que fue la cueva Mayor. Si fue así estuvimos muy próximos a la Sima de los Huesos. Recuerdo esta, mi primera aventura espeleológica, como un poco claustrofóbica. Tuvimos que reptar unas decenas de metros emparedados entre suelo y techo con el espacio justo para arrastranos pegados al húmedo suelo. En algunos tramos el techo había estado cubierto de bellas estalactitas. Ya no quedaba prácticamente ninguna. Todas habían sido mutiladas y llevadas de recuerdo (algunas incluso adornaron un estanque del paseo del Espolón en Burgos durante muchos años). Yo cogí una porción cilíndrica de una de ellas del grosor de un dedo pulgar (recuerdo perfectamente su canal interior) y el brillo de minúsculas láminas de caliza en el corte). Esa pieza de aspecto cerúleo formó parte de una colección de minerales y fósiles que "dejé en herencia" en el colegio de Torres de la Alameda. Mi buen amigo Gildo me ha contado que aún los conservan lo que denota un raro interés entre el profesorado habitualmente "trashumante" de la comunidad. Nuestro guía nos hablaba de algunos restos prehistóricos (grabados, pinturas...). No recuerdo dónde llegamos pero sí que alcanzamos cabidades más o menos amplias con el suelo arcillos y revuelto. Mi hermano me certificó ayer mismo que alcanzamos incluso la entrada de la Sima de los Huesos.
Así que formé parte de uno de aquellos exploradores inconscientes que entraron como elefantes en la cacharrería de uno de los mejores yacimientos de neanderthales del mundo.
En aquel momento estuve muy próximo a Agamenón que es el nombre que el equipo que excava la Sima puso al propietario del cráneo nº 4 del yacimiento. Con técnicas detectivescas y apasionantes, los antropólogos ha llegado a conseguir una información increíble de estos antiquísimos paisanos mios: que presentaban varios traumatismos en el cráneo (los golpes, chichones y descalabros debían estar a la orden del día), que usaban la boca y los dientes como una tercera mano (lo que les provocaba una temprana artrosis mandibular), que tenían la higiénica costrumbre de usar mondadientes (ramitas), que eran diestros mayoritariamente, que gozaban de una relativa buena salud... y, lo que más llamó mi atención, el cráneo nº 4 presentaba una severa hiperostosis del conducto auditivo externo bilateral lo que redujo notablemente, quizá hasta la sordera, las capacidades auditivas de dicho individuo.
Era el caso del sordo más antiguo conocido. Los conductos auditivos de Agamenón (así bautizaron al propietario del cráneo nº 4) están casi cegados por un crecimiento anómalo de hueso en su interior. Este tipo de crecimiento fuera de lo normal es común en casos de infecciones graves del oído; probablemente, una persistente otitis dejó sordo a aquel individuo.
La repentina imagen de un "hombre de las cavernas" sordo que había sobrevivido hasta la edad adulta me conmovió: ¿Cómo era posible que no hubiera muerto a los frecuentes ataques de la fauna carnívora documentada de la época que incluye osos, leones, especies de panteras, lobos, zorros... Todos ellos animales sigilosos, reyes del silencio...?
Sólo cabía una explicación: los "hombres de las cavernas" , los neandertales (esa especie de tio soltero que no dejó descendencia) cuidaba de sus semejantes o valoraba quizás otras habilidades que hacían abstracción de la fuerza y los sentidos. ¿Acaso fuera una especie de brujo, algo parecido a un sacerdote, un jefe...?
¿Posible hiperadaptación o instinto protector?
Aquí me vuelve a surgir la duda. Desde mi propia experiencia observo que la pérdida auditiva hizo que buscara todo tipo de adaptaciones: adquisición de nuevas especialidades, aprendizaje de lenguaje de signos, adaptaciones en el puestro de trabajo...
Pero posiblemente fue una conducta altruísta de sus compañeros lo que mantuvo con vida a Agamenón. Y esta es una diferencia que los hace específicamente "humanos". Esta conducta no es exclusiva del hombre actual. También nuestros lejanos parientes neandertales la poseían.
Así pues, tranquilizado al saber que mis congéneres me van a ayudar en mi estado de minusvalía respiro más tranquilo y agradezco su ayuda. Sé que puedo confiar en ellos y ¿quién sabe? devolverles de alguna manera el favor... Aunque quizás este "comercio de ayudas" sea un truco de los genes para preservarse... "Sea altruísta: al final los de "su familia" (sus genes) saldrán ganando" .
5. Una acnee de hace 530.000 años
No había acabado de digerir las consecuencias de este hallazgo cuando, unos años más tarde, apareció en el mismo lugar otra prueba contundente a favor del altruísmo.
Hace 530.000 años, en la Sierra de Atapuerca (Burgos), un grupo de 'Homo heilderbergensis', antepasados de los neandertales, cuidó de una niña (es lo más probable) que había nacido con una craneosinostosis, una grave deformación del cráneo, hasta su preadolescencia. El hallazgo del fósil de ese cráneo parece indicar que en aquellos lejanos tiempos prehistóricos los individuos diferentes no sólo no eran rechazados, como ocurrió más adelante en la Historia, sino que contaban con protección.
El resto humano fue recuperado, dividido en numerosos fragmentos, en la Sima de la Huesos en las campañas de 2001 y 2002. Tras reconstruirlo , los investigadores comprobaron que tenía una patología muy extraña, que consiste en un cierre prematuro de partes del cráneo en el primer año de vida.
En la actualidad, la craneosinostosis se opera cuando los huesos aún son blandos en el bebé. En caso de no intervenir, el afectado puede sufrir presión intercraneal, dado que el cerebro sigue creciendo, que podría afectar a su desarrollo cognitivo y tambien causar daños permanentes en el ojo o el oído.
El estudio de este Cráneo 14 revela que se trataba, más probablemente, de una niña de unos 10 años, preadolescente, es decir, no había alcanzado la madurez.
La investigadora Ana Gracia, del Centro de Evolución y Comportamiento Humano de la Universidad Complutense y el Instituto de Salud Carlos III, explica que sufría una craneosinostosis simple lambdoidea, es decir que el lado izquierto estaba fusionado, lo que hizo que el derecho se desarrollara más y pareciera abultado y asimétrico." Es una patología que se da en menos de seis casos de cada 200.000 nacimientos, asi que una rareza excepcional ahora y mucho más en aquella época. Por el estudio parece ser que la fusión ocurrió en el tercer trimestre de gestación por causas traumáticas, como un golpe. Probablemente desarrollaría la tortícolis para compensar su cabeza asimétrica", explica Gracia.
Para el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga "...afecta al desarrollo estético de la persona. Hay que imaginar a un menor que tendría la cara deformada ... y, unque no podemos saberlo, quizás sufriera también algún tipo de retraso mental" ... "Ello nos describe una sociedad protectora y que no discrimina porque su aspecto debía ser muy especial, asimétrico. Algunos colegas nos han dicho que este fósil nos presenta a una humanidad muy humana". El autor recuerda que el caso de un hospicio medieval, el del Hospital Sant James y Sant Mary de Chichester (Inglaterra), donde se ha encontrado un alto porcentaje de cráneos infantiles con este tipo de deformación, lo que indica que "los humanos de aquella época sí abandonaban a estos niños, contrariamente a lo que hicieron sus remotos antepasados hace medio millón de años."
Después de trabajar varios años con niños con necesidades educativas especiales, después de leer muchas veces en los renglones torcidos de Dios, después de buscar inutilmente razones empíricas para entender nuestro instinto protector... hay algo que se me escapa. La adolescente a la que pertenece el cráneo 14 me resultaba muy familiar: pienso en otros niños y jóvenes y sus nombre me vienen a la cabeza: Ana, Cristina, Verónica, Marta... Estos hijos fallidos de la tribu, posibles condenados en épocas oscuras a morir, siguen moviendo unos resortes inexplicables más allá de la religión, de la evolución, de la ética, del instinto...
¿Qué sabe la vida que nosotros no llegamos a comprender?
6. Elvis, la pelvis.
Un hombre mayor andaba dificultosamente por las laderas de una sierra burgalesa. No sabemos su nombre, por eso, los que luego le conocieron le bautizaron Elvis. Como muchos ancianos unas antiguas lesiones y una deformidad lubar le impedían caminar y cazar. El hombre se movía con dificultad. Usaba un bastón y de vez en cuando se apoyaba en alguno de los jóvenes de su familia. Era un hombre robusto, pero su dolencia (la enfermedad de Baastrup o artrosis interespinosa), desplazaba el centro de equilibrio de su cuerpo haciéndole tambalear a cada paso. Caminaba encorbado y sufría dolores muy intensos. El hombre, ya anciano, sufría esta enfermedad desde niño. Toda su vida había sido una torturante lucha por sobrevivir. Sin embargo estaba fuerte. Había podido comer bien, su familia le había ayudado hasta su vejez. Gracias a la humanidad de sus congéneres había tenido una vida relativamente plena. Murió a los 50 años. Fue realmente longevo para la época. Vivió hace más de meido millón de años. De su sepultura, la Sima de los Huesos, sólo hemos podido recuperar la pelvis y cinco vértebras fosilizadas, pero son suficientes para conocer su historia. Sabemos hoy que su familia, los heilderbergensis, cuidaron de él, lo alimentaron y ayudaron durante más de 45 años. Literalmente murió de viejo. Es una prueba irrefutable más (y es la tercera que describo) de un comportamiento altruísta en una especie humana, aunque no precisamente en la nuestra (homo sapiens). Y todo ello, en el reducido espacio del enterramiento (parece casi seguro que de esta práctica tan humana es el resultado de los restos 30 individuos de la Sima) de apenas tres decenas de preneandertales: un sordo, un discapacitado y un jorobado artrítico sobreviviendo en la prehistoria. 7. Los que no sobrevivieron
Un hombre mayor andaba dificultosamente por las laderas de una sierra burgalesa. No sabemos su nombre, por eso, los que luego le conocieron le bautizaron Elvis. Como muchos ancianos unas antiguas lesiones y una deformidad lubar le impedían caminar y cazar. El hombre se movía con dificultad. Usaba un bastón y de vez en cuando se apoyaba en alguno de los jóvenes de su familia. Era un hombre robusto, pero su dolencia (la enfermedad de Baastrup o artrosis interespinosa), desplazaba el centro de equilibrio de su cuerpo haciéndole tambalear a cada paso. Caminaba encorbado y sufría dolores muy intensos. El hombre, ya anciano, sufría esta enfermedad desde niño. Toda su vida había sido una torturante lucha por sobrevivir. Sin embargo estaba fuerte. Había podido comer bien, su familia le había ayudado hasta su vejez. Gracias a la humanidad de sus congéneres había tenido una vida relativamente plena. Murió a los 50 años. Fue realmente longevo para la época. Vivió hace más de meido millón de años. De su sepultura, la Sima de los Huesos, sólo hemos podido recuperar la pelvis y cinco vértebras fosilizadas, pero son suficientes para conocer su historia. Sabemos hoy que su familia, los heilderbergensis, cuidaron de él, lo alimentaron y ayudaron durante más de 45 años. Literalmente murió de viejo. Es una prueba irrefutable más (y es la tercera que describo) de un comportamiento altruísta en una especie humana, aunque no precisamente en la nuestra (homo sapiens). Y todo ello, en el reducido espacio del enterramiento (parece casi seguro que de esta práctica tan humana es el resultado de los restos 30 individuos de la Sima) de apenas tres decenas de preneandertales: un sordo, un discapacitado y un jorobado artrítico sobreviviendo en la prehistoria. 7. Los que no sobrevivieron
Con fines didácticos, los paleontólogos suelen hacer reconstrucciones de las especies desaparecidas. Esta especial foto de una niña neandertal es poderosamente sugerente: fragilidad, ternura, belleza, indefensión... las mismas sensaciones que nos produciría uno de nuestros hijos.
Y sin embargo su familia, sus genes, no han sobrevivido: ¿Por qué?
Este problema fascina a los científicos. ¿Qué ocurrió?
¿Qué diferencia determinó su extinción y motivó la expansión de nuestra propia especie?
Me encanta recrear su existencia. Pensar sobre su concepción del mundo. Elucubrar sobre su comportamiento, su lenguaje, sus adquisiciones científicas, sus "valores" ... Día a día se descubren detalles más emocionantes sobre sus costumbres y creencias. Novelistas y divulgadores simulan y recrean su vida, sus posibles proezas...
Me ronda, a veces la sospecha, de que algún tipo de gen "aniquilador" (el gen de los vencedores) está anclado en nuestra especie. Somos la especie del Conquistador. Quizás no fue suficiente el equipamiento genético que nos mueve al altruísmo (algo que compartimos con el neandertal, como se ha demostrado). Comentaba Arsuaga sobre este enigma que es posible que los neandertales sintieran algún tipo de debilidad frente a los cromagnones: sus facciones, su piel, su complexión más endeble... les evocaban la imagen de sus propios hijos. Que las apariencias engañan puede ser un refrán de largo recorrido en la historia.
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