El niño decía "puta, puta" y se reía. Lo repetía "puta" y me miraba juguetón con sus traviesos ojos verdes.
Josemi era uno de mis primeros alumnos. Tenía 5 años. Su cuerpo intoxicado por una sangre demasiado ácida le había dejado secuelas físicas y psíquicas. Apenas decía alguna palabra. Su familia se fue rompiendo en pedazos a lo largo de los años. Su cuerpo, delgado y frágil, cubierto en parte por las escamas de una soriasis persistente, era flojo, desgarbado.
Allí estábamos, sentados ante el doble pupitre escolar de la mesa de logopedia. Él reía mientras repetía: "puta, puta, puta...". Yo fingía exasperarme y le reñía amenazadoramente: -¡No se dice "puta"!. ¡Esa es una palabra muy fea! ¡La gente se enfadará contigo! ¡Que no se dice! ¿Te quieres callar?... Se lo estaba pasando en grande. Se había dado cuenta de que el profe actuaba. -!No digas eso Josemi, te van a castigar!...
Josemi tenía diagnósticada una dispraxia verbal, padecía un grave problema metabólico, tenía una familia desestructurada ... tenía... demasiados problemas. Las intervenciones en el lenguaje debían ser intensivas, pero los resultados eran muy lentos...
Y así seguimos, Josemi y yo, en medio de una situación disparatada: Yo encolerizado, comportándome cómo si presenciara un escándalo mayúsculo y él, repitiendo divertido: puta, puta... En esto llegó el momento del cambio de clase. Josemi se reintegró a la clase de su profe "Doña Pepita" que, próxima a la jubilación, recibió con un suspiro la llegada de su alumno más difícil. Yo volví a mis quehaceres con el siguiente grupo de logopedia. En el pequeño cuartucho, único recinto que se pudo habilitar, ya me esperaban 3 alumnos con dislalia sentados frente al espejo.
Acabada la clase la profesora de Josemi, Pepita, vino a buscarme y me dijo muy seria: - Jesús, a mí no me parecen nada bien esos sistemas modernos para enseñar a Josemi. Se ha pasado la clase diciendo "puta" a todo el mundo.
No pude evitar una sonrisa: -¿Y no le has castigado?
- ¿Yo? ¡Nooo!, ¡Sí se lo has estado enseñando tú...! ¿Cómo le voy a castigar?
- Pepita, yo no le enseñé nada. Le salió sólo cuando intentaba decir el nombre de su profe, tu nombre. Quiso decir Pepita y le salió "Puta" y yo me enfadé muchísimo y le reprendí. Y le amenacé para que no lo repitiera. De sobra entendió que esa palabra iba a producir un efecto "tremendo" en los demás. Me harté de decírselo...
Pepita me miró entre perpleja y desconfiada: - Bueno, bueno, le castigaré...
Yo sentí una profunda alegría. Josemi había descubierto el gran poder del lenguaje para influir en los demás. Sí, sería castigado... pero de vez en cuando lanzaría una llamada al mundo, reclamaría su atención y marcaría su presencia: su primer grito de afirmación: puta. Y, respecto a lo indadecuado del vocablo, tiempo habría de pulirlo y educarlo.
Hoy he recibido la noticia de que Josemi murió este verano. Apenas llegó a los 20 años. Tras ocho años de convivencia en el aula llegamos a conocernos muy bien. Le recuerdo. Siento su rebeldía y su rabia: ¡Puta vida!
viernes, 19 de noviembre de 2010
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Pepita, puta, putita... y que más da, como diría la canción: "la vida sigue igual".
ResponderEliminarSi, llevas razón Jesús, que inmenso poder tienen las palabras y cuántos sentimientos de todo tipo pueden expresar.
ResponderEliminar¡Gracias Jesús, por todo lo que compartes en el blog y por la mágia que encierran tus palabras!