Ese día C. estalló: ¡Me joden los inteligentes!
Y se quedó tan a gusto.
Y el profe, que pasaba por allí, se quedó mirándolo mientras sus sentimientos se paseaban en el filo entre la reprobación y la simpatía: Primero, C. demostraba que no era tan tonto como podía parecer. En segundo lugar tenía perfecto derecho a manifestar su frustración. Tercero: quizás entreveía ya su destino laboral en algún cuerpo militar (La Legión sin ir más lejos) donde dar rienda suelta a su rebeldía gritando, como un pequeño Millán Astray: ¡Muera la inteligencia! ,¡Viva la muerte!.
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