"Un matrimonio de jubilados lleva 365 días acampado en la calle con su hijo en coma. Están en la plaza de Jacinto Benavente, a una calle de la Puerta del Sol. Viven en una caseta de madera enfrente de una sede del Ministerio de Justicia [...] la familia pide "justicia" para su hijo, que siempre está dentro, paralizado sobre una cama en un espacio pequeño con olor a plástico.
Antonio Meño Ortega, de 41 años, se quedó inválido en 1989 en una operación de cirugía estética. [...]. Durante la rinoplastia hubo un problema y su cerebro se quedó sin oxígeno. Sus padres llevaron a los tribunales a la clínica privada donde lo operaron, Nuestra Señora de América, y al médico responsable de la anestesia. Un juzgado de lo Penal culpó al anestesista de retirarle el oxígeno a Antonio antes de que pudiera respirar [...]. El médico debía indemnizarlo con 175 millones de pesetas (más de un millón de euros).La Audiencia Provincial, primero, y luego el Tribunal Supremo rechazaron esa sentencia y exculparon al anestesista. El Supremo condenó a los padres a pagar 400.000 euros a la clínica y al anestesista por los gastos del juicio. El matrimonio, Juana y Antonio, dos panaderos de Móstoles, presentó un incidente de nulidad y el Supremo reanudó la tasación de costas. Los Meño decidieron echarse a la calle con su hijo.
Y en la calle, 21 años después de la operación, ha aparecido la última pieza del rompecabezas, un hombre que en diciembre se topó con su caseta de madera por casualidad, según dice la familia, y resultó ser un médico en activo que estuvo en la operación de su hijo como aprendiz, pero que no participó en los juicios. I. F. G., el nuevo testigo, afirma:
"Durante la operación observé que se producía una alteración del ritmo cardiaco, por lo que hice un comentario y llamaron a la auxiliar. El anestesista estaba en otro quirófano en ese momento. Al cabo de unos minutos apareció, levantó los paños que cubrían la cabeza del paciente y comprobó que el tubo a través del que respiraba el paciente se había desconectado. El anestesista exclamó: ¡Dios mío, se ha desconectado!". El testigo, que no ha querido hacer declaraciones a este periódico, nombra en su descripción de los hechos a los cirujanos, al anestesista y precisa el color de ojos y de pelo de la enfermera.
De acuerdo con el testimonio, el fiscal del caso, Félix Herrero Abad, entiende que en los juicios los demandados, "todos ellos unidos por lazos de parentesco y amistad, (...) ocultaron datos a los perjudicados y a los órganos judiciales". La Fiscalía sostiene que la prueba supuestamente escamoteada a la Justicia "podía haber dado lugar a una sentencia totalmente distinta" y reclama al Supremo que se admita la demanda de revisión del caso.
DIARIO EL PAÍS. PABLO DE LLANO - Madrid - 17/06/2010
De Tirso de Molia a Sol cruzo la Plaza de Benavente apremiado por la lluvia que arrecia. En un momento llevo mi mano a la visera para proteger mis gafas de la lluvia y en ese isntante la veo allí, extrañamente absurda, como un error en las clásicas tarjetas de logopedia de "¿Qué falta?, ¿Qué está equivocado?": Una chavola destartalada, cubierta con rafia de plástico azul, llena de letreros y pancartas. Instalad a apenas seis pasos la puerta del Ministerio de Justicia. ¡Qué cerca de la Justicia puede aposentarse la injusticia!
El relato y la justificación de este "error urbanístico", que las autoridades municipales y estatales no se atreven a "subsanar", lo ha relatado la prensa estos días (1), (2), (3). Yo, siento el repiqueteo de las gotas en el plástico haciendo coro con latidos de un corazón ciego, y me solidarizo con la tragedia de Antonio.
También yo tuve mi particular pequeña tragedia en esa misma clínica. Por suerte puedo definir mejor como "tragicomedia" lo que aconteció pues, ahora, cuando lo recuerdo me resulta cómica y, al contarlo, rien de buen grado mis amigos alternando entre el buen humor y la incredulidad.
Corría septiembre de 1987. El curso pasado había tenido la brillante idea de jugar un partido de futbol con los chicos de la clase. En uno de los quiebros realicé un apoyo forzado y, a partir de entonces, se instaló un agudo dolor en la rodilla. Ahí empezó todo. En verano realicé un viaje a Portugal por la Ruta de las Molestias. Me convencí de visitar al traumatólogo inmedaitamente en cuanto regresara.
Afiliado a ASISA, hojeé confiado las hojas de mi cuadro médico y elegí un especialista de la clínica de Nuestra Señora de América. ¿Sería por estar en Arturo Soria? El caso es que por el nombre, la fachada o por ser privada; me pareció que había de ser una clínica excelente. Pasé consulta. Me hice las radiografías de rigor. El médico aún dudaba. Pidió radiografías más precisas...
En la consulta posterior, con mis radiografías en la mano, encontré que mi traumatólogo estaba de vacaciones. El sustituto me hizo algunas preguntas, miró las radiografías un instante y disparó a bocajarro:
- ¡Hay que operar! A continuación me informó: -Te puedo operar yo. Opero esta semana.
Pasado el susto inicial pensé para mí que me venía bien. Empezaba el curso esa misma semana y podría aprovechar los primeros días de septiembre para la intervención. El posoperatorio sería rápido -unos 15 días, aseguró-. Se trataba de una operación de menisco mediante artroscopia. Accedí.
-Ven 6 horas antes para estar preparado y relajado. - De acuerdo, contesté.
Así que me presenté el día indicado 6 horas antes como me habían recomendado. Portaba mínimo equipaje: pijama y bolsa de aseo. Me acompañaba mi mujer. Acudí a la recepción instalada en un pasillo. Me informan entonces de que no hay habitaciones disponibles. Había que esperar a que vinieran los médicos y dieran las altas. Bueno -pensé- era un contratiempo que pensaba sobrellevar sin descomponerme. Ví al fondo unas butacas adosadas a la pared y allí me dirijí a pasar el rato: ración de periódico a fondo y libro a continuación.
Pasaron las horas. En el pasillo coincidíamos inquietos un grupo de pacientes citados a las operaciones de ese día. En esos momentos éramos ya pacientes impacientes. Algunos estaban francamente enojado: sin habitación apenas 2 horas antes de la intervención, sin nadie que nos diera razón de la tardanza o de la escasez de camas... Alguno acabó marchándose de malos modos dejando su operación para épocas más propicias.
Aburrido, cansado de esperar, terminé por sentarme en una de las butacas adosadas a la pared. En ese momento oí el peculiar ruido de un desagüe. Instantes después me sobresalto empapado: ¡Alguien me ha arrojado un cubo de agua sobre la cabeza!
Miro arriba. En lo alto pasillo se ve un boquete de obra con acceso a las cañerías de desagüe, en reparación. De ahí ha venido el chapuzón. Aún chorrea agua por la pared.
Escurriéndome el agua de la ropa, tiritando, excitado; pido explicaciones a la enfermera de la ventanilla... No sabe nada. Ni siguiera ensaya una disculpa. Descuelga el teléfono y pregunta qué ha pasado. Al cabo de un rato me explica que, por obras en las cañerías, habían cerrado el agua en el piso de arriba; pero la señora de la limpieza, que no lo sabía, había vaciado un cubo de fregar en uno de los retretes:
- ¡He sido cubierto de mierda!
Sin mostrar ninguna compasión por mi penoso estado, tengo que ser yo quien le urja a conseguirme una habitación: - ¡Necesito una ducha, me operan dentro de dos horas! Cómo parece que es imposible, al menos le pido que me proporcione jabón para lavarme en los aseos del pasillo. Me lavo lo mejor que puedo y me pongo el pijama que, gracias a Dios, llevaba.
Justo diez minutos antes de la hora señalada para el quirófano nos consiguen una habitación. La que tenía que haber sido individual resultó necesariamente compartida. Yo me apresuré a ducharme. Poco después al celador que me afeitaba la rodilla le cuento el caso y le pregunto si afectará a la asepsia de la opración este suceso... Cree que no (¡Ya, y una leche...! -pienso yo-)
Cuando se supone que debía entrar yo en el quirófano, llaman primero a mi compañero de cuarto, un joven de la ONCE que tiene una grave malformación en los pies. La operación duró horas, se eternizaba. En un momento dado sale apresuradamente el anestesista y pregunta a la madre sobre una posible alergia o incompatibilidad de su hijo. La madre le responde afirmativamente. Existe una incompatibilidad y ya lo había comunicado. Tenía que estar en el informe. El anestesista vuelve a entrar a toda prisa. All cabo de un tiempo ¡por fin! regresa el paciente. Parece que la operación (al final) salió bien. Me toca a mi. Me introducen en el quirófano. Allí, ahora, reina un ambiente relajado. El personal parece de buen humor después de unos momentos que, adivino, fueron de tensíón con el otro paciente. Me alarmo. En unos altavoces suena "La Bamba". Me parece irreal todo esto. Los médicos charlan y bromean. Nadie me presta atención. Me entran ganas de salir corriendo, si pudiera... Finalmente se acercan y me rodean. Les comento lo de la música suplicándoles que me tomen un poco en serio: ¡Que me van a operar! La enfermera se muestra humana y me da conversación. Me pregunta de dónde soy, cómo se llaman mis padres... me pide que cuente: uno, dos, tres... cuatro.... cin co... seis... sie...
Me despierto congelado, siento mucho frio. Me llevan por un pasillo hasta la habitación. Pido una manta. Allí me reciben Charo y familia. Yo estoy helado. Poco a poco me empieza a doler la rodilla. Cualquier leve movimiento me hace ver las estrellas. Paso la noche en blanco, incómodo, sin poderme mover. Al día siguiente me visita mi particular carnicero. Me pide que levante la pierna. Yo no lo veo posible. Él insiste. Lo hago. En ese momento parece romperse algo dentro de mi articulación. Grito atormentado por el dolor. Él se muestra satisfecho y me anuncia que todo va bien: - En un día a casa, comenta. No tendré que hacer nada especial. Mejor no llevar muletas.
Así es que bajé las escaleras del hospital por mi propio pie, apenas ayudado por Pedro, mi cuñado, que al tanto de las recomendaciones del doctor se burlaba de mis quejas.
En casa esperé que regresaran mis fuerzas y bajara mi hinchazón los 15 dias anunciados. Aquello no mejoraba. La siguiente visita al hospital me recibió el doctor original que, cuando me vio, se extrañó de que me hubieran operado. Ladando la cabeza comentó al colega en prácticas que le acompañaba: -¿Puedes creer que me ha operado a todos los pacientes...?
Hube de visitarle muchas más veces... La convalecencia, prolongada mes a mes, duró medio año (casi hasta final de curso). Tuve de someterme a una nueva operación exploratoria buscando explicaciones a la continua hinchazón. El médico hizo venir en una de aquellas consultas a mi particular carnicero. Bajó con el delantal lleno de sangre, recién salido de los quirófanos, y me examinó, con cara de profundo desagrado, la rodilla. Me preguntó con intención de inducir una respuesta postiiva:
-¿Verdad que estás bien?
- Hombre, estar bien... llevo con esto cinco meses ya... usted me dijo que 15 días y aún no me baja la hinchazón y me duele...
Entre visita y visita, atando cabos, llegué a la conclusión de que aquella fue su primera artroscopia, de que necesitaba prácticar cirugía (sin importar demasiado sobre quien, ni cómo...), que quería forrarse (tantas operaciones y no suspender ninguna pese a las circustancias en que ocurrieron...) Mi doctor (el bueno) llegó a comentar en una ocasioón cuando le conté la historia del cubo: - "Yo no me hubiera operado". Algunos de los citados ese día, símplemente por el retraso que se acumulaba, se fueron a su casa... Pero yo... tenía comprometido en el trabajo mi vuelta para 15 días después. Lo que es la vida.
A mi carnicerito particular apenas lo volví a ver. Sólamente una vez más se acercó para pedirme que le firmara de nuevo un papel para el anestesista. Parece que lo había perdido y lo necesitaba para cobrar...
Medicina privada... privada... de ética.
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