La Ortograrfía ("Terror del ser humano desde la cuna", en palabras de García Márquez) mantiene la mayor parte de sus dictados normativos: la "ge" y la "jota" siguen ahí, las "haches" se mantienen con su arbitratria lógica (para las mentes infantiles), los libros de texto de primaria seguirán dedicando una página de cada lección a las normas de la "b", la "uve", las "x/s", las "k/qu/c", las "ll/y"... sin embargo algunas cosas sí cambiarán: la "i" griega se llamará "ye" (como ya hacíamos muchos maestros y logopedas), la "be" deberá llamarse únicamente "b" y no "b-alta" o "b-larga", la "w" se llamará "doble v" y la "i-latina" se llamará símplemente "i".
Clarificando el abecedario la "che" y la "ll" ya no serán letras (que sí fonemas) diferenciados. El abecedario queda definitivamente con 27 letras.
En la acentuación eliminaremos el peliagudo problema de diferenciar el "sólo" (equivalente a solamente, adverbio de modo) con el "solo" (adjetivo) o el "éste" (pronombre) con el "este" (demostrativo). A partir de ahora los pronombres homófonos con los demostrativos no llevan tilde obligariamente (aunque se permita su uso).
Otra modificación curiosa es la desaparición de la tilde en la "ó" disyuntiva entre cifras ("4 ó 5"). Parece que las diferentes grafías de los dígitos y la "o" en las fuentes de los procesadores de texto hacen innecesaria esta norma.
Otra pequeña revolución es el uso de la "k", ya generalizado como la ortografía natural de los sonidos Qua, Qui, Quo. Ya no existirá "quorum", sino "cuórum"; ni Qatar, sino Catar; ni Iraq, sino Irak. Igualmente la mayúscula se eliminará de los términos genéricos que anteceden a un nombre propio (Ya no será Golfo de México, sino golfo de México). Otro cambio más: los prefijos se escribirán unidos sólo a palabras simples ("exmarido", "antisocial", "proamericano"), pero separado ante palabras compuestas ("ex capitán general", "pro derechos humanos"...).
En el caso de los diptongos e hiatos se produce una aclaración. Resulta que no está tan clara la pronunciación como diptongo o hiato de un buen número de palabras (hay mucha disparidad entre los 450 millones de hablantes del español). Antes, la RAE, dejaba al criterio de cada cual la pronunciación y, por tanto escritura de la tilde, en palabras como guion-guión, hui-huí, riais-riáis, truhan-truhán, fié-fie... Ahora dicta norma: se pronuncien como se pronuncien se escribirán siempre sin tilde.
Así que fregando, pegando y reluciendo; nuestra Real Academia Española modifica estas normas que fueron el terror de nuestra infancia. Aún recuerdo el pánico en los examenes a las fatídicas faltas que restaban un punto. Llegué a un dominio extraordinario de los sinónimos alternativos para eludir el terrible "observa" que me hizo dudar años enteros entre v/b en sus cuatro posibilidades. Durante años Robert Louis Stevenson fue mi héroe y no precisamente por su fascinante novela "La Isla del Tesoro" sino porque leí en su biografía que cometía innumerables faltas de ortografía (y si él había llegado a ser escritor, mi futuro no estaba del todo perdido...). Frustrado y perplejo me rebelaba ante los que aseguraban que leyendo se aprendería la ortografía de las palabras con seguridad. Yo leía mucho pero mi vista pasaba sobre el texto sin fijarme demasiado en el ropaje de las palabras, mi mente vivía en el mundo de la historia narrada. Libros ha habido que, al terminarlos, me preguntaba sobre el nombre del personaje sin ser capaz de recordarlo y escribirlo correctamente.
A trancas y barrancas, sin pasar de lo mediocre, aprobé la asignatura que más me gustaba: Lengua Española. Sin embargo llegado el bachillerato me decanté por la rama de ciencias (y sólo por no tener que vérmelas con la temida ortografía). Cuando llegó el momento de hacer la oposición tuve que plantearme muy seriamente el estudio sistemático de estas normas. Llegué a realizar un abultado fichero donde clasificaba y anotaba normas y palabras. Gracias a Dios (y a mi esfuerzo) aprobé los duros exámenes (algunas faltas cometería que me bajarían la nota, seguro). Y aquí estoy. De profe. Y, la verdad, ahora no suelo cometer faltas (a poco que me fije). Sin embargo, el mayor sinsentido normativo, me ocurrió cuando estudiaba la carrera de magisterio. Pese a seguir la rama de ciencias, ante la posibilidad de elegir una optativa, me dejé llevar por mi debilidad por la Lengua Española y la elegí. Todo iba bien. Medias de notable hasta que llegó el examen cuatrimestral y, al desarrollar un texto literario, cometí el horrible pecado de escribir Cerbantes así, con "b". Ello me valió el suspenso. Mis protestas no conmovieron a mi profesora que, firme en sus trece, aseguraba que escribir Cervantes con "b" era una barbaridad. Pasaron los años.Recalé en Alcalá. En una visita a la casa del escritor observo con incredulidad la firma del genial escritor:
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