lunes, 20 de diciembre de 2010

AVÉ si llegas

Con gran despliegue de medios se inauguró ayer la línea de AVE Madrid-Valencia. Para los primeros viajeros las impresiones describen sensaciones excelentes: ¡rápido!, ¡cómodo!, ¡funcional!, ¡permitirá ir a bañarse y volver en el día!, ¡todo perfecto, sólo me hubiera gustado que no lloviera para ver el paisaje...!. En hora y media nos plantamos en Valencia pasando por Cuenca. No está nada mal con la que nos ha venido encima en el transporte aéreo con los controladores, pilotos, AENA, volcanes, nieve, niebla, terroristas, etc...
En el medio siglo que, de momento, ha durado mi vida he tomado muchas veces el tren. Casi niño, con 15 años apenas, ya hacía el trayecto Burgos-Tuy en el "Gallego"; tren nocturno atiborrado de portugueses emigrados que hacían la vuelta a casa. En cada principio y final de trimestre tocaba esperar en la estación, entrada la noche y viajar durante más de 10 horas con parada en Astorga incluída mientras oíamos entresoñando los reclamos de las vendedoras: "¡Mantecaaadas de Aaastooorgaaa!" Después al llegar a nuestro destino en Guillarei (creo que así se llamaba)  aún nos quedaba caminar desde esa estación a la ciudad de Tuy durante más de una hora. Las tres vacaciones anuales de dos cursos enteros (1974-1975) estuvieron acompañadas por esta rutina viajera.

No me asusté, pues, cuando al presentarme en el Gobierno Militar en Burgos para realizar el servicio militar en 1978, me dieron un sobre con varios tikets y billetes junto a tres bolsas de plástico con menú-raciones de viaje para tres días. Mi destino era Almería y, el Gobierno Militar, había encontrado (sin Tom-Tom en aquellos tiempos) la ruta "más barata" Burgos-Almería activando: mercancías, trasbordos, esperas de hasta 12 horas, cambio de estaciones... Así, pues, llegar a mi destino me llevó tres dias con sus dos noches de tren o estación, bocatas gomosos, zumos, quesitos y manzanas. Recuerdo haber visitado el retiro durante laaaaasrgas horas, haber montado en trenes mineros y observar extraños bucles entre las líneas del plano que llevaba sin comprender la razón de semejantes trayectorias. Finalmente llegué a Almería. En la estación observé que había crecido mi primera barba y me dio la impresión de ser un viajero del tiempo. 

Viajar, en la mili, era muy complicado. Permisos (máximo de fin de semana) y malas carreteras entonces para cruzar la península de sur a norte en toda su longitud. Ida y vuelta. Sin embargo (más pueden dos tetas que en la mili la retreta) muchos realizaban un viaje agotador para ver a la novia. Algunos inexpertos, extenuados, sin apenas dormir; iniciaban un mortal regreso el domingo por la tarde y dejaban la vida en las cunetas entre los amasijos del automóvil.  La situación llegó a ser tan grave que el campamento Alvarez de Sotomayor fue oficialmente "arrestado", esto es,  no se permitía a la tropa el viajar fuera de la provincia. Algunos, jugándose oscuros meses de calabozo, siguieron haciéndolo. Los que no teníamos ni coche, ni dinero, ni amigos allí, tuvimos que conformanos con esperar al permiso que, por un mes, podía disfrutar la tropa.

En verano me llegó a mí el ansiado permiso. Había en el campamento una empresa de autobuses que poseía el monoplio de los viajes de los acuartelados en rutas por toda la península. Seguramente hicieron inmensan fortunas con esa exclusividad, pero en aquel año, liberalizaron la actividad y una nueva empresa ofertó viajes a precios muy inferiores. Recuerdo que el viaje hasta Burgos (que venía a valer 1.500 pesetas) había bajado hasta 800. Encantado por el chollo saqué un billete en la nueva empresa. Llegado el día montamos apenas una treintena de personas en el autobús.  Aquello me dio mala espina. Hablando con los viajeros me di cuenta de que yo era el único que llegaría hasta Burgos, el resto paraba en Madrid. Pregunté al conductor y me dijo que en Madrid me pondrían un coche hasta Burgos. Un tanto extrañado de que pusieran un coche para mis solo hice el trayecto hasta la capital donde desembarcaron todos y, cuando me disponía a aguardar las instrucciones para el coche prometido, el conductor me comunicó que no había podido ser y que tendría que bajar allí. Que cuando volviera arreglaría la devolución de la parte correspondiente del importe. Así que me vi solo en Madrid, sin dinero para coger otro autobús... Pasé la noche paseando con mi petate, sentado en los bancos, dormitando en los jardines... Al amanecer emprendí a pie, Castellana arriba, el camino de la N-1 hacia Burgos. En las afueras hice autoestop lo que me permitió avanzar un tramo hasta Colmenar Viejo. Hice un tramo de varios kilómetros andando (el petate al hombro) hasta El Goloso y, aún no sé como, logré recalar en san Sebastián de los Reyes. Desde allí -de un tirón- a Burgos. He de añadir que, a la vuelta, al reclamar a la nueva compañía de autobuses se propagó en la pequeña ofician una epidemia de amnesia y directivos desaparecidos. Nada pude hacer.

Me quedaban 7 meses más de mili hasta "la blanca". Por una de esas casualidades de la vida tuve suerte y conseguí una semana de permiso. Parece que en ello influyó que lograrar hacer disparar a la vieja MG (ametralladora alemana de la segunda guerra mundial) que manejaba tiro a tiro a base de acariciar el gatillo con leves toques. Esa tontería pareció impresionar a algún coronel. El caso es que disponía de 7 días. Decidí, esta vez, viajar en tren.  Los militares teníamos tarifas especiales en ciertos trenes (más lentos y combinados con numerosos trasbordos). Embarque hacia Madrid, primera etapa, antes de trasbordar hacia Burgos en Chamartín pero, por desgracia sufrimos un retraso considerable. Cuando llegamos, el tren con el que debíamos enlazar ya había salido. Eran las 12 dela noche y un grupo de viajeros nos habíamos quedado sin nuestro trasbordo. Nadie se preocupó por nosotros. Una buena señora con tres niños pequeños, intentaba apurada en el andén, que algún empelado le explicara qué podía hacer. Una  hora después por fin se dignaron dirigirse a nosotros para comunicarnos que se cerraba la estación y teníamos quee abandonarla. La madre, llorando, suplicaba que la ayudaran. Finalmente un empelado le proporcionó billetes para un hotel cercano (parece que teníamos derecho a ello, al perder el enlace). Sin embargo no hay hotel para mí. El convenio con los militares -me dice- no contempla estos imprevistos. Yo tendré que pasar la noche donde pueda. Salgo enrabietado de la estación y vago por los alrededores. Busco portales, garages, algún rincón a cubierto donde echarme a dormir sobre mi petate. Nada hay en la Castellana útil a este fín. Deambulo unas  horas y acabo sentado en un banco en una zona ajardinada. Decido dejar el pesado petate escondido entre unos arbustos que hay tras el banco. Marcho, ya ligero, a dar otra vuelta por las calles iluminadas. Intento pasar el tiempo lo más distraído posible. Finalmente, cansado, me vuelvo al parque con ánimo de dormir un rato en el banco anterior. Al aproximarme observo, en la sombra,  un bulto alargado tendido sobre él. Me acerco y veo que es un mendigo. El hombre me mira con los ojos entreabiertos, desconfiado... Yo me llego a su lado y, sin decir nada,  paso por detrás, meto la mano entre los arbustos y saco un enorme petate militar. El mendigo da un respingo, se incorpora y se queda sentado. Le tranquilizo: - No se preocupe, es mío, lo he dejado antes aquí. Me vuelvo y echo a andar en busca de otro banco, lo más alejado posible de allí. Paso en un duermevela las horas que me quedan hasta que abren de nuevo la estación. Aún he de esperar varias horas más hasta que salga el primer tren (apto para militares) con destino a Burgos. Cuando realté esto a las autoridades militares del campamento, para mí sorpresa, me echaron una bronca descomunal: "Yo había sido culpable por dejarme avasallar."

Son mis historias de trenes. Cuando monto ahora en un tren de alta velocidad, apenas encuentro nada que me recuerde aquellos viejos mercancías de mi juventud. Lentos trenes de juventud. Rápidos AVES para la vejez.

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