sábado, 29 de enero de 2011

Maduritos


En una tarde de viernes fuimos, junto con dos parejas de vecinos, al teatro. Teníamos pase para una sesión patrocinada por la Red de Teatros de Castilla La Mancha. La función estaba a cargo de Producciones 099 y prometía un buen rato riéndonos de los sueños rotos.
No sin una cierta sensación de mosqueo ocupamos unas butacas próximas al escenario y volvimos la vista atrás sólo para comprobar que la totalidad de la sala, llena a rebosar, estaba poblada por decenas de "maduritos" como nosotros... Uno pensaba por momentos: - Me he equivocado, yo no tenía que estar aquí... - pero el Pepito Grillo de la conciencia no permitía que nos engañáramos y nos recordaba: ¿No? ¿Con 52 años no eres un madurito aún? ¡Desengáñate, lo eres desde hace tiempo!

Asistimos a la representación como quien asiste a su propia disección forense. A veces risas, cuando el chiste aludía a nuestros pequeños pecadillos aceptados; otras mosqueo, cuando descubríamos alguna frustración sangrante sin cicatrizar... Yo vigilaba con el rabillo del ojo las reacciones de mi vecino: aún se reía menos que yo.

La sesión no defraudó. Sala a rebosar. La compañía, no muy conocida, de provincias; cumplía. Los actores cuasi-amateurs resultaban creíbles. El atrezo, mínimalista, adecuado para representar las sucesivas amputaciones de la vida.  El escenario: un gimnasio omnipresente en toda la sesión excepto una proyección final con imágenes de la juventud de los protagonistas plenas de vitalidad, ideas, sueños, deseos...
Un buen contrapunto para los tres maduritos que intentas disimular su ruina revistiendo la fachada. 

No podía menos que pensar en la decadencia de mi otrora potencia de los sentidos. Mi vista, aún con miopía inmemorial, ahora precisa de gafas bifocales o, en su defecto, de tres pares (cerca, media distancia y lejos) en perfecta concordancia con los adjetivos demostrativos. Mi gusto desdeña el dulce y se orienta a los sabores más fuertes de los ácidos, amargos y salados. Me he vuelto asiduo de las cañitas y vinos, y no desprecio una tapa. La barriguilla acumula estos excesos y la bici cuelga de sus ganchos en el garage donde sólo el polvo se anima a montarla. El tacto se agarrota. Ya no tengo en los dedos esa agilidad de la que estaba tan orgulloso. El olfato, para mi desgracia, sigue siendo sensible al axfisiante humo del tabaco, al tufo de los bares cutres, a los aliento podridos, a la sobaquina... pero ya no reacciona tan bien a los poderosos efectos de las ferormonas.   
El oído, hace tiempo que me tortura. ¡Lo que daría yo por escuchar unos minutos de silencio...! Mi universo está lleno de zumbidos y chicharras. Enloquece hasta delirios suicidas. Cuesta tanta discriminar lo relevante en las conversaciones que acabo agotado. Vienen luego las cabezadas y el sueño.

Madurito, madurito. Madurito soy. ¡Y que de ahí no pase!

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