Me cuesta creer que los niños de hoy sientan la misma fascinación que sentía yo por los juguetes. No por mejores, ni más caros, ni más llamativos... sino por el aprecio de lo difícil de conseguir, por el estudio exahustivo de sus posibilidades, por la capacidad para fabricarlos y exprimir su potencial disfrute.
Mayormente un juguete era cualquier cosa: una lata para jugar al futbol, un edificio en ruinas que husmear, una campa que recorrer, unas vías de tren con muchas posibilidades...
Pero hablando de juguetes "comerciales" que también gustaban, teníamos que conformarnos con lo que diera de sí nuestra exigua propina de una peseta los domingos. Daba para alternar algunas chucherías de la época: piruletas, chicles negros y aromáticos; chicles rojos y negros en tirabuzon, enrollados y elásticos... De vez en cuando adquiríamos el misterioso palulú y nos admirábamos de que un palo de aspecto tan vulgar encerrara unas esencias tan deliciosas. Escuchábamos con envidia como algún chico mayor nos explicaba que conocía un sitio donde crecía y lo podía coger en cantidad. Para nosotros era el cuerno de la abundancia. Alguna vez, más mayores, comprábamos unas tortas de chicharrones aromatizadas con anís. Estaban también las socorridas pipas, eran la solución a las bancarrotas financieras de los domingos por la tarde... Comprábamos un poco de todo esto ¡y nos sobraba!
Parte de nuestro pequeño capital estaba destinado a engrosar, poco a poco, nuestras colecciones de índios. Cada domingo uno o dos, hasta completar un pequeño ejército. Muchas veces comprábamos el caballo y el domingo siguente el jinete pues no daba para ambos. El fuerte solían regalarlo Ror reyes, pues era demasiado caro para nuestra pequeña paga dominical.
Hacia el final de la niñez íbamos al cine. Cerca de casa el Círculo Católico de Obreros tenía un salón de actos donde pasaban una película los sábados. La entrada valía 1 peseta. Tenía un patio de butacas de madera que a mí se me hacía enorme. Normalmente eran películas del oeste aunque recuerdo una ocasión en que pusieron "Cumbres borrascosas". El título "plomífero" definía bien lo que me pareció entonces este film, que luego he apreciado de otra manera.
La provisión de juguetes "comerciales" tenía lugar el día de Reyes. Ese día, bajo la claraboya de nuestra vieja buardilla, se dejaba sobre una mesita un balde de agua para los camellos, unas copas de anis para los reyes y los pajes. Yo pensaba que los Reyes pispaban de lo lindo, pues siempre estaban vacías. Menudo borrachuzos tenían que ser repostando licor en todas las casas del barrio. El caso es que nos dejaban los juguetes más espectaculares. Los que veíamos en nuestros antiguos centros comerciales: Almacenes Campo. Quizás el juguete más rentabe fue el Fuerte Indio. Dio para muchas tardes de batallas y asaltos. En una ocasión los reyes nos trajeron un lujosísimo (así nos lo pareció) coche descubierto de color azul. En otra fue el maravilloso cinexin que monté y desmonté tantas veces y para el que, creo recordar, dibujé alguna película yo mismo con papel cebolla. Otra vez fue el endeble futbolín que se doblaba y caía cada poco. La vez que nos regalaron unos patines nos dieron la oportunidad de apender y montar numerosas tardes por el barrio prácticamente a los cuatro hermanos y parte del vecindario.
La parte más creativa la constituían los juguetes construidos. Llegámos a tunnear nuestro descapotable azul añadiéndole adornos y motorizándolo. A falta de monopoli comprado llegamos a construir un monopoli con las calles de Burgos y tarjetas inventadas. Un amigo nos enseñó el secreto del movimiento con una simple tapa y la ayuda de una cuerda para hacerla girar y superponer dos dibujos de cada lado. Inventamos yoyos con tapas y botones que, aunque fallaban en las habilidades a la moda: perrito, dormilón... realizaban el movimiento básico perfectamente. Aprendimos la construcción de la tortuga mágica, esa que andaba sóla cuando tirabas de un hilo. Practicamos hasta conseguirlo con los cables de colores para construir hermosas pulseras y llaveros de variados colores. Nos aproximamos a la industria de la automoción construyendo una caja-moto con manillar y rodamientos y nos avalanzábamos desde lo alto de las rampas de la calle con un traqueteo estimulante y no pocos vuelcos y chichones. La industria bélica formaba un capítulo aparte por su refinada tecnología: tirachinas, tiragrapas, cerbatanas con dardos de alfileres, escopetas de pinzas, arcos con varillas de paraguas, cohetes con pólvora, bombetas con clorato potásico y azufre que comprábamos en las droguerías ...
Las máquinas de cliper no se escaban a la inventiva infantil: un tablero, una bola de acero o canica, puntas, pinzas y gomas elásticas era todo lo que se necesitaba para construir una con un funcionamiento más que aceptable.
También disfrutamos de los juguetes clásicos. Tuvimos una única bicicleta. Era roja, de la marca Gag. Yo, como hermano mayor, era quien hacía más uso de ella, pero era una propiedad mancomunada. En uno de aquellos pedaleos se me ocurrió aparcarla frente al bar del barrio (El Beniluz) para echar una partidita en una de aquellas máquinas de clipper baratas "de a peseta". Cuando salí había desaparecido. Pasé toda la tarde buscando y preguntando por el barrio. Tras comunicar a mis padres la terrible noticia tuve que acudir a la Policía municipal a denunciar el robo. Curiosa la imagen de un niño solo de 10 años ante la mesa del policía de turno que escribía a máquina los detalles del suceso. Mis hermanos nunca me perdonaron que les dejara sin bici. No hubo reposición.
Pero sobre todo, la mejor inspiración de juegos y juguetes era nuestra madre. Agradezco la suerte de haber tenido una madre todoterreno a la que le encantaban todo tipo de juegos verbales (adivinanzas, chistes, poesías, historias...) con la fascinante habilidad de inventar y recortar sobre la marcha siluetas de animales y personas, con la imaginación de hacer juguetes con cajas, vestidos con telas viejas, disfraces con lo más insospechado... Ella era quien nos animaba y nuestra fuente de inspiración muchas veces.
Mayormente un juguete era cualquier cosa: una lata para jugar al futbol, un edificio en ruinas que husmear, una campa que recorrer, unas vías de tren con muchas posibilidades...
Pero hablando de juguetes "comerciales" que también gustaban, teníamos que conformarnos con lo que diera de sí nuestra exigua propina de una peseta los domingos. Daba para alternar algunas chucherías de la época: piruletas, chicles negros y aromáticos; chicles rojos y negros en tirabuzon, enrollados y elásticos... De vez en cuando adquiríamos el misterioso palulú y nos admirábamos de que un palo de aspecto tan vulgar encerrara unas esencias tan deliciosas. Escuchábamos con envidia como algún chico mayor nos explicaba que conocía un sitio donde crecía y lo podía coger en cantidad. Para nosotros era el cuerno de la abundancia. Alguna vez, más mayores, comprábamos unas tortas de chicharrones aromatizadas con anís. Estaban también las socorridas pipas, eran la solución a las bancarrotas financieras de los domingos por la tarde... Comprábamos un poco de todo esto ¡y nos sobraba!
Parte de nuestro pequeño capital estaba destinado a engrosar, poco a poco, nuestras colecciones de índios. Cada domingo uno o dos, hasta completar un pequeño ejército. Muchas veces comprábamos el caballo y el domingo siguente el jinete pues no daba para ambos. El fuerte solían regalarlo Ror reyes, pues era demasiado caro para nuestra pequeña paga dominical.
Algunos años más tarde aparecieron las figuritas "mini" de plástico. Eran pequeños soldados de la segunda guerra muncial al estilo de los personajes que leíamos en "Hazañas Bélicas". Tenían además el atractivo añadido de que estaban unidos con un pequeño cordón plástico a los ejes o peines de inyección de las máquinas de plástico por lo que había que retorcerles para arrancarles ¡Eso nos encantaba!. Gracias a ellos montábamos nuestro particular juego del rol organizando batallas multitudinarias.
Al crecer un poco más pasábamos a las colecciones de cromos. El exito de algunas fue apoteósico. "El álbum Maga de Africa y sus habitantes", "Vida y Color"... sin contar los varios álbunes de fútbol y algunos de series de dibujos animados (entre ellas "La Familia Telerín")... Mi primer álbum, en serio, fue el de "Africa y sus habitantes". No es tontería: aprendí mucho con los textos que acompañaban a las estampas coloreadas con colores primarios. La persecución de aquel cromo mítico que nos faltaba a todos fue una cruzada personal. Gasté hasta la ruina de mi pequeño pecunio para conseguirlo. Al final lo cambié por cerca de 150 cromos repes, pero mereció la pena. El álbum aún duerme polvoriento en "El pajarón" de la casa de mis padres en Ayuela.
Hacia el final de la niñez íbamos al cine. Cerca de casa el Círculo Católico de Obreros tenía un salón de actos donde pasaban una película los sábados. La entrada valía 1 peseta. Tenía un patio de butacas de madera que a mí se me hacía enorme. Normalmente eran películas del oeste aunque recuerdo una ocasión en que pusieron "Cumbres borrascosas". El título "plomífero" definía bien lo que me pareció entonces este film, que luego he apreciado de otra manera.
La provisión de juguetes "comerciales" tenía lugar el día de Reyes. Ese día, bajo la claraboya de nuestra vieja buardilla, se dejaba sobre una mesita un balde de agua para los camellos, unas copas de anis para los reyes y los pajes. Yo pensaba que los Reyes pispaban de lo lindo, pues siempre estaban vacías. Menudo borrachuzos tenían que ser repostando licor en todas las casas del barrio. El caso es que nos dejaban los juguetes más espectaculares. Los que veíamos en nuestros antiguos centros comerciales: Almacenes Campo. Quizás el juguete más rentabe fue el Fuerte Indio. Dio para muchas tardes de batallas y asaltos. En una ocasión los reyes nos trajeron un lujosísimo (así nos lo pareció) coche descubierto de color azul. En otra fue el maravilloso cinexin que monté y desmonté tantas veces y para el que, creo recordar, dibujé alguna película yo mismo con papel cebolla. Otra vez fue el endeble futbolín que se doblaba y caía cada poco. La vez que nos regalaron unos patines nos dieron la oportunidad de apender y montar numerosas tardes por el barrio prácticamente a los cuatro hermanos y parte del vecindario.
La parte más creativa la constituían los juguetes construidos. Llegámos a tunnear nuestro descapotable azul añadiéndole adornos y motorizándolo. A falta de monopoli comprado llegamos a construir un monopoli con las calles de Burgos y tarjetas inventadas. Un amigo nos enseñó el secreto del movimiento con una simple tapa y la ayuda de una cuerda para hacerla girar y superponer dos dibujos de cada lado. Inventamos yoyos con tapas y botones que, aunque fallaban en las habilidades a la moda: perrito, dormilón... realizaban el movimiento básico perfectamente. Aprendimos la construcción de la tortuga mágica, esa que andaba sóla cuando tirabas de un hilo. Practicamos hasta conseguirlo con los cables de colores para construir hermosas pulseras y llaveros de variados colores. Nos aproximamos a la industria de la automoción construyendo una caja-moto con manillar y rodamientos y nos avalanzábamos desde lo alto de las rampas de la calle con un traqueteo estimulante y no pocos vuelcos y chichones. La industria bélica formaba un capítulo aparte por su refinada tecnología: tirachinas, tiragrapas, cerbatanas con dardos de alfileres, escopetas de pinzas, arcos con varillas de paraguas, cohetes con pólvora, bombetas con clorato potásico y azufre que comprábamos en las droguerías ...
Las máquinas de cliper no se escaban a la inventiva infantil: un tablero, una bola de acero o canica, puntas, pinzas y gomas elásticas era todo lo que se necesitaba para construir una con un funcionamiento más que aceptable.
También disfrutamos de los juguetes clásicos. Tuvimos una única bicicleta. Era roja, de la marca Gag. Yo, como hermano mayor, era quien hacía más uso de ella, pero era una propiedad mancomunada. En uno de aquellos pedaleos se me ocurrió aparcarla frente al bar del barrio (El Beniluz) para echar una partidita en una de aquellas máquinas de clipper baratas "de a peseta". Cuando salí había desaparecido. Pasé toda la tarde buscando y preguntando por el barrio. Tras comunicar a mis padres la terrible noticia tuve que acudir a la Policía municipal a denunciar el robo. Curiosa la imagen de un niño solo de 10 años ante la mesa del policía de turno que escribía a máquina los detalles del suceso. Mis hermanos nunca me perdonaron que les dejara sin bici. No hubo reposición.
Pero sobre todo, la mejor inspiración de juegos y juguetes era nuestra madre. Agradezco la suerte de haber tenido una madre todoterreno a la que le encantaban todo tipo de juegos verbales (adivinanzas, chistes, poesías, historias...) con la fascinante habilidad de inventar y recortar sobre la marcha siluetas de animales y personas, con la imaginación de hacer juguetes con cajas, vestidos con telas viejas, disfraces con lo más insospechado... Ella era quien nos animaba y nuestra fuente de inspiración muchas veces.
Por cierto, dejo aquí este video que resume más de 80 juegos infantiles (con unos 500 años de antiguedad y que aún se juegan). Pertenecen al pintor holandés Pieter Bruegel, el viejo.
Es la vida. Quizás demasiados adelantos para los peques para luego no saber jugar, ni valorar las pequeñas cosas.
ResponderEliminarEs verdad que antes jugábamos con cualquier cosa y a todo le sacábamos algún provecho. Una tapa roñosa servía de fresbee, un bote viejo de pelota, un palo de jabalina , con el lanzamiento de piedras mejorabas la puntería, sin olvidarnos de las chapas con las que hacías tu equipo preferido de fútbol o los ciclistas que corrían por el camino de arena.
Cuatro palos y una cabaña, llenado de hojas ya tenía una cama... hoy los niños tienen demasiados juguetes pero quizás no sepan jugar.