A veces, conviene cambiar algo en una palabra para llamar la atención sobre su significado. Porque también hay acomodación a las palabras y pierden frescura, se amodorran, se vuelven cómodas y no comunican el auténtico y terrorífico significado que encierran.
Se movió la tierra. Japón se ha desplazado varios metros en dirección a EEUU. Desde la instantánea impresión de mareo, la sensación inicial de vahído, hasta el catastrófico maremoto (motomar) y el espeluznante peligro de un desastre nuclear.
Dormía el monstruo su sueño bajo el azul edredón de agua del Pacífico y despertó. Nadie lo esperaba. Incluso los japoneses, tan acostumbrados a sus pequeños ronquidos, no se esperaban este gigantesco estornudo.
Sobre un territorio tan pequeño vive un pueblo numeroso. Sobre este pequeño país se han cebado las más grandes catástrofes de la humanidad: la primera bomba atómica, el terremoto más devastador, el peligro de una explosión nuclear inminente... Un pueblo tan castigado sólo puede ser grande si ha sobrevivido. Frente al estereotipo de la crueldad japonesa (bien alimentado por las películas bélicas occidentales), frente a la mítica frialdad de su personalidad (acaso cierta, pero sin olvidar su fina sensibilidad, su exquisita valoración de los sentidos), frente a su imagen de trabajadores obsesivos; nosotros. los occidentales, vamos a encontrar seguramente un pueblo disciplinado, obstinad, en su reconstrucción, un grupo unido en torno al orden y la disciplina...
¡Ah, qué falta nos haría aquí, en España, todo eso que para ellos es tan natural! Apenas se detecta un pequeño temblor de 0,1 en la escala de "Crisis" y el país se descompone afectado por un tsunami de insultos, desvalorizaciones, calumnias y corrupciones...
Pero (como nos recuerda siempre el buen Forges) "No te olvides de Haití".
martes, 15 de marzo de 2011
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