lunes, 21 de mayo de 2012

Historia de medio diente.

Ocho años tenía yo y parte de los ocho los pasé en el río. Primero en el Avión de mi  pueblo de Ayuela, río cangrejero y ranero donde los haya. Algunos más, entre los tres y los cinco años, en el río Carrión, a su paso por la localidad homónima donde jugué en sus orillas con lindas mocosuelas que hoy me harían suspirar. Y entre los cinco y los ocho en el Arlanzón, río cidiano, que exploré como un pequeño Tom Sawyer trasladado en el tiempo. Río de descubrimientos y aventuras, de miedos y desgracias, río de vida.
Allí aprendí a subir a los árboles. Aquellos pinos tenían la corteza brillante de tantas manos y zapatillas infantiles que se agarraron a ellos.  En sus orillas ejercí de pequeño dinamitero con petardos que estallábamos en los lugares más inverosímiles. Desde un rincón, cerca del puente de la Audiencia, asistía acurrucado al despligue de la pirotécnia que, cien metros río arriba, tejía caminos de luz que surcaban el firmamento burgalés incendiándolo en las fiestas de S. Pedro y San Pablo. En los árboles de la ribera encontraba excelentes horquillas para mis tirachinas.
Al otro lado, tras pétrea pared que protegía el paseo del Espolón de las crecidas, se abrían las bocas de varios pasadizos. Las leyendas de la pandilla atribuían el origen de aquellos túneles a cuevas escavadas desde el Castillo para provisionarse de agua en tiempos de moros. Nosotros las exploramos muchas veces. Usábamos teas fabricadas con palos y plásticos arrollados en un extremos. eran artefactos muy eficientes, pero muy peligrosos: más de una vez he sufrido la dolorosísima quemadura de las gotas de plástico hirvientes que se desprendían goteando como una lluvia de fuego.  Aquellas galerías cruzaban, bajo las raíces de los viejos plátanos del Espolón, desde la Audiencia hasta el restaurante Pinedo, allí había una trampilla que, según relataban los más experimentados, daba acceso a un patio interior del restaurante.
En el puente de la Audiencia, nuestro pequeño Niágara con su resbaladero de cemento, realicé el rito iniciático de cruzarlo entre la rápida corriente. Allí aprendí a pescar cangrejos a mano, sin el miedo instintivo a sus pinzas poderosas. Allí me especialicé en la pesca de cangrejos con ladrillo; unos cangrejos buenísimos que cenamos más de uan vez con la orgullosa satisfacción de que los habíamos pescado solos, sin ayuda y era una personal aportación al rancho familiar.
Allí pesqué mi primer pez y fue una hazaña sorprendente, casi milagrosa. Dos compañeros acudimos a pescar entre los carrizos. Mi amigo llevaba una buena caña, comprada y preparada, con buenos anzuelos y gusanos preparados. Yo, por no querer ser menos constuí una a toda prisa con un palo, hilo de coser y un alfiler doblado como anzuelo. ¿Queréis creer que pesqué una boga hermosísima usando gusarapas de cebo y sin que se rompiera el hilo? Mi acompañante no daba crédito a sus ojos...
Allí nos juntábamos muchos niños jugando. Era el lugar elegido por muchas madres para llevar a sus hijos a media tarde. Solíamos llegar con el bañador puesto y enseguida  nos adentrábamos entre el cieno de la orilla para iniciar juegos infinitos. Muchas veces, entre bromas y veras, acabábamos tirándonos piedras. En uno de aquellos lances en que un pequeño mozalbete me tiraba piedras sañudamente y a la par que yo le respondía con tan mala puntería como él, escuché a mi espalda los gritos enfadados de una mujer. Cuando me volví una piedra impactó contra  mis dientes. La madre de aquel chico se había  unido a la drea infantil y había hecho diana en uno de mis incisivos que quedó límpiamente partido por la mitad. La mujer se disculpó cuando mi madre le recriminó el hecho, pero mi medio diente quedó en el río para siempre. Fue mi infantil ofrenda a las ninfas del Arlanzón.
Y desde entonces a mi sonrisa le faltó medio diente. Y no es cosa menor. Uno se avergüenza de su dentadura desportillada y la intenta evitar. Se pasa de la risa a la sonrisa y queda el gesto para siempre.
¿Os habéis preguntado cómo sería la risa de la Gioconda? Yo creo saber la respuesta: estoy seguro de que tuvo un incidente de pequeña, en un pequeño río italiano...

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