viernes, 18 de mayo de 2012

¡Que dejes el pájaro te he dicho!


- ¡Que dejes el pájaro te he dicho! ¿Es que estás sordo?
- Sí...

Me acababa de dar la vuelta y tenía ante mí a un extraño individuo que me miraba con gesto crispado agitando las manos ante mi cara. Me había golpeado en la espalda sin que yo me apercibiera de su llegada. Dudé entre enfrentarme físicamente a aquel loco o "parlamentar" tratando de compender el motivo de su enfado. El golpe en la espalda no era doloroso, pero el susto me había aturdido y ahora el corazón me palpitaba fuertemente.

Estaba siendo una mañana muy calurosa. Cuando salí de Roblelacasa no pensaba que el sol apretara tanto así que no cargué con nada para la excursión. Sabía que en Matallana encontraría agua y, siempre optimista, no se ocurrió que el sol apretara tanto.  Para cuando llegué al precario puente que salva el rio ya me había colocado la camiseta sobre la cabeza a modo de turbante. Así que avanzaba con el torso desnudo entre las solitarias calles del pueblo. Recordaba la visita anterior que había realizado cinco añós antes. Reconocí la fuente a la derecha del camino que, un joven estaba reparando cuando me acerqué. Mientras bebia a grandes sorbos me vino a la memoria la conversación que mantuve con aquel barbado joven:
- ¿Hola, se puede beber?
- Sí, estoy arreglando un poco la fuente...
- Muchas gracias (dejé mi mochila acostada contra el parapeto de piedra que la protegía y apoyé el papel con la ruta que sobre la mochila. Se trataba de una ruta publicada en el peiódico El País y escrita por Andrés Campos no hacía mucho tiempo).
- ¡Ah, pero si es la ruta de la hippy violadora! Lo que nos hemos podido reir con ella...

Me cuenta entonces que habían pasado muy buenas veladas riéndose con las ocurrencias que Andrés Campos relataba en ese artículo. Hicieron chistes sobre quién de las jóvenes que vivían en la comuna era la hippy que un talludo sesentón de Roblelacasa juraba que le había perseguido para violarle. Era evidente que el calor ablandaba la sesera de más de uno por esos parajes. Sin embargo Matallana es un pueblo idílico: solitario, arbolardo, fresco, con un cercano río de aguas fresquísimas;  con sus casas derruídas de piedra parda y negra, sus tejados hojaldrados en pizarra, arbustos salvajes creciendo por doquier...  Entonces se estaban reconstruyendo algunas. Hacía unos años se había instalado un grupo de personas que quería un estilo de vida distinto, aislados en plena naturaleza. Algunos permanecías allí, otros acabaron marchando. José Antonio Labordeta recaló en el pueblo cuando dedicó algunos capítulos de su serie "Un país en la mochila" al pueblo de Matallana y afirmaba satisfecho que nunca había probado unas sopas de ajo más deliciosas y que le había sorprendido muy gratamente la noche que pasó allí conviviendo con aquellas gentes tan alejadas de la civilizacion que lo único que echaban en falta era una lavadora.

En todo esto iba yo pensando mientras recorría las calles invadidas por los hierbajos y la maleza. Estaba ya a tiro de piedra de la vieja iglesia derruída que hay al final del pueblo. Llegué a la altura de la ultima casa. Estaba habitada pero presentaba un aspecto descuidado. Dos perros acostados en la fachada se irguieron mirándome con desconfianza. Les eché un vistazo de reojo mientras pasaba de largo. Unos pasos más allá una sombra cruzó el suelo delante de mí al tiempo que sentí el aleteo de un pájaro sobrevolando mi improvisado turbante. Finalmente un cuervo se posa sobre mi hombro... Luego desciende hasta el suelo a unos pasos delante de mí. Me quedo con la boca abierta: ¡Un cuervo que no siente ningún temor por los humanos! Me acerco con curisosidad y no huye... Me aproximo con cuidado, intento cogerle, me agacho... tiendo la mano muy despacio, le hablo como un niño perdido, como si le tranquilizara...
Es ese momento noto un golpe en la espalda que casi me tira al suelo y una voz que me grita:
- ¡Que lo dejes! ¡Que dejes el pájaro te he dicho! ¿Es que estás sordo?
- Sí...
Se sorprende. Continuo:
- Sí, estoy sordo. No oigo bien. Normalmente llevo audífonos pero ahora no por el sudor... ¿Que me decías algo? Pues no te he oído...
Él, desconcertado, se escusa:
 - Perdona, no lo sabía...
Y explica:
- Es que el pájaro se va con cualquiera. Lo he domesticado. Se va con todo el mundo. Ya me han robado otro... La gente viene y se lleva el pájaro...
-Pues yo no tengo la culpa y me has dado un susto de muerte...
Él se disculpa de nuevo. Parece comprender que ha metido la pata. Yo no quiero más problemas así que le doy la espalda y continúo andando...

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