lunes, 17 de junio de 2013

Beatus ille


Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium paterna
rura bobus exercet suis...
Dichoso aquél que lejos de los negocios,
como la antigua raza de los hombres,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos... 
Horacio, Epodos, 2, 1.

La temática del beatus ille es una de las cuatro aspiraciones del hombre del Renacimiento, que son: el beatus ille, el carpe diem («atrapa el día»), el locus amoenus («lugar ameno», idealización de la realidad) y el tempus fugit («tiempo que corre»). 

Los teóricos amantes de la vida retirada, de la comunión con la naturaleza, suelen padecer un amor más platónico que terreno. Recuerdo a una arreglada oficinista de mi juventud en la Delegación de Industria de Burgos alabando la vida de pastora, alter labora, por la que suspiraba... Una lectora de églogas pastoriles que no creo que durara una semana a pie de rebaño curtiéndose con el sol castellano y criando reumas en las humedades del lecho herbáceo del monte.
"La civilización es una constante huida de la naturaleza" sentenciaba José María, un amigo, que debe conocer el paño que vende pues trabajó en África dando clase a los nativos en zonas aún vírgenes. Y mucho tiene de razón pues nuestros civilizados jardines consumen cantidades ingentes de herbicidas, antiparásitos, antilimacos, cercas, alcorques, tejados, tabiques, solados, puertas, cristales... todo un arsenal defensivo y aislante de los molestos efectos que despliega la naturaleza.
Y de vida descansada: nada. El que se aventura a intentarlo descubre que es un no parar. De las viejas comunas hippies apenas queda el recuerdo. Los ocupas de pueblos abandonados han vuelto a la civilización en su mayoría y, algunos de los que quedan, hacen dudar de su cordura. El campo se despuebla. Sólo nos acercamos cuando la casa rural, el albergue, el hotel, la casa de los abuelos; está bien provista de calefacción, agua, luz.... A lo sumo nos instalamos en un camping compartimentado, con servicios civilizados, minimarket, electricidad...¡Y en verano, naturalmente!... Cuando no son los mosquitos, serán los chiches... cuando el campo esté más bonito atacará el polen provocándonos alergias virulentas; cuando el agua esté más cristalina, estará tan helada que nadie se bañará ...
Es muy caro mantener el campo a raya. O nos encoframos entre cemento, o tenemos un ejército de jardineros que nos cuide el jardín, y otro ejército que limpie lo mucho que el campo ensucia, y otro que luche contra la expansión natural de los bichos (¿hay algo más natural que una cucaracha, una araña, un ratón, un mosquito, una avispa...?). Después de más de un millón de años conviviendo con la naturaleza hemos olvidado en los últimos milenios cómo vivir en comunión con ella; hemos supeditado la belleza a la comodidad, la variedad al control, el agua al cloro, el aire al ambientador y al aparato de refrigeración, las estrellas a las farolas... Aún mantenemos nuestro pequeño museo de macetas (alguna reminiscencia ancestral nos empuja a no desprendernos del todo de la naturaleza)...
Alaban los hombres renacentistas la vida sencilla y desprendida del campo frente a la ciudad, pero la población humana se concentra progresivamente en las grandes urbes. El Menosprecio de Corte y alabanza de Aldea de Fray Antonio de Gevara alimenta un tópico que no se corresponde con el instinto del hombre actual. Preconiza Rousseau la bondad de la naturaleza, hace referencia a la alabanza de la vida sencilla y desprendida del campo frente a la vida de la ciudad; pero al final vivió en Ginebra (visité su museo allí esta verano y no parece que, de lo natural se responsabilizara mucho pues puso a sus hijos en manos de la inclusa)-
Yo vivo en Cabanillas del Campo (Pequeñas cabañas de los judíos de la cercana Guadalajara), De allí fueron famosas en tiempos sus patatas, sus secos (higos secos)... pero cuando tomé posesión de mi pareado era el reino de los mosquitos (Dios sabe cuantas perrerías antinaturales hicimos a la naturealeza para alejar esta plaga) y hoy es el reino de las hormiga y las cucarachas (están las aceras espolvoreadoas con antihormigas y los colectores impregnados agresivos venenos que las matan por decenas (y hay que pensar en los millares que sobreviven, pues estos acorazados animales resisten una explosión nuclear en las proximidades). De los ratones, culebras, caracoles, lombrices, pulgones, etc. no hablo; es el paraíso de la naturaleza indómita esta sitio... ya lo dice el refrán: "Guadalajara: diez meses de invierno y dos de infierno".
Pero, para los que no les importa la servidumbre de la diversidad, la belleza de lo extraño... existen compensaciones impagables: La belleza de un anochecer en el jardín, la hamaca, los juegos del ramaje que fascinaban a mi sobrino de bebé, el frescor de la hierba recién regada, los agridulces sabores de un níspero mordido sobre la lengua, la arquitectura floral de una mata de capuchinas...
Beatus ille, vida descansada... pero abandono esta isla beatífica varias veces al día. No puedo estar demasiado lejos de la cinta de asfalto... Quizás no sea tan sabio.

¡Qué descansada vida 
la del que huye del mundanal ruïdo, 
y sigue la escondida 
senda, por donde han ido 
los pocos sabios que en el mundo han sido;

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