He contemplado la historia del Universo contada en dos breves minutos. Vi palpitar la pantalla como afectada de una taquicardia visual mientras en los altavoces sonaba un ritmo frenético. De un Bing Bang a otro en apenas 120 segundos de fotos relampagueantes componiendo el álbum de la biografía del Universo.
Se trata de un vídeo impresionante, una de esas compilaciones espectaculares que se nos ofrecen en internet y que se comparten por el módico precio de ver un instante la firma del autor en el segundo final. En esta exposición ultrarrápida de fotografías de la Historia del Mundo todas nos son familiares. Si pulsamos la pausa podremos impartir una lección sobre cada escena. Yo lo he hecho con mi alumno Alberto: parábamos al azar y le explicaba durante minutos algunas nociones del Bing Bang, las características del paleolítico, los avances del Neolítico, las maravillas de la Historia Antigua, la época oscura de la Edad Media, el florecer del Renacimiento, la aventura de la Edad Moderna y la complejidad de la Edad Contemporánea; terminando con un deje pesimista sobre nuestro incierto futuro lleno de sombras y amenazado por un cataclismo universal.
¡Cómo pasa el tiempo: Vuela, que dicen los viejos! El tiempo no se detiene: "Tempus fugit". El tiempo es la obsesión de los mortales, el miedo de lo corrupto... apenas una rosa alcanza su esplendor empieza a marchitarse; es quizás esa fugacidad lo que la hace tan hermosa.
Sin el tiempo no existiría el espacio, sin el espacio tampoco existiría el tiempo: se necesitan. Solo es medible lo que tiene extremos y el ir de un extremo al otro ya es tiempo. Sólo tiene sentido el tiempo si hay un espacio cambiante o un ente que lo recorre.
El Universo es una mareante inmensidad con una historia inimaginablemente larga. Pero ninguno es infinito; y ahí, el hombre, está perdido: es incapaz de comprender el "antes" y el "después" del tiempo y el "más allá" del Espacio; ni siquiera entendemos bien "el aquí" y el "ahora". Los hombres, microbios espaciales de vida hiperbreve, se afanan en sus cortas existencias por comprender la increíble complejidad de los sistemas, por atesorar experiencias en tiemp de flash.
El Tiempo no es que pase: es que nos arrolla. Y encima, cuando sobrepasas los 50, acelera. El metrónomo de la existencia se torna impaciente; caen las horas, una tras otra, como en una clepsidra cuyo esfinter se ensancha más y más. El tiempo vuela, nos adelanta dejándonos exhaustos, nos deja sin aliento como a caracoles recorriendo el Universo.
Empiezo a percibir los signos de que pierdo la carrera: Esas miradas por encima del hombro hacia el pasado cuando antes jamás volvía la vista, ese sueño que se impone actualmente a la voluntad, ese cuerpo dolorido que tarda tanto en recuperarse, esa dificultad para aprender las cosas nuevas que te hacen recurrir a los recuerdos, esos movimientos más torpes y pesados, esos reflejos lentos, esa algarabía que ofende... Siente uno que el tiempo se acaba. Envidia uno lo más joven por su potencial mientras nos apoyamos en la potencia de la experiencia. El precio del tiempo se revaloriza: gastarlo a gusto, en lo que realmente quieres, se vuelve impagable. Tempus fugit, pero del presente que logro atrapar exprimo el jugo de cuanto bien existe.
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