viernes, 5 de julio de 2013

Locus amoenus


Anhela el hombre recuperar el Paraíso Perdido. El Edén primigenio arrebatado es un mito recurrente en todas las civilizaciones, un arquetipo de la humanidad. Hoy, en mi búsqueda documental sobre los "Locus amoenus" encuentro una pléyade de autores que escribieron sobre ese lugar paradisíaco, ese sitio ideal siempre relacionado con naturaleza, jardines, fuentes y ambientes templados y fértiles. Aprendemos así que, si queremos construir nuestra pieza literaria ambientada en un "Locus amoenus" clasico, deberemos hacer provisión de amables términos botánicos, topográficos y meteorológicos: bellos paisajes, verdes praderías, flores abundantes (mejor diremos "lujuriosa floresta"), árboles generosos ("selvas" en el Romanticismo), frescas humbrías, arbustos exuberates ; ríos sosegados, arroyos placenteos y lagos tranquilos, recónditos y solitarios parajes, sombreados rincones... lugares siempre recorridos por suaves y frescas brisas, ambientados por pájaros canores y reidoras corrientes de agua... A lo largo de la Historia (en la Prehistoria, en el Paleolítico, el locus amoenus sería probablemente la cálida y segura oscuridad de una buena cueva) aparecen ya en las primeras fuentes escritas referencias a un Paraíso primitivo. El Génesis se inicia con una hermosa descripción (inspirada inequívocamente en la mitología sumeria pues es parecidísima a la referida en la epopeya de Gilgamesh) del Jardín del Eden: idílico lugar sito en el Oriente donde el hombre disponía de todo aquello que necesitaba para obtener gozo, placer y armonía en medio de la naturaleza. Posteriormente los primeros ejemplos de Locus Amoenus en la literatura clásica podemos encontrarlos en autores como Horacio, Virgilio o Teócrito; que encuadraban las escenas de su poesía en parajes compuestos por los elementos anteriormente descritos. Horacio, por ejemplo, usa este tipo de lugares imaginarios en sus Pastorales donde la naturaleza participa de lo divino siendo el hogar de las ninfas, y en la Odisea nos describe el Jardín de Alcinoo sembrado de fértiles prados surcados por corrientes de agua y poblado de flores y árboles que fructifican el año entero: es decir la eterna primavera. En España, Berceo sitúa algunos Milagros de Nuestra Señora en verdes prados, llenos de fuentes y verdor. Con Petrarca este concepto llegó a los poetas renacentistas, que lo hicieron suyo y lo introdujeron como elemento esencial de sus obras líricas. Garcilaso fue el primer poeta castellano que lo introdujo en sus Églogas y Fray Luis de León vinculó el Locus Amoenus con el Edén o el paraíso perdido. Boccaccio, otro ejemplo más, ambienta sus diez historias del Decamerón en un jardín idealizado. Para el maestro Shakerspeare, es un lugar alejado de las ciudades, un sitio misterioso y oscuro, un lugar femenino, opuesto a la rígida estructura civil masculina donde las pasiones eróticas pueden ser libremente exploradas ocultas al orden social. Posteriormente, durante el Romanticismo se le añade un carácter más salvaje, prefiriendo representar lugares más sombríos, más duros, menos felices y más asilvestrados. Más adelante, en el siglo XIX, el concepto se introdujo en el mundo urbano: los bosques se convirtieron en jardines y los ríos en fuentes de piedra. Actualmente se encuentran miles de ejemplos del Locus Amoenus, sobre todo en la publicidad, aunque en muchos casos el placentero campo es sustituido por soleadas playas tropicales de arena virgen. Y, al llegar el siglo XXI, aparece un locus amoenus virtual, un ecosistema en red sin locus real donde el ipad, la tablets, los ordenadores... crean ambientes y estancias imaginarias y la suave brisa se sustituye por el continuo zumbido del aire acondicionado.
Puedo recordar Locus Amoenus idealizados por los pueblos del mundo: El Eden Mesopotámico de la Biblia, la Granada musulmana; Israel, la tierra que manaba leche y miel para los antiguos judíos, para algunos reyes se llamó Babia, para sus súbditos era Jauja, las verdes praderas del Oeste Americano lo fueron para los colonos, Ibiza, para muchos hippies en los años 60... todos buscamos un cielo sobre la tierra, algo que se parezca al cristiano Edén, al Yannat musulmán, al Shangri-La tibetano, al nórdico Valhalla... muchos personajes famosos adquirieron alguna privilegiada porción de tierra para crear su lugar ideal: para Gerald Brenan estuvo en las Alpujarras en los años veinte, Kiplin lo describió en su Libro de la Selva, paraiso de un Mowli salvaje y feliz; para Aristóteles Onasis la isla de Skorpios en el mar Jónico, Marlon Brando quiso encontrarlo en una pequeña isla de Taití... y para otros, más anónimos como algunos urbanitas desencantados, se encontra en pueblos abandonados como Matallana en Guadalajara, en la Sierra de Ayllón; o, como en el caso de mi madre, en su pueblecito natal de Ayuela, donde conviven en su recuerdo las impresiones de una infancia feliz; o en ese paraje rural, con una pequeña casita de piedra no muy alejado del mar que busca mi hermano Luis en la costa cantábrica, o en un pueblo manchego en medio de extensos campos de labor con la vida social a pie de calle y el sol iluminando los patios como el Palomares de la familia de mi mujer... Yo lo imaginé, a veces, en Galicia; en las verdes colina de Tuy femeninas y acogerdoras.
Busco mi Locus amoenus particular muchas veces, lo persigo en sueños y en los momentos en que, relajado, la fantasía se apodera de mis pensamientos. Lo construyo a partir de mis recuerdos con fotografías sacadas del álbum de la vida, imágenes de los valles de Ayuela, el monte Aloya de Tuy, los cambieantes parajes burgales, las montañas de Gredos; todos ellos paisajes coleccionados en paeos, excursiones, campamentos infantiles... Lo imagino estimulado por lecturas de viajes, de aventuras; iluminado por escenas de películas maravillosas que transcurren el lugares exóticos... Lo recreo en minúscula escala en mi pequeño jardín, incluso en minúsculas macetas; en él paso impagables momentos acompañando el atardecer... Lo busco en mis viajes, en mis paseos senderistas, en mis rutas ecológicas; está ahí, donde me bajo de la bici y me siento a contemplar el entorno con admiración....

Me gustaría vivir siempre en mi locus amoenus particular, junto a mi compañera amoenus también, pero me temo que el suyo sea más bien un locus playero o un locus de salón poblado de fauna televisiva. Es difícil, lo sé, complacer a todos: hasta los dioses se aburren en el Olimpo. Una curiosa especie lleva buscando su Locus Amoenus desde el Paleolítico, parece que todavía no lo han encontrado. Algunos dicen que cada día está más lejos.

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