domingo, 7 de julio de 2013

Sintiendo en la nuca el aliento de la muerte X: El último viaje


El coche había rodado casi treinta metros sobre el plantío de cebollas y había desplazado los tubos metálicos del riego, que ahora yacían apilados en un lateral. Aún se observaban las rodadas que dejaban de ajustarse a la curva del asfalto y se desviaban rectas hacia el talud lateral  perdiéndose luego entre la maleza del arcén. Un par de metros más adelante aparecía tronchado el tronco de un poderoso arbusto enraizado en la ladera. Este primer obstáculo probablemente le salvó la vida al frenar ligeramente el vehículo antes de caer unos metros más allá desde la altura de metro y medio en que se situaba la carretera comarcal. Literalmente había volado 4 o 5 metros salvando este desnivel y tras el golpetazo con el lateral derecho se enderezó continuando por inercia su recorrido hasta pararse 30 metros más allá, junto a un arroyo.  El seat 127, un modelo de hace dos décadas, quedó parado mientras el conductor intentaba reponerse del terrible golpe que se había dado contra el volante. Tenía el cuerpo dolorido, sangraba ligeramente y los hematomas le cubrían la cara; pero sobre todo estaba desorientado y asustado. Por sí mismo salió del coche y a duras penas, sangrando y cojeando, caminó por la carretera hasta el pueblo cercano, apenas unos centenares de metros.

A las cinco de la tarde, se cumplió el plazo que va de la preocupación a la certidumbre. La mujer llamó a la policía: su marido no había regresado a casa y no había noticia alguna de su paradero, lo cual era rarísimo. En comisaría no tenían constancia de ningún accidentado con ese nombre, pero ella insistió llamando a continuación a los hospitales. En uno de ellos le informaron que una persona con el nombre indicado estaba ingresada después de haber sido trasladada en ambulancia a causa de un accidente. Junto a la cama el hombre, ya mayor, intentaba explicar la causa del siniestro: - Estaba vigilando la aguja del depósito porque me quedaba sin gasolina y no vi la curva...- Nadie: ni su mujer ni sus hijos le preguntaron más sobre el accidente. Ni siguiera sacaron la conversación en los próximos días.

Un sentimiento de pena y tristeza les embargaba, pero sobre todo ello flotaba una sensación de alivio. Era consolador que ninguna de las heridas fueran graves, aunque los moratones le cubrieran la cara. Ya podrían descansar ante la certeza de que no conduciría más pues era la batalla que siempre perdían ante su tozudez. Daban paso al desahogo de saber que ya no les saltaría el corazón en el pecho cuando, como testigos o pasajeros, le acompañaban en los viajes... Sí, habían tenido mucha suerte: ninguna herida grave, ningún tercero afectado... Pero podría haber sido diferente y entonces...

Era difícil entender que se negara a dejar de conducir su viejo automóvil, un auténtico trasto que a duras penas pasaba la ITV gracias a "la mano" del mecánico conocido de toda la vida; un cacharro en toda regla que su dueño aceleraba como un avión al borde del despegue cuando iniciaba la marcha, con una dirección tan dura que había que emplear los dos brazos para moverla en parado y con el espejo retrovisor fijado al cristal con pegotes de silicona. Su familia rezaba todos los años  porque le rechazaran en la revisión, pero siempre salía inexplicablemente airoso de la misma. Muchas veces pensaron sabotear el motor pero se contenían ante la sugerencia de que "necesitaba un coche nuevo". Pusieron su esperanza en que no lograra obtener el certificado médio, al fin y al cabo era ya bastante mayor y tenía algunos problemas de riego en el cerebro, pero cuando finalmente su clínica habitual tuvo el valor de hacerlo se buscó otra donde lo superó sin dificultades.

Ahora ya no habría problemas.  El coche siniestrado había sido sacado con ayuda de una grúa desde el punto en que se detuvo. Allí la altura del terraplén era ya de unos 4 metros. Si hubiera salido por ese punto el accidente hubiera sido mucho más grave: -¡Ha sido un milagro - decía su hijo cuando visitó el lugar- Literalmente voló!. Luego se dirigió al depósito del taller donde reposaba el coche con su lateral destrozado y el capó abollado y pidió un martillo.

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