miércoles, 25 de septiembre de 2013

Corazón de papel


El corazón de papel rojo, cuidadosamente plegado una hora antes, cayó levemente sobre el lecho de tierra que cubría el ataúd. El profesor de asistencia domiciliaria había esperado a que se alejaran los familiares y ahora, cuando los sepultureros se disponían a colocar la pesada tapa de granito sobre la sepultura, se adelantó un par de pasos y dejó caer suavemente aquel último recuerdo: un humilde corazón de papel, el material con que trabajaba; de color rojo que es el color del cariño y de la pasión por vivir;  y plegado con sus manos como le había enseñado un par de días antes en su casa.

Diana reposaba en un pequeño hueco (¡qué pequeña era!) entre restos antiguos de parientes lejanos. En la lápida algunos nombres desconocidos. No hubo tiempo, o quizá dinero, para grabar en ella su hermoso nombre.

El funeral fue sencillo. Mientras el sacerdote rociaba con el hisopo el blanco féretro y recitaba las oraciones los parientes musulmanes extendían los brazos y mostraban sus  palmas hacia el cielo ofreciendo sus plegarias a Alá por el alma de aquella niña de once años sin terminar. Bajo los aviones de plata que sobrevolaban el cementerio se cruzaron las trenzas de aquellas oraciones ascendiendo al cielo de los cristianos y al Yanna musulmán. El Dios de todas las religiones tirará de esa trenza para izar hasta él el cuerpo cansado de Nadia y le ofrecerá juegos eternos en el jardín de los inocentes.  

Allí estaban todos. Su madre, que pasaba el día trabajando aquí y allá, para sustentar a la familia ante el brutal mazazo de la enfermedad y la pobreza. Su padre, ahogado por una nube de tristeza y el polvo de una crisis cruel que le llevó al paro hace dos años. Su abuela, abnegada y sufrida ante las necesidades y caprichos de su pequeña nieta. Su hermana, de hermosos cabellos y ojos negros ahora anegados por las lágrimas. Sus primas, maravillosas y tiernas, que acompañaron su cadáver colmándolo de caricias en su última noche sobre la tierra...  Y muchos otros que la querían. Y algunos conocidos. Incluso algunos curiosos como aquella mujer indiferente que no fue capaz de apagar su móvil y contestaba en voz alta la consulta de su sobrino sobre la compra. También estaba, en segunda fila, su profesor de esta primera semana del curso recién empezado, su profesor de asistencia domiciliaria. Quiso mostrarse entero:  -he estado muy poco tiempo...- pensó. Pero no pudo soportar el desfile de momentos que te muestran los recuerdos. Dejó que le invadiera la pena y la fraternidad al contemplar los rostros arrasados por las lágrimas de sus familiares. Y lloró.

2 comentarios:

  1. Me quedo sin palabras al terminar tu relato, la tristeza traspasa la pantalla y nos inunda a todos. DEP.

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  2. Sí, tristeza y liberación. Las personas que sufrieron tanto se merecen más que nadie ese Descanse En Paz.

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