Convocados por este día afloran en mi memoria los infantiles recuerdos de mi aprendizaje lector: aquellas cartillas infantiles, de a dos páginas por letra, que comenzaban presentando las vocales con pálidos dibujos esquemáticos que se tornaron a través de todos los métodos en fieles arquetipos de su vocal: La A siempre fue una araña, la E se adhirió al elefante para la eternidad, la I quedó asociada al indio emplumado, la O aparecía siempre acompañada del ojo y la U nunca se separaba de su racimo. Luego aparecían las primeras combinaciones silábicas e incluso se leían frases absurdas pero fascinantes: "mi mamá me mima", "tu tío tito te tutea"... Y así, poco a poco, sin entender muy bien cómo se producía, llegábamos a dominar este proceso altamente simbólico que marca la historia de la humanidad. En este viaje iniciático al saber de los escribas nos acompañaban lápices y cuadernos, tizas y encerados, láminas en las paredes, copias y caligrafías con pluma y tinta china, los primeros libros, las lecturas colectivas, los dictados, el abecedario...
Mucho tiempo después, como maestro y aún más como logopeda, llegué a reflexionar a menudo sobre este proceso. Tuve que analizar distintos modelos, entender los mecanismos intervinientes, considerar la metodología... incluso, en un grupo de trabajo de logopedia, llegamos a crear un completo y original método de lectura.
Así nació "Olé, leo", un método de lectura especialmente pensado para alumnos con dificultades pero igualmente apto para cualquier niño que se inicie en el proceso lector. Tiene un enfoque abiertamente logopédico (sobre todo por la secuencia de presentación de las letras) con la base motivadora de un cuento repleto de onomatopeyas asociadas a las imágenes. Puede incluirse fácilmente un gesto pues las escenas contienen acciones fáciles de representar. El escenario se sitúa en un sitio tan típicamente español como una plaza de toros y transcurre en medio de una corrida un tanto disparatada.
Y también quiero reflejar aquí las sensaciones y recuerdos de tantas horas pasadas haciendo de toro, gesticulado, imitando la cita del torero... las divertidas y alargadas vocalizaciones, incluso las artificiales (pero reveladoras) segmentaciones en fonemas de palabras enteras. No podré olvidar las primeras y asombrosas lecturas de aquellos niños a los que se les había atragantado la metodología tradicional.
Los que hemos contemplado la emoción de un niño que empieza a leer, que se inicia en la autonomía del conocimiento mediante los libros, entendemos perfectamente la idea de dedicar un día a la alfabetización. Para ese uno de cada cinco adultos que aún no saben leer en el mundo, para los setenta y dos millones de niños que aún están sin escolarizar; nuestra solidaridad y el compromiso de colaborar en lo que desde aquí se alcance.
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