La influencia del maestro (palabra con una carga semántica grandiosa, frente a la casi aséptica denominación de "profesor") en la mayoría de nuestras vidas es importantísima. Algunos son conscientes de ello y la rescatan en su memoria (como leemos en la carta de Albert Camus a su maestro Germain, el 19 de noviembre de 1957, tras recibir el premio Nobel de Literatura), otros quizás no lo recuerden; pero en todos laten sus enseñanzas, sus consejos, sus palabras de ánimo... así como en algunos también y por desgracia, la humillación de un capón, el rigor de una metodología extraviada o el adoctrinamiento imperdonable.
En estos tiempos, en que la ciencia y la historia ha demostrado con tanta claridad la trascendental importancia de la educación de las personas para el desarrollo e influencia de un país, para su sano gobierno; los políticos de turno se llenan la boca de alabanzas y reconocimientos a la tarea docente mientras por detrás cruzan los dedos recortando y esquilmando los recursos humanos y materiales, dejando en la estacada al pobre maestro con más edad y más niños; y estos a su vez más problemáticos y más hambrientos.
Soñé con ser científico o explorador, quise ser periodista, me contenté con -finalmente- ser maestro. Empecé mi trabajo con el entusiasmo de la juventud. Continué por más de treinta años cultivando todos los jardines, luchando en todas las trincheras. Ahora, cuando la jubilación que antes percibía cercana, se me aleja y emborrona como la presbicia que me aqueja, hago memoria. He convivido con maestros por centenares, en más de catorce colegios, en diez localidades diferentes, en todos los ciclos de primaria y alguno de secundaria, en todas las asignaturas (excepto religión e inglés). He conocido niños por millares, en todos los niveles, en muchas localidades. He dado clase a grupos de todos los tamaños: de varias decenas, de 4 ó 5, de uno en uno... y en todas partes he visto:
La devoción de casi todos los niños por la mayoría de sus maestros o maestras, la incontenible necesidad del abrazo casi siempre correspondido, la alegría compartida con sus compañeros de clase... Y también: la dedicación de la mayoría de mis colegas por sus alumnos, el eterno retorno a la ilusión cada principio de curso, el síndrome "de la pila agotada" al llegar a casa, el desconcierto de cambios caprichosos y continuos en la administración...
En el santoral escolar figuran santos extraños: desde San Viernes, patrón del desahogo y la euforia, hasta Santa Paciencia (tantas veces invocada), llegando incluso a mentar a San Herodes (patrón metafórico de maestros irritados y padres desesperados). Pero hay unos santos desconocidos que se enfrentan cada día con ese ejército infantil de necesidades e impulsos, de curiosidades y evasiones. A veces tienen mala fama, pero son auténticos y desconocidos héroes: a Herodes se le cayó la d.
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