domingo, 20 de octubre de 2013

En la habitación del pánico


Escribo esto desde el retrete. Antes he redactado un protocolo de seguridad a rajatabla: comprobar techos y paredes, examinar el espejo, buscar agujeros y rendijas... La NSA es capaz de todo. Aquí construí mi jaula de faraday: Tengo el recinto del WC forrado de papel albal, a prueba de pulsos electromagnéticos.
Hace meses que sabemos que Obama ha querido convertirse en confesor no autorizado de la humanidad. Sólo Dios puede valorar el bien y el mal (no hay nadie por encima) y  "El fin no justifica los medios"... pero el presidente pronuncia la contraseña que autoriza soslayar a la ética: "Salvar vidas americanas". Un moderno Maquiavelo que piensa que vale todo por el bien del Imperio. Como daños colaterales un impúdico espionaje a escala mundial, la invasión de la intimidad de amigos y enemigos, de naciones y personas individuales, de los propios conciudadanos.
Un desvelar preventivo, pero... en íntima contradicción con sus ideas: un brutal acoso y castigo a los que levantan el velo de los desveladores: Julián Assange,  Bradley Manning, Hervé Falciani
 y tantos otros piratas de la información, Robins Hood de los datos, que devuelven al pueblo  la consciencia del saqueo de su presuntamente segura intimidad.
Tengo miedo de que puedan escuchar mis propios pensamientos. Intento distraer mi propio discurrir con tonterías e intrascendencias. Temo volverme loco. Tiro de la cadena para ahogar el susurro de mis propios pensamientos. Un murmullo se escapa de mi garganta: Hijos de puta.

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