Pero también huele a sudor. Sudor del trabajador cansado. Sudor del obsesivo manoseo del avaricioso. Sudores de miles de pieles que amalgaman sus secreciones sobre la mate superficie de celulosa.
A veces notamos el olor al alcohol del cubalibre, al café del bar, al agua jabonosa que se escurre de las manos del camarero cuando te cobra. Otras notamos el perfume barato de una mujer pobre, el desodorante de la stripper, el turbador aroma del seno de la prostituta, el almizcle de los testículos tan próximos al bolsillo del chulo. En ocasiones percibimos el olor rancio del colchón sin ventilar, o la roña de los cajones del viejo ultramarinos. Muchos domingos huele a ceras e incienso y a cepillo de iglesia. A fin de mes notamos la leve esencia del engomado de sobres cerrados donde su color se vuelve negro. Algunos días nos sobresaltamos con con olores a pólvora, a veces a sangre...
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