martes, 19 de noviembre de 2013

El olor del dinero.


El dinero huele, puedes creerlo. Y no sólo a tinta y papel. Cada billete tiene una historia escrita con aromas que podemos rastrear como sabuesos. En esto son peritos nuestros fieles amigos los perros. Si pueden detectar en nosotros tantas cosas, no es menos con nuestro dinero. Algunos llegan a hacerse famosos como el caso de Dina y Alegría, dos perros de la policía alemana capaces de olfatear los billetes escondidos a través del equipaje, listos para su evasión. Y ya en laboratorio, o también con la ayuda de canes u otros aventajados husmeadores del reino animal, se pueden detectar en cantidades elevadísimas de billetes de alto valor, rastros de cocaína; y es que el billete es muy socorrido para cortar una raya o preparar el canuto con que se esnifa ese polvo blanco carísimo y deseado.
Pero también huele a sudor. Sudor del trabajador cansado. Sudor del obsesivo manoseo del avaricioso. Sudores de miles de pieles que amalgaman sus secreciones sobre la mate superficie de celulosa.
A veces notamos el olor al alcohol del cubalibre, al café del bar, al agua jabonosa que se escurre de las manos del camarero cuando te cobra. Otras notamos el perfume barato de una mujer pobre, el desodorante de la stripper, el turbador aroma del seno de la prostituta, el almizcle de los testículos tan próximos al bolsillo del chulo. En ocasiones percibimos el olor rancio del colchón sin ventilar, o la roña de los cajones del viejo ultramarinos. Muchos domingos huele a ceras e incienso y a cepillo de iglesia. A fin de mes notamos la leve esencia del engomado de sobres cerrados donde su color se vuelve negro. Algunos días nos sobresaltamos con con olores a pólvora, a veces a sangre...


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