Por otro lado, más que un simulacro de incendio deberíamos haber programado uno de derrumbe, que vendría más al caso. Al fin y al cabo nos lo han demolido de todas formas. El desencadenante: una niña se cortó con un cristal de una ventana que se rompió al apoyar en él la mano (parece que las presiones repartidas por las pareces afectaban al marco y ponían ya en tensión el vidrio).
Se impone pues realizar el simulacro en las nuevas instalaciones. Con humor nos comentaba nuestra secretaria que, por fuerza, lo estamos haciendo ya todos los días. La entrada y la salida por dos escaleras no muy anchas de 502 niños a la misma hora ya suponen un desalojo complejo cada día (un proceso dos veces en cada dirección). Así que, cronómetro en mano, vamos mejorando nuestro record día a día.
Esto de los simulacros me trae a la memoria anécdotas curiosas. Recuerdo simulacros con aviso previo (sí, los he vivido) con lo que de "simulacro" nada... en todo caso "ejercicio de desalojo". Y en los que se ajustan más al objetivo de la actividad siempre teníamos algunas pistas para adivinar el momento: solía ser a última hora, un viernes... quizás el último día del trimestre... Siempre se aprovechaban los momentos en que interfiriera menos en la actividad escolar, con lo que las fechas se reducían.
En uno de aquellos simulacros de incendios me quemé vivo. Resulta que, muchas veces por razones de mi continua itinerancia, tengo que ocupar cualquier espacio libre cuando llego al centro. Suelo trabajar en la biblioteca que me brinda tranquilidad y de la que me ocupo en los tiempos sin alumnos. Hace algunos años, sonaron los timbrazos correspondientes y se puso en marcha el protocolo establecido: Los niños dejaron sus cosas y se pusieron rápidamente en fila. Las clases fueron desalojadas en orden y los almnos bajaron ordenadamente las escaleras sin gran alboroto. Más de la mitad de los alumnos del pabellón principal pasaron delante de la puerta de la biblioteca. Yo, que estaba dentro, no percibí los timbrazos (parte por mi hipoacusia, parte por ser una sala aislada) y nadie me avisó. Permanecí allí dentro, trabajando mientras el director cronometraba y comprobaba satisfecho la rapidez y orden del desalojo. Los alumnos volvieron a sus clases y yo tampoco lo noté. . Días más tarde, enterado de todo aquello, se lo dije al director para que lo tuvieran en cuenta. Supongo que el informe final sería más o menos así: " Desactivación de gas y alumbrado correcta. Los 500 niños desalojados con orden y rapidez. Espacios de seguridad controlados. Aulas, servicios y pasillos revisados. Profesor carbonizado en la biblioteca."
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