domingo, 1 de diciembre de 2013

Un trocito de cielo


La llamada me llegó de improviso, mientras atendía a una mis pequeñas alumnas. Con el dedo le indiqué una página con repasos y copias que podría ir haciendo mientras hablaba con aquella mujer que me preguntaba en ese momento cómo veía el posible manejo de X, otro de mis alumnos, con una tablet  que estaban pensando adquirir para él. Que me llamara de parte de la madre de X me puso en guardia de que quizás, la madre ya le había convencido de que era interesantísima su compra. La mujer me habló de que el joven estaba muy ilusionado con ella como regalo de Reyes y que ya la había manejado conmigo en el curso pasado. Yo noté que la madre había exagerado; se pasó cuatro leguas: ni había manejado la tablet (acaso algún torpe roce entre los movimientos incontrolados de su brazo) mientras leíamos las noticias, ni había asegurado que le pudiera manejar bien; tan solo habían apuntado (deprisa y corriendo en el último día de asistencia) la posibilidad de colocar una tablet en la parte inferior de su mesa adaptada y que él pudiera utilizarla con la boca mediante una varilla. Así que, ingenuo de mí, le dije que probarlo no había probado nada, pero que era una posibilidad que había que intentar y le expliqué que quién más puede saber de esto son los equipos específicos de apoyo a motóricos o expertos implicados en estos niños. La mujer colgó y yo volví a dedicarme a mi alumna mientras empezaba a darme cuenta de que la madre de X había preparado el escenario adecuado para vender una moto (sólo que el actor no sabía de qué iba la obra, aunque la intuyera un poco).

Tres horas después recibí la llamada de la madre de X (cosa extraña pues no usa nunca el móvil de prepago siempre "muerto" por falta de saldo). Tras un escueto saludo inicial, con ese lenguaje tan directo (y tan cargado de ojivas explosivas) me echó una bronca descomunal; en principio por mi falta de colaboración, después por haber creado expectativas en su hijo y, por último, por mi estupidez.
Evidentemente ella esperaba de mí que contara las mil maravillas que podría X hacer con esa tablet tan maravillosa. Daba por supuesto, acaso con razón, que debería haber vendido la moto con entusiasmo. Luego prosiguió echándome en cara que había hablado de sus posibilidades delante de X, con lo que X ahora se sentiría muy desilusionado si no la conseguía o no lograba hacerse con su manejo. Yo me defendía como podía de esa doble sensación de culpabilidad: Que si profesionalmente debía decir la verdad; que, delante de X, no pretendía crear ninguna expectativa, tan solo explicar posibilidades... La tercera andanada tenía que ver con mi estúpida ingenuidad: en un tono pedagógico, casi maternal, me dio una clase magistral sobre la psicología de la culpa y las diferentes almohadas en que duermen las conciencias intranquilas: "Jesús les sobra el dinero, les sale por las orejas". Hay que decirles lo buena que será la tablet, tiempo habrá para devolverla si no funciona la cosa. ¿Y qué hacer luego con ella si no la puede usar? ¡No hay ningún problema, no será dinero malgastado!, Yo les doy una lista larguísima de gente que la necesita! Nosotros necesitamos intentarlo todo. X ha estado al borde de la muerte muchas veces y ahí está con sus 19 años. Nadie apostaba por su supervivencia y lo ha conseguido. X necesita intentar sacar partido de la tablet  y ellos necesitan su trocito de cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario