Si el Marqués de Valdeflores hubiera vivido en el año 2014 y no en el 1754 quizás no hubiera bautizado la glorioso centuria del XVI como "El Siglo de Oro", sino que, desde su cuenta de twitter y en menos de 118 caracteres lo habría definido y bautizado como "Siglo de Plomo".
Porque hoy en día, el aura dorada del periodo más brillante de nuestros clásicos literarios palidece, vira hacia el gris y degrada su luz adquiriendo tonos plomizos, cromatismos plúmbeos que sugieren horizontes poblados de columbonimbos anunciando una tormenta intelectual inaguantable. Una vez logrado (Dios sabe por que métodos) deshacer el vínculo de nuestros estudiantes con la tablet o el smartfone, anunciar que vamos a estudiar alguna de las obras de nuestros clásicos del Renacimiento o el Barroco, se asemeja a la invitación a un entierro. Una nube de sombras invade su mente apagando en un instante fondos brillantes, llamativos iconos e impactantes fotografías. Se detienen las animaciones. Se disuelven los pixels. La pantalla cierra en negro. El cerebro queda en stand-by.
Tras el apagón digital, ¿quién es capaz de suscitar interés por las delicadas metáforas, los elaborados hipérbaton, los bellos adjetivos, el rico vocabulario o la fascinante construcción de aquellos textos irrepetibles? No hay adolescente que aguante el Quijote. Les importa un bledo la Gramática de Nebrija. Se reirán de las tragedias y amores de Calixto y Melibea. Acaso sonrían un poco con las agudas picardías del Lazarillo. Puede que se lo pasen pipa haciendo un poco el burro en Fuenteovejuna, si el profe les propone representarla. Se comerán la cabeza con los galimatías de Santa Teresa. Fliparán con la poesía mística de San Juan de la Cruz...
¿Quieres una una denuncia por maltrato? Propón una lectura de tema pastoril. Saca un volumen de La Galatea y prepárate para una sesión de vómitos por aversión. Elige, si quieres, Ninfas y pastores del Henares para suscitar su interés localista: ¡Pero si yo lo que conozco es el Brons!, ¡Profe, yo sé algo de Afganistán!, ¡Yo del Real Madrid!...
Piensas enseñarles a construir bellas imágenes lingüísticas. Les hablas de crear metáforas cautivadoras. Les propones textos de belleza sin igual. Iluso... ¿Por qué esforzarte en interpretar la criptografía de aquellos escritores si su universo es una constelación de imágenes a cual más motivadora? ¿Por qué esforzarse inútilmente cuando las imágenes literarias pueden entrar por los ojos ya elaboradas? ¿Por qué construir la imagen si puedes conseguir el puzle completo?
Acaso, amigo lector, tú que fuiste capaz de sobrepasar la segunda línea, tú que llegaste hasta aquí... acaso, la respuesta esté en que "Un mundo feliz" es el más infeliz de los mundos, en que el placer de gozar con las manufacturas no se puede comparar con el placer del artesano creador, en aprender a ser programadores del lenguaje, la gran herramienta de la sabiduría.

Esta obra de Jesús Marcial Grande Gutiérrez está bajo una

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