miércoles, 23 de julio de 2014

Pequeños relatos de Ciencia Ficción - 31: Imprevisibles humanos


"Me llamo Jaime Merino Prado y grabo este vído desde el planeta 34172-BH, tercero de la estrella Tau-Leti, a 10,2 años luz de Humanópolis, capital del Imperio Humano. 
Nací el 12 de octubre de 2457 en una península de la Federación Europea cuando solo había un puñado de Misioneros Taung en la Tierra, mi planeta natal. Nada de mi infancia y juventud importa hasta que cumplí los 27 años. La civilización Taung, en tanto, había ocupado nuestro agónico planeta y logró en un tiempo record limpiarlo de sus históricas plagas. Aún recuerdo el gris del firmamento antes del Gran Programa Ecológico de Taung: en pocas semanas el cielo se convirtió en un gas límpio y azulado surcado de blancos y brillanes aglomerados de vapor de agua. Recuerdo también su lucha contra el cáncer, el tratamiento casi milagroso de las enfermedades mentales, el increíble funcionamiento ético que imprimieron a la política...y recuerdo también, horrorizado el día día que se detectó la Amenaza Een.
Era terrible la Amenaza Yen. naves Yen hiperlumínicas surcaban el espacio enfilando la Vía Láctea. Su gran númeo provocó el recelo de la anciana raza Tiang, la pacífica raza de filósofos colonizadores de toda la denominada Galaxia Nostra o Vía Láctea. Desde hace tiempo se tenían noticias de la voracidad del imperio Yen que tenía su capital en el centro de la espiral de la cercana galaxia de Andrómeda. Arriesgados naveganes y exploradores galácticos habían oído hablar de ella en sus viajes comerciales a los corpúsculos globulares cercanos. Alertados por su inquietante proceder fue enviada una misión parlamentaria a la gran flota. Solo una nave, en condiciones penosas, logró regresar. Fueron atacados tras el primer avistamiento por las avanzadillas yen. Las intenciones yen quedaron claras. Se decidió enviar una expedición punitiva contra las naves de la avanzadilla; quizá, pensaron, obraban por su cuenta y el grueso de la expedición tenía otros objetivos. Los Tiang inentaron, pese a todo, negociar antes del ataque y los yen aceptaron, pero cuando se acercercó la nave de los negociadores Tiang fueron aniquilados sin piedad. 
A partir de entonces los encontronazos bélicos en las afueran de la galaxia fueron haciéndose más numerosos y todos con resultados desastrosos para los soldados voluntarios Tiang (no existía la carrera militar entre ellos). Interminables debates tenían lugar en el Consejo Supremo: ¿Cómo detener a los Yen? Sus portentosas inteligencias operaban en coordenadas muy superiores a los humanos y; sin embargo, todas los enfrentamientos con el enemigo terminaban en dolorosos fracasos. Las naves Yen, mientras tanto, se se habían apoderado de buena parte de la Vía Láctea. Sólo un extremo de la misma: las decenas de miles de estrellas cercanas a la Tierra resistían aún. Los Tiang decidieron dejar el asunto en manos de la Gran Computadora, un ingenio electrónico muy sofisticado creado en tiempos para organizar la actividad de toda la galaxia. Treinta y c inco días consumieron los Tiang en introducir en el gigantesco electrocerebro la ingente cantidad de datos de relavancia de que disponían y que consideraron oportunos para su procesamiento: cada batalla en cada rincón de cada planeta en cualquier periodo de su historia fue introducida: batallas en asteriodes minúsculos, grandes combates interplanetarios, tácticas militares exóticas... Finalmente se le pidió a la computadora una respuesta urgente y definitiva. Tras varios días procesando millones de variables con algoritmos muy complejos la Computadora envió a sus pantallas la respuesta definitiva: 

"De los datos aportados y de las características de los invasores se deduce que las naves Tiang no debes ser capitaneadas por seres de la sabia raza Tiang. Sus escrúpulos morales para exterminar seres vivos les hacen incapaces para el ataque y lentos y suicidas para la defensa. Es preciso operar con parámetros nuevos, algunos casi sinónimos de especial inteligencia, que el lenguaje de los humanos define como , , , ... ergo capitanes y pilotos deberán reclutarse entre personas de la raza humana que poseen en elevado grado estas posibles cualidades...."        
...SIGUE EL MENSAJE... SIGUE EL MENSAJE...
"Esta decisión conlleva, con alta probabilidad, un serio peligro dada la imprevisibilidad de estos seres y los factores inherentes a esta raza. La raza Tiang puede ver su seguridad e independencia fuertemente comprometida si se confía a ellos"
...FIN DEL DICTAMEN.

No les importó a la bondadosa raza Tiang ceder el mando de sus naves a los pilotos humanos. El peligro era demasiado inminente plara discutir largo tiempo la preocupante advertencia del dictamen de la Supercomputadora. Grandes y valerosos capitanes fueron reclutados en las Fedeaciones Terrestres y viejas glorias militares fueron rescatadas de su aburrido retiro  para ser puestos al mando de naves y flotillas enteras. Yo, Jaime Merino, fui uno de ellos. Mi familia tenía una larga tradición militar,  un antepasado mío aparecía en viejos archivos microfilmados de historia como un héroe en la lucha por la independencia de un antiguo conquistador llamado Napoleón. Sus tácticas para combatir poderosas tropas con pocos efectivos le hacían exelente candidato para este tipo de conflicto. 

Aún ecuerdo mii primer encuentro con las escuadras yen. Éramos unas pocas naves Tiang y el enemigo formaba ante nosotros con cinco escuadras de acorazados en línea. Casi instantáneamente y, sin sabe cómo, es espacio se configuró ante mí como si fuera un paisaje de mi accidentado planeta lleno de bultos y receptáculos, de valles y montañas, de extensos bosques estrellados, de perturbadoras nubes iónicas... un espacio hecho para guerrilleros. Vislumbré durante unos segundos alineadas ante mí las tropas napoleónicas perfectamente pertrechadas y sentí a mi espalda la airada chusma que dirigía cargada con trabucos. Nuestras escuadras de artillería pesada no estaban muy lejos, apenas a un parsec; pero si se aproximaban, serían rápidamente detectadas por los sensibles espacio-rádar yen. No nos quedaba sino huir. Sin embargo me resistía a rehuir el combate. Una idea vieja como el tiempo, una lejana voz de mis ancestros. me apremiaba a que hiciera algo, no sabía qué; pero algo... Entonces, como un relámpago, una idea iluminó mi mente. Arrebaté excitado el micrófono del piloto y ordené a las escuadras pesadas que se dirigieran a la constelación AX-73 y  quedaran ocultos tras la estrella N-753-alfa de plasma neutrónico que absorbe todo tipo de energía y, por tanto, impide ser detectada. Mientras tanto instalé nuestra débil batería de cañones positrónicos para hostigar, en lo posible, la vanguardia  yen. Su respuesta no se hizo esperar: siguiendo el rastro de nuestras turbinas se lanzaron a una velocísima persecución a través de la espiral exterior. Arrastrábamos sus naves hacia una trampa mortal. Desde sus puentes de mando los almirantes ingleses de las escuadras de artillería pesada no dudaron un instante en ordenar hacer fuego sobre los descuidados navíos yen que rebasaron en tromba la estrella de neutrinos. Mi ancestral instinto guerrillero había triunfado sobre la soberbia de un enemigo superior. Aquella fue la primera victoria de los comandos terrestres. La fama me acompañó por toda la galaxia y pronto fui requerido para realizar numerosos ataques, organizar defensas imposibles, comandar emboscadas y, por fin, dirigir la última batalla donde se derrotó al ejército definitivamente al ejército yen. Los supervivientes y sus naves fueron apresadas y pasearon su vergüenza por toda la galaxia. 
Y ahora  he de exponer mi recuerdo más doloroso porque sabed, humanos, que es cierto que existió la raza Tiang. Nada recordáis ya porque yo mismo ordené un borrado de memoria global y obligatorio bajo pena de muerte. No recordáis cómo volvimos al mando de nuestras poderosas naves hiperlumínicas triunfantes, con el orgullo de una raza victoriosa. Dioses sobre nuestros caballos de fuego volamos al sistema solar de Tiang y sonriendo entre dientes escuchamos su amable petición de restitución de su armamento. Sus demanda hirió nuestro orgullo de vencedores y decidimos cobrarnos las vidas de quienes nos reclamaban la peligrosa propiedad del poder: Les atacamos sin compasión. No respondió la raza Tiang. No quiso defenderse. Podéis ver las lágrimas que surcan mi rostro, yo mismo di la orden de atacar y muchos de vuestros más honorables capitanes me felicitaron luego por ello. 
No puedo dejar de pensar en los bondadosos seres de Tiang al recordar las últimas palabras de la supercomputadora mientras enormes explosiones consumían sus planetas y la cuna de la civilización de la galaxia se convertía en un ardiente púlsar. Late en mi recuerdo único el corazón de la vieja raza Tiang que ordené destruir, tiembla sobre mi conciencia el parricidio, deicidio en realidad. Sume su recuerdo mi mente en el más absoluto terror porque conozco la extraña naturaleza del ser humano, su esencia fratricida y fraternal, su dualidad de criminal y de santo; su facilidad para crear y destruir; y su tendencia a olvidar... olvidar...  "      

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