martes, 12 de agosto de 2014

Pequeños relatos de Ciencia Ficción-51: El citoedificador

La noticia recorrió la galaxia rápida como un dispar de lásser: "Se había inventado el citoedificador". Era éste un pequeño y complejo minilaboratorio que disponía en su interior de un tanque de unos 100 l. conteniendo un espesa disolución rica en aminoácidos elementales, proteínas semidesarrolladas, hidratos de carbono, sales minerales... todo ello saturado en agua hasta rebasar ligeramente la marca del hectolitro. Antiguamente algún irónico observador podría haber llamado al aparato la "Caldera de la Bruja Pirula" pero aquellos tiempos futuros eran mucho más serios así que lo bautizaron como "Citoedificador" o alternativamente como "Arquitecto celular" , "Reconstructor biogenético" u "Ordenador humanocitónico". El caso es que, mediante complicadas reacciones y sometido a un muy sofisticado  campo electromagnético se podía reconstruir una persona a partir de una sola de sus células. Servía incluso una célula ósea en mediano estado de conservación, el único requisito imprescindible es que su ADN pudiera ser reconocido en su totalidad. 
La noticia causó sensación. Los militares desenterraron las hendidas calaveras de los más gloriosos guerreros de la antigüedad; un fémur de Maquiavelo fue adquirido en pública subasta por un precio desorbidado; el Vaticano dispuso una revisión de sus necrópolis seleccionando los santos más edificantes; el cadáver de Leonardo De Vinchi fue robado espectacularmente por una banda de supuestos iconoclastas (en realidad eran científicos de un laboratorio secreto de ingeniería creativa); en ls sede central de la CIA, el director general ordenaba incinerar apresuradamente el cadáver del célebre Estrangulador de Boston... Parecía como si el pasado volviera a renacer. Llovieron los pedidos de particulares para hacerse con su propio citoedificador y los constructores compararon un planeta más grande para instalar las nuevas fábricas.
Los primeros clones, ya perfectamente terminados,  abrieron los ojos dentro de su cálida placenta artificial y se incorporaron tras retirarse la tapa de cristal que los protegía. Todos tenían el tamaño adulto que se les había programado, aunque se podía llevar el proceso a diferentes edades mediante algoritmos de inferencia. Cuando esto ocurría la gente se maravillaba: eran completamente idénticos a sus antecesores contemplados tantas veces en vídeos o fotografías, incluso en cuadros de antiguos artistas que, ahora lo veían bien, habían incorporado su peculiar mirada al proyectarlos sobre el cuadro.  Esperaban boquiabiertos que los recién nacidos hicieran o dijeran algo digno de su progenitor; sin embargo no pudieron pronunciar una sola palabra: no sabían hablar. Tampoco su inteligencia estaba desarrollada: nadie lleva aprendido el lenguaje en las células y si no se sabe hablar no puede existir el pensamiento. 
Se trató de corregir esta falta de aprendizaje programando el citoedificador para dar a luz a niños a los nueve meses (en una burda imitación de la naturaleza) pero tampoco ocurrió lo que todos anhelaban:. La banda neonazi que había extraído unas células de caspa de la gorra de Hitler contemplaba  desconcertada las tendencias contemplativas y monásticas de aquel niño en que cifraban sus esperanzas de supremacía mundial. ¡Y qué decir de una descendiente (indirecta, aclaramos) de Santa Teresa del Niño Jesús, la célebre mística española fundadora de conventos,  resultó que quiso alistarse como voluntaria en la patrulla de policía galáctica...
Si el recelo tuviera un tamaño, necesitaríamos varias galaxias para contener el que se apoderó de la raza humana antes sus flamantes citoedificadores. Se amontonaron las cajas con las devoluciones en las oficinas de la constructora. Lentamente volvieron a cubrirse las fosas, se cerraron las tumbas sobre los huesos removidos, se sellaron los sepulcros; tornaron a la tierra los huesos polvorientos y se deslizó de nuevo la losa de la historia.  

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