Multipropiedad es ya palabra prohibida por la ley en los contratos. Ya nadie puede considerarse poseedor o propietario (siquiera en una fracción) como nos hicieron creer tiempo ha de un apartamente en tiempo compartido. Sin embargo la palabra multideuda se hace plenamente vigente. La red se puebla de quejas de reclamantes contra los desmanes de la multipropiedad. Esta es la confesión de un afiliado a tales complejos.
El cebo:
Todo empezó con una invitación en 1992. He rebuscado en viejos papeles hasta encontrar el nombre de la compañía: Lexmaison Marketing. Creo que pusieron en el anzuelo la promesa del regalo de un pequeño electrodoméstico por escuachar una charla de unas dos horas en un céntrico hotel de Madrid.
La ratonera:
Entre un numeroso grupo de alegres borreguillos nos introdujeron en una sala ámplia repleta de mesas para dispuestas para 3 ó 4 personas y allí nos distribuyeron poniéndonos a nosotros a cargo de un joven y simpático sudamericano. Este comercial tenía un punto de melancolía que me predispuso a su favor. Pagué caro el error de confiar en este felino disfrazado que nos hablaba con esa entonación melodiosa que tanto nos fascina. Sistemáticamente, con una técnica muy bien aprendida, nos cameló (sobre todo a mí, he de decirlo) para que adquiriéramos una semana de tiempo compartido en un apartamento del complejo Ogisaka Garden en Denia (Alicante). Cuando nos consideró suficientemente predisponernos a la compra nos dejó en manos de un segundo comercial (un tal Jorge Ratia) que, papel en mano, y con ayuda de eficaces gráficos y una labia avasalladora nos "demostró" lo estupendo y práctico que era el sistema comparado con el "oneroso" pago de vacaciones que realizábamos cada año. Visto así parecía muy sencillo: Cantidades redondas, futuras vacaciones ilusionantes incluso en lejanos y exóticos países, apetecibles semanas de regalo por nuestra adquisición, ofertas especiales incluídas, realización de una magnífica inversión heredable, afiliación gratuíta por algunos años a multinacionales empresas de intercambio (RCI en nuestro caso), sustanciosas rebajas en la compra aprovechando una oferta improrrogable... Por si algún recelo albergábamos todavía, empezaron los descorches de botellas de champang en las mesas vecinas y el sonido de las campanillas que anunciaban la adquisición de alguna unidad no paraban de sonar apremiándonos a no perder la gran oportunidad, el evidente chollo que nos ofrecían. Firmamos finalmente. Todo lo tenían listo en el momento. Nos llevamos el contrato a casa y después, cuando se enfriaron nuestras cabezas y las imágenes mentales que nos habían construído se deshacían en el aire vinieron las dudas. Leímos con atención el contrato y tras leerlo decidimos reclamar por un lado 10.000 pesetas de descuento prometidas y que no se veían reflejadas y por otro, (somos así de chulos) decidimos cambiar de semana azul a semana roja ¡por que sí!. (Es curioso que pocos años antes hubiera entudiado en el aula de psicología el curisos efecto de que una vez tomada una decisión, esta gana valor en nuestro proceso de atribución, sólo por el hecho de evitar una contradición interna; es decir, sabíamos en el fondo que nos habían engañado pero nos reafirmábamos adquiriendo un producto de mayor precio). Las reclamaciones en la oficina de la empresa fueron engorrosas y complejas. Costó encontrar al tal Jorge y, cuando lo conseguimos, nos sometieron a larga espera. Finalmente nos hicieron pasar a una sala en la que había algunas personas esperando y nos recibió una persona desconocida sentada tras una mesa a la que expusimos nuestra queja e incluso amenazamos con denunciar la situación (en realidad lo que le reclamábamos no era la venta en sí sino el inclumpimiento de una pequeña rebaja de 10000 pesetas prometida). Nos puso caras muy desagradables, manifestó su irritación con comentarios duros y secos, proyectó sobre nosotros una imagen de pelmazos y descontentos con todo.... Finalmente, un individuo que estaba sentado en un banco contra la pared lateral y que había estado observándolo todo desde el principio como un cliente más le hizo un gesto apenas perceptible y el señor de la mesa nos comunicó que accedía a nuestra petición a causa del inmenso dolor de cabeza que le estábamos produciendo (Al llegar aquí, paciente lector, ya te habrás dado cuenta de que en la reunión de botella y campanillas muchas de las parejas estaban conchabadas haciendo de gancho y que en la sala donde reclamamos el "jefe" estaba apostado entre los presentes que esperaban observando la escena con todo detalle desde una esquina de la habitación). Con esto terminó la primera parte de la historia. En los años siguientes acudimos de vacaciones cada verano eligiendo destinos bastante interesantes, a veces. En la mayoría de los casos, aparte de los costes de intercambios o las cuotas (que a veces nos parecieron excesivos) disfrutamos de excelentes alojamientos en vacaciones en destinos lejanos y conocimos lugares interesanes gracias al sistema de intercambios.
El amo del calabozo
Así pues, quedamos atrapados en el sistema a perpetuidad, sin posibilidad de salir. El administrador del complejo, desde su posición privilegiada ostentaba todo el poder sobre el mismo sin posiblidad de que los pobres reclusos (aislados en sus celdas individuales y prácticamente sin posibilidad de comunicación) pudieran participar en el destino de su multipropiedad. Con el paso de los años comenzamos a recibir cartas anunciándonos aumentos considerables y quejas de otros propietaros sobre la actuación de los administradores del complejo. Eran actas y cartas en las que algunos grupos de propietarios indignados clamaban contra la ineficacia y derroche (o directamete robo) de los administradores del mismo. Algunas denunciaban hechos tan clamorosamente irregulares como convocar las juntas de propietarios un martes laborables (o los impedimentos q ue ponían a las cciones de ciertos grupos de socios). Desde Madrid u otras partes de España era realmente difícil acudir a estas reuniones y enterarse de lo que se estaba cociendo. Dejamos hacer mientras las cuotas fueron aceptables. Lo mismo hizo la mayoría que recibía comunicados de acusaciones y contraacusaciones sin posibilidad de conocer realmente lo que estaba ocurriendo. Con el paso del tiempo las aguas revueltas se aclararon y dejaron al descubierto una gestión opaca y corrupta donde el administrador y una pequeña cuadrilla de amigos sacaron beneficio a costa del resto de los indefensos mancomunados. Las últimas alarmas se dispararon cuando, hará unos cinco años, recibimos una carta en la que, bajo la amenaza de ser excluídos de la pretenencia a RCI por merma de calidad, establecían una costosa derrama de 600 euros para remozar el complejo. Dudamos largo tiempo en pagar o no. Finalmente lo hicimos confiando en que se arregalran las cosas. Escocidos pero tranquilos dejamos de pensar en el complejo por un tiempo. En sucesivas comunicaciones nos informaron de que se realizaban las obras y de que una compañía hotelera había adquirido una mayoría de las semanas y pasaba a administrar directamente el complejo incluyéndolo en su grupo de apartahoteles.
Los vendedores de humo.
Tras unos sencillos cálculos realizados sobre las derramas impuestas a los socios, entendimos que las mejoras a realizar debían ser impresionantes. Poco menos que una reconstrucción del complejo. Así que no nos extrañó que los nuevos propietarios de la mayoría de apartementos y consecuentemtne mayoría asamblearia en el mismo (la cadena de Onagrup) nos invitara a pasar unos días gratis en el compeljo y poder comprobar así las reformas realizadas y, de paso, informarnos sobre sus activdiades. Puesto que la invitación se cursaba sobre un fin de semana y "sólo" se exigía la asistencia a una charla de 90 minutos aceptamos satisfechos la oferta y nos dispusimos a pasar mi cumpleaños en Denia, templados por el sol mediterráneo en un complejo remozado y cómodo.
Hasta los mismos elementos se conjuraron esas fechas para estropearme los fantásticos días que preveía. Llovió durante el viaje, un fuerte viento y una persistente llovizna nos aguaron el paseo de la tarde y durante aquel fin de semana el cielo estuvo cubierto y desagradable. Los señores paraguas nos acompañaron en cada salida.
Ya, en la misma entrada del complejo, tuvimos que resistir la insistencia del recepcionista para que aceptáramos un pack de comidas, desayunos y masajes por 90 euros. Al día siguiente, a las 10:30 nos sentamos a la espera de la persona encargada de la charla.
Empezamos antes incluso de la hora prevista pues, al descubrir nuestra despistada presencia en los sillones de recepción, una persona se dirigiómuy amablemente a nosotros casi sin darme tiempo a apagar la tablet con la que bajaba EL PAÍS para pasar el rato. El señor Juan era, probablemente, el mejor vendedor de humo que he conocido en mi vida. Desplegó ante nosotros tal arsenal de trucos y de forma tan profesional (aparentemente informal, por supuesto) que pese a nuestras consignas pactadas de no firmar nada en caliente nos puso en verdaderos aprietos. Para empezar una actitud campechana, sincera (en todo menos en los fines de su trabajo) y directa. Conocía nuestros nombres, el número de nuestro apartamento, su localización... Con una habilidad desoncertante buscaba y encontraba posibles asociaciones en intereses, orígenes, situaciones... No pasaron ni diez minutos y ya sabíamos que tenía un hijo autista con un 20% de minusvaía, que su madre portaba audífonos (como yo), que su jefa era de Palencia (como yo), que le gustaba vivir en Madrid (como nosotros), que se había criado al lado de la sidrería Mingo (que frecuentamos), que le encanta Galicia (en la que viví dos años), que había sido distinguido como el comercial del año... todo ello alternado con explicaciones sobre las reformas del complejo que recorrimos rápidamente. Resultó que el motivo principal que aducían para la charla se despachó en 10 minutos. Luego pasamos a una sala (bajo la antigua cúpula del complejo, hoy reformada) donde varios grupos en mesas eran atendidos por comerciales alegres y dicharacheros. El lugar me recordó extraordinariamente al hotel de la calle Orense donde nos reunieron hace 20 años. Allí, sin prisa alguna, sin aparente intención -salvo agradar al cliente, alegaba- fue desplegando su telaraña: - Ponga en esta silla sus cosas, es mejor (dijo acercándo una silla)...¿Se siente cómodo, Jesús? ¿Quieres que paremos un momento? (agregó tras un pequeño movimiento corporal defensivo al cruzar las piernas)... Mostraba un un pelotilleo comedido, potenciado por el efecto de usar continuamente el nombre de pila. Cada poco tiempo, insertaba en la charla un comentario personal, una anécdota (era una enciclopedia de las mismas), una reflexión destinada a empatizar con el cliente... El gesto franco, la mirada directa, labia incontenible y envolvente, continuas preguntas solicitando una opinión a la que nunca se enfrentaba abiertamente, continuos guiños de complicidad ... Tanteaba nuestra iopinión hablando de los muchos clientes que había tenido que sentían una desesperada necesidad de hablar, de comunicarse: "La gente quiere que les escuchen" -decía-. "Algunos han llegado a llorar: no podían pagar las cuotas", "Me regalaban el apartamento"... Coninuamente mezclaba lo personal en la conversación como si fuéramos amigos de toda la vida y gozáramos de confianza eterna... Dejaba caer en la conversación privadas confesiones de experiencias vitales como la traición de su mejor amigo, socio de una compañía que iba viento en popa y cuya trayectoria acabó en los tribunales, tras una puñalada trapera. Estaba atento a cualquier gesto que denotara impaciencia, duda, confusión... y lo aprovechaba para introducir sugerencias, confesiones... En su vocabulario nunca existía la palabra NO, aunque se negó reiteradas veces a explicar porqué no nos proporcionaba su información por escrito para estudiarla; tampoco accedió a revelarnos la valoración de nuestra semana (llevaba 3 años haciendo estas reuniones en este complejo, así que sabía perfectamente en cuanto la valorarían)... Se escurría como una anguila ante las contradiciones en que caía en, contadas ocasiones: su confesión de la traición de su mejor amigo del que nunca habría desconfiado me sirvió para extrapolar esa situación a la actual en la que ni siquiera eramos conocidos: ¿Cómo habría de confiar en él y tomar una decisión sin estudiarla detenidamente?; ante el irrefutable argumento de la necesidad de leer el contrato antes de firmar sólo se le ocurrió que era una oferta inaplazable: tenía que ser en el momento...
Seguía trabajando sobre su folio en blanco al que había dividido en dos: a un lado la situación actual: nuestro apartamento, su cuota, la afiliación a RCI (apenas un rinconcito con anotaciones), al otro en ámplio despliegue manuscrito las "numerosas" ventajas de adquirir una semana flotante... Era tan evidente la manipulación gráfica que alguna vez respondí con cierto cinismo a su pregunta que "estaba clarísima la parte derecha del folio".
Porque las preguntas sobre si lo entendía, el qué nos parecía, cómo lo veíamos, si estaba claro... eran contínuas. Uno podría responder que no, pero era peor: volvía a la carga explicando de nuevo todo el asunto intentando que confundieras "está claro" con "estoy de acuerdo". En realidad era esa la estrategia fundamental de la charla: si lo entiendes (y te estoy repitiendo hasta la saciedad que es mejor) es que estás de acuerdo o eres tonto.
La "oferta" (el humo que nos vendía) consistía en un trueque de nuestra semana en temporada roja (fecha fija) por una "flotante roja" (con un abanico de fechas que comprendían las vacaciones escolares) y siempre que fuera en sus grupo de hoteles (9 establecimentos). Nos garantizaban la compra de nuestra multipropiedad anterior y la supresión de derramas (en los próximos años). El precios serían: 24.500 euros y por nuestra antigua semana nos descontaban (valoración que hicieron en un momento) 15.000 euros. ¡Deberíamos pagar 10.000 euros extas y además deshacer la escrituración -actualmente a nuestro favor- por otro sistema, que no entendí bien, y parecía dejar en una nube la propiedad real de los apartamentos o que directamente se los atribuía.
Cuando nos presentaron el contrato (lo solicitamos solo para leerlo, pues ya habíamos dejado claro que no íbamos a firmar, casi me atraganto con "el humo"... Habíamos pasado 145 minutos (55 más de lo estipulado) escuchado pacientemente, aguantando las ganas de hablar y discutir por no alargarnos, incluso llegamos a discutir como pareja sobre la pertinencia de hacer preguntas... Sentía la situación como un prolongado dolor de muelas, sólo deseaba salir de allí y lanzarme a las calles de Denia para despejarme... ya era casi la hora de comer. Como guinda (esta de mejor sabor) nuestro amable comercial nos indicó dos o tres restaurantes muy interesantes. Ya liberados de la penosa obligación "del negocio" nos relajamos y hablamos aún de algunos aspectos personales: su hijo autista, mi especialidad de logopeda muy relacionada con esos niños (hasta ahora no sabía nuestra profesión), la educación... El mejor comercial del año había dejado escapar a su presa en esta ocasión. Incluso ahora me parecía más humano. Nos despedimos. Yo me quedé pensando en lo que me había dicho al principio, en los prolegómenos cuando hablábamos de nuestras respectivas profesiones y los cursos que hacíamos gratis los maestros: "Yo los cobro: mi sabiduría vale dinero".
- ¡Y que lo digas!, pensé.
Si hay vendedores de humo es porque hay compradores de humo.
ResponderEliminarNo lo dudes... Ocurre en sentido literal (el tabaco), hasta en el figurado (el caso expuesto). Incluso nos obligan a aspirarlo sin pagarlo ni quererlo...
ResponderEliminarEl problema es cuando no compras humo... pero el producto que compras se quema y tienes que respirar tú la humarera.
Ya no fumo. Los vendedores de humo vuelven a invitarme a un cigarrillo de exótica fragancia... y ya no pico.
ResponderEliminarEn esta caso es Peñíscola Plaza, un 16 de junlio de 2013. Con la añagaza de unas sesiones de spla gratuítas te endosan la consabida charla "informativa"... ¡Pero acudimos preparados!: Una actitud desonfiadas, una familiaridad no aceptada, un planteamiento claro de los objetivos de la reunión, una queja justificada de su forma de conseguirla... Al final la profesional de los intercambios se despide fríamente y enfadada: "Allá ustedes con su problema" ¡Cómo si realmente le improtara a ella "nuestro problema", cómo si realmente nos lo fuera a solucionar... No, ya no fumamos... Lo siento: El tabaco perjudica seriamente la salud... mental.