Sobre imagen modificada de un chiste gráfico de "El Roto". EL PAÍS, 18-10-15
Les dije a mis padres que perseguía un sueño. Les pedí que me dejaran vivir mi vida, que me permitieran (como a tantos) venir a estudiar a la capital del país. Debía ser allí y no en otra ciudad: en la urbe máxima, en el lugar de todas las movidas, donde se cocinan las decisiones importantes y se corta el bacalao; había de ser en la villa de Jauja donde las oportunidades te asaltan en cada esquina. Pedí carta blanca para vivir en un piso, a mi aire, tomando mis propias decisiones, organizando mi tiempo y mis estudios. Acepté el dinero que me enviaban bajo la promesa de emplearlo en completar mi carrera: esa que yo mismo elegí.
Y perseguí mi sueño a mi manera: Hice promesas y las quebranté, las reiteré y las incumplí de nuevo, las reafirmé y mentí; finalmente, por mí mismo desacreditado, enmudecí y eludí explicación alguna. Rompí los puentes, quemé las naves, desconecté el teléfono, espacié las visitas, inventé el lenguaje de los diferidos, los monosílabos y la intrascendencia en el whatsapp y finalmente el silencio.
Yo seguía teniendo un sueño. El sueño de la libertad pura, de la soledad de la sangre, de la potencia de Dios... Desde mi castillo de marfil, era el soberano de mi vida. Degradé a mis consejeros a la categoría de vasallos. Cambié a mis amigos por siervos, les empujé a la rebelión y me dejaron solo.
Durante mucho tiempo he seguido pensando que perseguía un sueño. Me lo decía a mí mismos: los sueños se conquistan, hay que desprenderse del barro, de las servidumbres de la tierra, del afecto que nos liga a las personas y nos impide volar...
Para lograr mi sueño me desprendí de orientaciones ajenas, de los paternales consejos, del amor filial, del cultivo de la amistad, de la humana disciplina... Me convencí con argumentos sofisticados, me instruí con lecturas libertarias, abracé la doctrina del nihilismo, adoré los ídolos de la anarquía.
Y al final creo que encontré el sueño que buscaba: aquí estoy sobre el colchón disfrutando del cómodo yacer en el lecho sin hacer nada, dejando que se consuman los escasos minutos de la vida, no cediendo a la vil esclavitud de mantenerme en pie... Pero ¿era este mi sueño?
tu maravilloso texto me ha emocionado
ResponderEliminarGracias por tu comentario. El texto nació de una experiencia que duele. De la deriva de una persona que se aleja del seno familiar. Me alegro de que te gustara.
ResponderEliminarMe he pasado por tu blog Recomenzar. Prosa muy sentida y ¡un enorme montón de seguidores que celebran tus artículos! ¡Felicidades por ello! Yo, desde mi olvidado rincón, pasito a pasito: escribo.