Allí estaba otra vez, seis años después. Volvía al Camino de Santiago después de tener que abandonarlo aquel final de primavera del 2003. Pero... ¿Por qué estaba allí? ¿Qué motivos me hacían volver a un camino del que no guardaba buenas experiencias? Podía encontrar complicadas respuestas sobre la fragilidad humana y los deseos de superarse y encontrarse con uno mismo; pero no, la respuesta era más sencilla: estaba allí para terminar algo que empecé. Así que, con esa determinación, desempolvé mi credencial de peregrino metí el ajuar de siempre en la mochila, dejé cerrada mi casa y avisé a la familia para que me regara los tiestos (a la par que me gorronearan las cervezas). Allí estaba yo de nuevo con escasas expectativas y algo de escepticismo. Había que terminar y arrancar esa pequeña espina que tenía clavada desde hacía tres años.
26-8-2009 SOTO DE LUIÑA-SANTA MARINA
27-8-2009 SANTA MARINA-ALMUÑA
28-8-2009 ALMUÑA-PIÑERA
29-8-2009 PIÑERA-TOL
30-8-2009 TOL-GONDAN
31-8-2009 GONDAN-MONDOÑEDO
1-9-2009 MONDOÑEDO-VILLALVA
2-9-2009 VILLALVA-BAHAMONDE
3-9-2009 BAHAMONDE-SOBRADO DOS MONTES
4-9-2009 SOBRADO DOS MONTES-ARZUA
5-9-2009 ARZUA-SANTIAGO
5-9-2009 SANTIAGO -BURGOS
26 de Agosto de 2009. Miércoles. Tres años después.
CAMINO DEL DESASTRE (2ª parte)
Eran las 6:30 de la mañana. En
la estación no había mucha gente a esa hora. Apenas tres autobuses. En uno de
ellos dormitaban algunos pasajeros. Otros, esperaban fuera a que el conductor
abriera las puertas para coger sitio en él. Gente corriente, con sus maletas y
bolsos de viaje. Sólo dos portaban mochila. Ya no eran jóvenes y un observador
perspicaz deduciría enseguida que no eran terroristas suicidas con sus bombas a
la espalda dispuestos a perpetrar la masacre del año en la línea
Barcelona-Gijón. Ambos llevaban distintivos suficientes para saber que eran
peregrinos en ruta a Santiago por alguno de los caminos del Norte.
Y allí estaba yo. Era uno de
esos dos peregrinos. Con mi mochila roja a la espalda. Mi gorro caqui en la
mano. Mi cara de indiferencia y algún que otro bostezo. Allí estaba otra vez. 6
años después. Volvía al camino de Santiago, después de tener que abandonarlo
aquel final de primavera del 2003.
Pero, ¿por qué estaba allí?
¿Qué motivos me hacían volver a un camino del que no guardaba buenas
experiencias? Podía dar complicadas respuestas sobre la fragilidad humana y los
deseos de superarse y encontrarse con uno mismo. Pero no. La respuesta era más
sencilla. Estaba allí para terminar algo que empecé. Así que, con esa
determinación, desempolvé mi credencial de peregrino, metí el ajuar de siempre
en la mochila, dejé cerrada mi casa, y avisé a la familia para que me regaran
los tiestos mientras me gorroneaban las cervezas.
Allí estaba yo. Con poca
expectación y algo de escepticismo. Había que terminar y quitar esa pequeña espina
que tenía clavada.
El conductor del autobús
abrió la puerta y accedí al asiento asignado. En cuanto arrancó busqué la
soledad de las plazas del fondo que estaban vacías. Allí iba yo. Con mis
pensamientos.
Transitando por la autovía
de Santiago se veían de vez en cuando peregrinos del camino francés. Eran un
goteo continuo. Poco a poco me fui solidarizando con ellos. Dentro de pocas
horas yo también sería uno de los miles, que por toda la geografía española,
caminarían rumbo a la ciudad del Apóstol.
Cuando llegamos a Oviedo el
otro peregrino se apea. “Uno que va a hacer el camino Primitivo” pienso. Yo
sigo hasta Gijón. Allí tomo otro autobús hasta Soto de Luiña. Mientras me
acerco a mi destino, observo que el paisaje ha cambiado. La autovía que estaban
construyendo y que tanto me desesperó entonces, está ya terminada.
Haciendo actualidad mis
recuerdos llegó a Soto. Aviso al conductor que tengo equipaje. Antes observé
que no espera por nadie. Incluso dejó a un pasajero sin subir porque iba muy
lento. Bajo, cojo mi mochila y respiro profundamente.
26 de
agosto de 2009. Miércoles.
SOTO DE LUIÑA-SANTA MARINA
Son las 13:20. Algún
peregrino me ve bajar del autobús. “Un jeta que devora las etapas en autobús”
pensará. Yo bajo la cabeza y sigo hacia adelante. Paro a la sombra de la
iglesia. Saco de mi mochila la vieira y la cuelgo por fuera. No solo hay que
ser peregrino, sino también hay que parecerlo. Lo primero que hago es acercarme
al albergue. Que distinto me parecía ahora, a aquel que hace 6 años recibió, en
soledad, mis huesos reventados y mi ánimo quebrantado. A la puerta hay varios
peregrinos. Tienen pinta que ya no van a andar más. Intercambio breves palabras
con ellos. Les digo que yo voy a andar todavía y parecen quedar entre
asombrados y extrañados. El poco sudor de mi camisera les debe de alertar.
Antes de empezar paro en el
primer bar. Me tomo una cerveza y pienso en comer algo, pero como no tengo
apetito decido no tomar nada. En el bar entran varios peregrinos. Uno de ellos
es el que me vio bajar del autobús. Decido sincerarme. Les cuento que en este
mismo momento reinicio el camino que dejé en este mismo lugar.
Cojo la carretera nacional
634. Aunque hace algo de calor se anda bien por ella. A estas horas encuentro
pocos coches. La nueva autopista ha absorbido mucho del tráfico que antes
había. Sin apenas salir del asfalto vas pasando por pueblecitos. Entre Albuerne
y Novellana la carretera vislumbra la línea de costa. La certeza se impone: “ya
estoy en el camino costero”. En Novellana se olvida la carretera y se adentra
en un camino muy sombrío, que el espíritu agradece. Nuevamente por asfalto se
llega a Castañeras. Allí hago un lapsus en el camino y me desvío hacia la
“playa del Silencio”. A mitad de camino y viendo el desnivel que hay que bajar,
decido verla desde lo alto y seguir mi camino.
Cuando llego a Santa Marina
busco la pensión Prada. Ayer reservé una habitación ante la perspectiva de no
llegar a ningún albergue. El siguiente parece lejano. Estos 12 kilómetros de
esta tarde son un buen entrenamiento. Me asignan una habitación que da a la
entrada principal. No me molesta mucho, al fin y al cabo voy a dormir en una
“casa de indianos”.
A las 18:30 tengo echas
todas las tareas peregrinas: ducharse, lavar algo de ropa, descansar un poco.
Salgo de la pensión y busco un lugar para dedicarme a la contemplación. Andando
hacia la costa encuentro un prado tranquilo en el que unos caballos están
pastando plácidamente. Las vistas sobre la playa del Silencio son hermosas.
Salto la alambrada y me sitúo en la esquina opuesta a los equinos. El sol, que
ya está en el crepúsculo, tamiza la luz sobre los acantilados que rodean la
playa. La roca que la rodea brilla más y capta toda la fuerza luminosa del
poniente. Ante este paisaje tan sugestivo no puedo menos que extasiarme. (Es lo
que tiene la luz crepuscular). Pero, mira tú por dónde, los cuatro caballos que
comparten conmigo el prado se acercan con todo su batallón de moscas alrededor,
y se colocan a un metro de mí. En otras circunstancias hubiera agradecido una
situación como ésta. Ahora, sin embargo, la rechazo. Intento la irracional
tarea de razonar con los caballos. “-Mirad, que el prado es grande para todos.
Mirad que yo no os he molestado en absoluto. Que en este momento no quiero
contender con vosotros”. Todo inútil. En unos segundos docenas de moscas
empiezan a revolotear sobre mí. Mi momento mágico se esfumó. Molesto, me
levanto y me voy.
Me voy a cenar a un bar que
hace de apoyo gastronómico a la Pensión. Por el camino me encuentro a tres
jóvenes peregrinos que siguen su ruta hacia el próximo albergue. Parecen
extranjeros. (Más tarde, coincidiendo con ellos supe que eran eslovacos, y que
casi siempre llegaban los últimos a los albergues. Allí lo primero que hacían
era comer).
Ceno un poco fuerte. Hoy no he
comido. Me tomo un orujo de hierbas para que me tiente el sueño y me voy a
dormir tranquilamente. O eso pensaba yo. Dormir sólo en una habitación, sin que
nadie te moleste, es un lujo en el camino de Santiago. Al rato tengo que
levantarme y untarme con loción repelente de mosquitos. Ya me habían picado
dos. Por lo menos no eran de ese tipo de mosquitos que me dejan el cuerpo con
señales para dos semanas.
27 de agosto de 2009.
Jueves.
SANTA MARINA - ALMUÑA
Despierto con las primeras
luces del alba. Son las 7:10. Media hora después, con un café con leche y una
par de magdalenas en el estómago, me pongo a andar. Lo primero que hago es
quitarme el jersey. Se me olvidaba que no estoy en la meseta norte, donde a
estas horas suele hacer 5 o 6 grados menos.
En la carretera hay escaso
tráfico. La gente no madruga mucho en agosto. Así se anda bien, con la
tranquilidad necesaria para sacar gusto al caminar. Desde su atalaya, la
totémica autovía del Cantábrico vigila mis sosegados pasos. Parece ser que me
acompañará todo el trayecto asturiano.
Pasando Ballota, el camino
deja un rato la carretera y se interna por una pista que desciende. La pista se
convierte en camino, y el camino en senda. Prácticamente llegas a una ensenada
de piedras a la orilla del mar donde las olas chocan con insistencia. Cruzando
el “puente que tiembla” (La verdad es que no ves la estructura por ningún
sitio. Todo está cubierto de vegetación) se inicia un duro ascenso hasta
Tablizo, donde se vuelve a coger la carretera. Un tramo de lo más placentero.
Casi sin darme cuenta me
presento en Cadavedo. Mi intención es ir a la ermita de “La Regalina”, que está
al borde del acantilado y dicen que tiene buenas vistas. Cuando me entero por
dónde tengo que ir ya me he pasado un par de kilómetros. Así que prosigo mi
camino y ando y ando hasta que sólo me quedan 9 kilómetros para el final de
etapa. Encuentro un desvío que pone “playa de Cueva”. Mientras me tomo una
cerveza en el bar de al lado, pregunto sobre la playa y el camino. Me dicen,
“que por la playa y cogiendo un carretil se vuelve a salir al camino e incluso
se adelanta algo”. En vista de que me sobra tiempo decido acercarme a la playa
y si es menester darme un chapuzón.
Mi irrupción en una playa
llena de veraneantes, con botas y mochila deja extrañado a más de uno. La
pereza me puede y al final solo me conformo con meter un poco los pies. Tener
que quitarse la ropa, los audífonos, esperar para secarse, quitarse la arena y
sal de las orejas etc. Todo esto hace que se me quiten las ganas. De todos modos
disfruto del momento. Aunque parezca mentira no volveré a tocar el mar en este
camino costero.
La tarde se va nublando. En
el camino veo a los primeros peregrinos de hoy. Uno, es un alemán pintoresco.
Camina con sandalias y paraguas de colores. Los otros son los tres jóvenes que
vi ayer en Santa Marina. Me dicen algo en inglés que después de un rato
entiendo: una de ellas había perdido un jersey. Todos éstos se desviaron hacia
Luarca. Yo miré los papeles de la guía y seguí la carretera hasta Almuña. En el
polígono industrial del pueblo paro a comer un menú del día.
Cuando llego al albergue
(Está situado 550 metros de la carretera principal) no encuentro a nadie. Al
poco aparece el alemán. Intercambiamos una pequeña conversación. Resulta que
vive y regenta un pequeño albergue en el pueblo de La Faba, en el camino
Francés. Hacía el camino costero para sentirse peregrino una vez más y
disfrutar del caminar.
Fuera empieza a orvallar,
aunque la temperatura es buena. En vista de la perspectiva de la tarde, una vez
hechas las labores me acuesto para dormir un poco. No es posible. Las moscas no
me dejan en paz. Me levanto y llamo por teléfono a Pablo, un amigo mío desde la
infancia. Sé que está veraneando con la familia por esta zona de Asturias.
¡Bingo! A la sorpresa inicial, responde que están de visita en Cudillero,
volviendo hacia su residencia veraniega. Al poco rato se presentan en las
puertas del albergue. El suegro, Bernardo, que ya ha hecho 10 veces el camino
Francés, en seguida entra en el albergue para comparar. Nos tomamos una cerveza
en al bar más próximo, mientras hablamos del verano y del camino. Con la
promesa de volver a llamarles mañana, se van. Habían venido en plan playero y
no tenían nada que ponerse ante el frescor de la tarde
Yo me acerco a un supermercado
y compro algo para cenar. También llevo una botella de vino para compartir. Mi
sorpresa es que, cuando vuelvo al albergue, los 4 peregrinos que hay ya están
soplando vino. Así que los 5: el alemán, dos holandeses y un bilbaíno que
peregrinaba por séptima vez seguida a Santiago en bici (por cierto, le he
vuelto a ver en pleno noviembre en Burgos haciendo nuevamente el camino
Francés), y yo, nos ponemos a cenar y beber vino en el porche. La hospitalera
se metió a las 9 en una habitación. Se cerró con llave y no apareció hasta las
9 de la mañana. Parece ser que no se fiaba mucho de 5 varones que no hacían más
que hablar, reírse y beber vino. Sobre las 11 de la noche y 4 botellas de tinto
después, nos vamos a descansar. Por si acaso yo me echo un buen repelente de
mosquitos. Fuera deja de orvallar para ponerse a llover.
28 de
agosto de 2009. Viernes.
ALMUÑA - PIÑERA
A las 8 me levanto y miro
por la ventana. Llueve. Muy lentamente van levantándose los demás. Una mañana
así impone sus reglas. No hay prisa. Los holandeses desaparecen en cuanto llega
un taxi que han llamado. El alemán está francamente contrariado y comunica que
va a coger un tren hasta Gijón. (No volví a ver a ninguno) A las 9, con el
poncho de lluvia y los pantalones largos puestos, me echo a andar. Llueve.
Llego a Luarca. Llueve. Entró en un bar a tomarme un café con leche. Sacudo el
agua del poncho fuera. Mis pantalones mojados hasta más arriba de la rodilla
provocan el comentario del dueño del bar. “-Sería mejor ir con pantalones cortos
y secarse con una toalla de vez en cuando”. Yo contesto amablemente que “es
preferible que se mojen los pantalones a que se moje por dentro una bota.”
A las 10:30 me pongo
nuevamente a andar. Llueve. Hasta las 13:00 no para de llover. ¡Aleluya! Todo
este tramo tiene una orientación un poco confusa. A veces hay que preguntar
Pasado Villapedre me llama
mi hermano Javi. Teléfono en mano y con el sig-pac asturiano en la pantalla de
su ordenador, me va indicando y describiendo el camino que tengo que seguir. ¡Qué
cosas éstas de la tecnología! Pienso que dentro de poco crearán un G.P.S. para
el camino que te indicará todo. (Unos días después leí en un periódico gallego,
que en un grupo académico estaban ultimando el dicho G.P.S.)
Entro en Piñera a las 14:30.
El camino hasta aquí ha seguido carreteras terciarias y caminos solitarios.
Aunque el albergue está en la carretera general, para sellar y coger la llave
hay que dar una excursión por el pueblo. Piñera es pueblo pequeño que no tiene
ni siquiera bar. En una casa particular, que también ofrece la posibilidad de
cenar, me dan las llaves del albergue. Cuando llego, ya están esperando para
entrar 2 peregrinos italianos: padre e hijo. El padre ya ha hecho el camino 8
veces y habla bastante bien el español. El hijo también lo ha hecho. Es más
reservado.
Como algo en el porche que
hay en las traseras del albergue y me echo una buena siesta. Cuando despierto
en el albergue hay 5 personas más. Todos extranjeros. Salgo al porche a
escribir cuatro letras para este diario. Hay una joven peregrina extranjera
escribiendo algo también. Con mi mejor sonrisa me pongo a su vera a escribir.
En un castellano lento le digo unas palabras que no se si entiende. (En una
conversación con peregrinos extranjeros empiezo siempre hablando frases
sencillas en castellano. Es la mejor manera que se vayan habituando. Algunos
llegan al camino sin entender nada de nada en español.)
Como no hay mucho que hacer
en este pueblo y mientras sigue llegando algún peregrino que otro, llamo a
Pablo. Está a 4 kilómetros de Piñera, en un pueblo costero que se llama Puerto
de Vega. Cuando llega y me monto en su coche algunos ponen cara de curiosidad.
Así que la tarde la paso con su familia dando vueltas por su residencia
veraniega y comiendo el marmitaco que habían hecho las mujeres del pueblo para
los turistas. Por un rato me olvido de la pureza del camino y del compartir
peregrino para disfrutar del ocio y el turisteo con los amigos. A pesar de
haber andado poco, tampoco he descansado mucho. Me despido de la familia de
Pablo y hago promesa de no volverles a molestar más.
Cuando llego al albergue
tres jóvenes peregrinos apuran sus últimas conversaciones en el porche. La
curiosidad de mi ausencia vespertina y de mi hora de llegada se queda sin
respuesta. Yo me voy al saco a dormir. De la docena de peregrinos que estamos
yo soy el único español.
29 de agosto de 2009.
Sábado.
PIÑERA - TOL
Otro día que duermo mal. El albergue de Piñera está situado en la
carretera general. Las ventanas dejan pasar todas las luces de los focos de los
automóviles. A las 7:30 me levanto parsimoniosamente. Miro por la ventana.
Parece que no hay nubes. En el porche está desayunando a base de galletas y
yogures la peregrina de ayer. Me pregunto si se habrá movido de allí en toda la
tarde y la noche. Yo triscando una manzana, me pongo a andar por la carretera
general buscando el primer bar abierto en el que tomarme un café con leche.
El camino parece que disputa
con la nacional, y aunque busca caminos alternativos, el avance aparenta
lentitud. Hasta que no llego a ”la Caridad” no paro. En previsión de no
encontrar dónde comer, compro algunas viandas ligeras: pan, embutido, fruta y
una cerveza.
Pasando el pueblo de Porcia
las guías señalan una bifurcación. Durante 30 minutos estoy dando vueltas hasta
que me obligo a preguntar. Yo pretendo ir a Tol y no a Tapia. Empiezo a notar
una pequeña molestia en los dedos de los pies. Una molestia que mi cerebro
recuerda e identifica enseguida. En un prado, a la sombra y al aire que sopla,
me como lo que llevo. Descubro mi ampolla, que resultó ser sólo una dureza, e
intento echar un poco de siesta.
El camino hasta Tol es de
pistas solitarias. Ni coches, ni personas. Al llegar al pueblo de Brull veo a
la primera persona. Es una joven con pinta de extranjera que camina en sentido
contrario. Si no fuera porque de su mochila cuelga una mini tabla de surf diría
que es una peregrina. Parecía un poco perdida, pero como no me preguntó nada,
supuse que no necesitaba ayuda.
Cuando
llego a Tol tocan las campanas de la Iglesia. Pregunto si va a haber misa y
decido entrar. Dentro hay poco más de 12 personas. Todas arregladas para la
ocasión. Para no desentonar con mi atuendo sudoroso me pongo en el último
banco. Otra peregrina con rasgos eslavos también entra y como yo se queda a oír
misa. La misa, ¡lo juro!, duró 20 minutos con homilía y todo.
El
albergue de Tol es pequeño y tiene servicios mínimos, pero es nuevo, está
cuidado y limpio. Es una pena que la persona que lo cuida no apareciera por
allí. Me hubiera gustado darle las gracias. Cuando llego la puerta estaba
abierta y la llave encima de la mesa. La gente del pueblo, amablemente me
indica un restaurante para comer. Me acerco allí y rehúso porque es un complejo
hotelero asociado a un campo de golf. ¡Con el cariño que tengo yo a esos
engendros lúdicos! Así que me acerco a la pequeña tienda del pueblo y hago
acopio de latillas, jamón y una botella de sidra. ¡Como Dios!
Este pueblo es de lo más
tranquilo. Creo que ha sido un acierto pernoctar aquí. En el albergue sólo estoy
yo. Apuro las últimas luces del día mientras termino la sidra.
30 de agosto de 2009.
Domingo.
TOL - GONDAN
Al final me pudo la
prudencia. Me tentó la idea de ir por Vegadeo siguiendo la orilla de la ría, en
vez de por Ribadeo. Pero supuse que allí no habría señalizaciones y chuparía
carretera como un camionero. Así que opté por Ribadeo. Mi andar solitario hasta
la villa, por los maizales que me vienen acompañando desde ayer, es muy
tranquilo
Al llegar a Figueras me
pierdo un poco y tengo que estar dando vueltas hasta encontrar la traza.
Resulta más difícil de lo que parece llegar al inicio del puentazo que hermana
las dos orillas de la ría. El puente, todo hay que decirlo, es soberbio. Y un
paseo matutino por el andadero de peatones es espectacular. Siempre que no
tengas que interrumpirlo continuamente para permitir el paso de los ciclistas
que también lo utilizan. Atravieso Ribadeo lo más rápidamente posible. Es
domingo. La mayoría de los bares están cerrados y las tiendas también. En una
panadería me aprovisiono de pan (tengo jamón de ayer) y un buen trozo de
empanada.
El transitar sosegado por
carreteras comarcales y caminos se hace ameno. A la vera de la iglesia de
Estofado me encuentro una peregrina extranjera ya mayorcita. La saludo
escuetamente y veo después por lo menos 15 peregrinos de la misma edad. Pongo
cara de asustado. No es para menos. Tal cantidad de gente te llena cualquier
albergue. Como parece que van a ir a Lourenzá, yo empiezo a sopesar si no será
mejor quedarse en Gondan. En Estofado no hay tienda, pero en un recodo
encuentro una máquina expendedora. Aprovecho y compro una lata de Acuarius (me
salen 2) y unas natillas. Con eso y la empanada que llevaba como vorazmente. Me
arrepiento enseguida. Delante de mí tengo 4 kilómetros de ascensión que me
obligan echar una siesta en un prado con vistas al valle. Mientras estoy
plácidamente en esa tarea me adelanta el grupo de 15. No los volví a ver.
A media tarde caigo en
Gondan, un villorrio de casas esparcidas, sin servicios de ningún tipo. Decido
quedarme allí. Hago tiempo conversando con un paisano sobre el terruño
particular de cada uno. Hechas las labores, aparecen los jóvenes eslovacos. Nos
saludamos en mi nulo inglés. Ellos no saben ni francés ni español. Su idea es
ir a Lourenza. Las siete de la tarde les parece una hora temprana para dejar de
andar. También aparece la peregrina joven que encontré en Piñera. Resulta que
es de Toulouse. Hablamos un poco en francés. Ella no iba a andar más. Le digo
que yo voy a ir al bar más próximo (son 2 kilómetros) a cenar en condiciones.
Marie, que así se llama, rehúsa tajantemente la idea. Ella no da ni un paso
más.
Carretera abajo, en una
tarde agradable, llego al bar y me trisco un plato combinado con dos cervezas
grandes. Para hacer la digestión nada mejor que volver andando otra vez. Gasto
las últimas horas del día viendo anochecer y escribiendo ésto. Cuando llego al
refugio (que todo hay que decirlo es muy digno y tiene detalles como algunas
flores silvestres encima de la mesa) está Marie y otra peregrina joven. Se han
preparado algo de comer, que yo prefiero no saber lo que era. La otra peregrina
era aquella que me encontré caminando en dirección opuesta con su tabla de surf
colgando. Se llama Beatrix y es húngara. Como hablaban en inglés apenas me metí
en la conversación. Beatrix sacó una flauta y se puso a tocar. Yo me despedí.
Le rogué que no dejase de tocar. Me quité los audífonos delante de ella y
entendió. Me fui a dormir.
31 de agosto de 2009.
Lunes.
GONDAN - MONDOÑEDO
Vuelvo a dormir mal. El
sueño nocturno y yo, no somos buenos amigos. Así que con el primer fulgor
matutino me levanto y recojo con todo el silencio que puedo. No me pongo los
audífonos (no me gusta ponérmelos tan pronto). Sospecho que el ruido que monto
doblando bolsas de plástico en el silencio de la mañana es bastante
estruendoso. Mientras hago esta operación echo miradas furtivas a las jóvenes
peregrinas que comparten el albergue conmigo. Ajenas a mi alboroto ellas siguen
con su sueño. Yo, por mi parte, no dejo de empatizar con ellas y desearía
seguir durmiendo.
Afuera no hay nadie. La
disposición del albergue en un entorno rural me hace admirar la tranquilidad y
pureza del entorno antes de ponerme a andar.
Como mi destino es cercano
me mentalizo para ir despacio. A las 9:30, cuando llego a Lourenzá, el sol ya
empieza a calentar. Hoy hará calor. La villa estuvo anoche en fiestas. A estas
horas apenas está despertando.
Después de beber agua en la
fuente de la plaza y descansar un rato pongo los pies y el corazón en caminar.
Como siempre, encuentro dificultades para salir. Las señales de los núcleos
urbanos: o son confusas o escasean. Por el contrario, en el campo, a veces, hay
sobreabundancia.
De Lourenzá a Mondoñedo son
poco más de 8 kilómetros. A mí se me hacen eternos. Subidas del 25 %. Bajadas
del mismo desnivel. Un auténtico rompe piernas. No obstante el camino es
entretenido. Alterna carretiles asfaltados con corredoiras y sendas.
Agobiado por el calor y la
ansiedad, sólo pienso en meter una cerveza fresca en el gaznate. Pero desde que
llego a Mondoñedo hasta que encuentro el primer bar pasan 30 minutos. (Juro que
llegué a creer que los bares estaban prohibidos en esa localidad)
Son las 14:00 cuando llego a
las puertas del albergue. Una peregrina argentina que salía de él, me explica
que primero hay que sellar en la policía municipal y allí te dan una llave. Así
que dejo la mochila dentro y credencial en mano bajo a la policía municipal. No
hay nadie. En la puerta hay un letrero que dice que vuelven enseguida. Decido
hacer tiempo comiendo. Vuelvo a la policía. No hay nadie. Echo una siesta en un
jardín de al lado. Vuelvo. No hay nadie. Subo al albergue. Está cerrado. En
esto a parecen Marie y Beatrix. Les explico cómo puedo, que primero hay que
sellar en la policía. Que yo todavía no he sellado. Me preguntan dónde está mi
mochila. Yo les respondo que es una historia muy larga. La verdad es que no me
veo capacitado para explicarles, en idiomas que apenas entiendo, la verdad: que
está dentro.
Así que vuelvo por enésima
vez a la Policía. Ahora acompañado de mis amigas (A partir de ahora las llamaré
amigas porque coincidimos en muchos albergues más) Por enésima vez vuelve a
estar cerrado. Cabreado como estoy, voy a una cabina telefónica cercana a
llamar a un número de emergencia que había apuntado a la puerta (el móvil lo
tengo en la mochila). Al fin viene alguien.
Cuando volvemos al albergue
con la llave que me han dado, descubrimos que hay dos peregrinas dentro: la
argentina, que va en bici y una joven polaca que habla castellano. (Con tanto
joven europeo esto parece el programa “ERASMUS”).
El albergue es un buen
edificio que tiene 2 pisos de dormitorios. Las mujeres se instalan en el
primero. Yo pienso en el pudor ajeno y decido irme al de arriba con la excusa
de que ronco.
La calurosa y plácida tarde
la dedico a callejear por Mondoñedo. Una gran cerveza en una terraza la da por
terminada.
Ya en el albergue, ceno
fruta y departo brevemente con las 3 peregrinas que hay. Marie tiene un libro
en alemán. Se lo pido. Resulta que es el “El peregrino” de Claudio Coello. Se
lo devuelvo corriendo como si del diablo se tratara y pongo cara de repulsión.
(A veces pienso que muchos extranjeros vienen al camino un poco equivocados por
la literatura barata que leen. El libro de Coello no deja de ser una novelita
de ficción. Pero me extraña que enganche tanto como para que sea un motivo
determinante para hacer el camino. Otros libros son todavía peores. El de
Shirley Maclaine es infumable. De este libro siempre comento cuántas pastillas
y porros se iba tomando la autora por el camino. Muchos peregrinos vienen al
camino a buscar no sé qué, pero son cosas muy raras.)
Me voy a dormir. En el
dormitorio de arriba estoy solo.
1 de septiembre de
2009. Martes.
MONDOÑEDO - VILLALVA
¡36 kilómetros del ala! Aunque
madrugo, los trámites burocráticos me hacen perder casi media hora (tengo que
entregar las llaves en la policía municipal)
Los primeros pasos del día,
siempre cuesta arriba, los doy en compañía de la ciclista argentina. El haber
visitado Argentina me da más juego en la conversación. La primera cuesta abajo
nos despide, imagino que para siempre. Con los ciclistas, esto es así.
A estas horas de la mañana
el camino es solitario y agradable. Una pequeña carretera de tercer orden me
lleva por un valle con multitud de árboles en las veredas y en los montes.
Empieza a aparecer la media montaña. Algunas aldeas, con sus prados y huertos,
motean el paisaje. Según me interno en el interior el paisaje me agrada más. De
momento los pies aguantan, aunque están un poco renqueantes.
Pasados 9 kilómetros se deja
la carretera y se inicia un duro ascenso. Mientras subo voy parando en los
zarzales para degustar un buen puñado de moras. Muchas ya están maduras. En
Gontan hago mi primera parada y mi primera cerveza. Compradas unas viandas para
el camino sigo andando, pues queda mucho trecho.
El camino, asfaltado o no,
sigue la N-634, pero apenas topa con ella. A 12 kilómetros de Villalva me
encuentro con las obras de la autovía. Esto me preocupa porque una construcción
de este tipo arrasa con cualquier señalización. No quiero repetir viejas
experiencias con la autovía. Menos mal que en esta ocasión se ha respetado el
simbolismo de esta ruta y se han habilitado caminos alternativos bien
señalizados.
Paro a comer en un prado tranquilo.
Empiezo un pequeño ritual. Buscar lugar con sombra y si es posible, con vistas.
Sacar de la mochila las viandas y la cerveza (siempre un poco de alcohol).
Preparar el consabido bocadillo o lo que sea. Quitarse las botas y comer con
los pies al aire. Recoger. Tumbado, con la gorra tapándote los ojos y las pilas
del los audífonos fuera de ellos, echarte un siestorro con la cabeza apoyada en
la mochila. Todo un rito. El peregrino tiene muchos ritos, como la vida misma.
Cerca, en la autovía, hacen alguna voladura. Pero yo no me inmuto
particularmente. Esta media hora es sagrada.
Prosigo mi peregrinaje.
Adelanto a Marie. Mientras voy tatareando la marsellesa para empatizar. Dice
que no va bien. Yo le animo y le engaño en la distancia que queda. Más adelante
encuentro a Beatrix en una escena muy “pastoril”. A la sombra del camino,
teniendo como únicos testigos las vacas de un prado, está sentada tocando la
flauta. Me pareció tan tierna y entrañable esta imagen que me dieron ganas de
darla un besazo. Sigo adelante. Ella va a esperar a Marie.
Un poco fatigado llego al
albergue. ¡Todo un albergue! Parece que no hay nadie, pero dentro hay una
docena de personas. Todos tirados en las literas. Si éstos han llegado entre
las 15:00 y las 16:00, eso quiere decir que llevan un par de horas tirados en
la cama. Yo me instalo, ducho, lavo la ropa, espero a mis jóvenes peregrinas, y
¡todavía no se han levantado de la cama!
El albergue está a 1,5
kilómetros del pueblo. Me informan que están en fiestas y que las tiendas estarán
cerradas. Yo no llevo apenas comida. La cocina del albergue no funciona. ¡Qué
perspectiva! Decido acercarme al pueblo. Quizá puedan hacerme en algún bar algo
para comer y llevar. En el primero encuentro la barra vacía. El segundo
proclama con rótulos que se hacen tortillas. “Este es mi bar”- me digo. Una
joven morenita con acento de otros lares me atiende. Entra en la cocina para
preguntar. Como no me da una respuesta negativa y yo veo movimiento de sartenes
en la cocina, interpreto que van a hacerme una tortilla.
Al cabo de media hora de
espera, empiezo a sospechar que aquí hay un malentendido. Pregunto a la joven y
efectivamente, no hay tortilla, ni la van a hacer aunque venga el obispo de
Roma (esto del obispo es cosecha mía). Prefiero callarme y tragar. Entre lo mal
que habla (no me extraña, la pobre viene a trabajar a Galicia y tiene que
aprender dos idiomas de una tacada) y lo poco que oigo yo, no nos hemos
entendido.
De mal humor me vuelvo hacia
el albergue, sin cenar y sin llevar cena a nadie. En la calle hace un frío del
carajo. Y yo con camiseta de manga corta, pantalones cortos y sandalias.
Aunque el albergue cobija 20
personas hoy, en el dormitorio apenas estamos 4 o 5. Intento apagar las luces
pero no encuentro el interruptor. Por lo visto hay un interruptor general que
no me atrevo a tocar. Así que me lío la toalla a la cabeza y a dormir. A eso de
las 12:30 viene un grupo. Ahora entiendo las tres horas de siesta. La luz
todavía está encendida. Alguien decide apagarla.
2 de septiembre de 2009.
Miércoles.
VILLALVA - BAHAMONDE
Etapa corta. 20 o 22
kilómetros. Cuando me despierto medio albergue está ya en pie. Fuera hay
niebla. Entro en Villalva cuando sus gentes acaban de despertarse. No me
entretengo. Intento salir rápido, pero tengo dificultades para seguir la ruta.
Busco señales en los postes, en las farolas, en las esquinas y en las paredes,
hasta que encuentro la lógica de Villalva: conchas en el suelo.
El camino viene a ser una
continuación de los de estos últimos días. Desviarse de la carretera nacional,
y transitar por carretiles asfaltados y por caminos. Con todo, hay que decir
que de esta manera el camino se alarga hasta en un 20%. Todo sea por ganar en
tranquilidad.
Adelanto a Marie. Es
curioso, aunque empiezo las jornadas antes que ella, siempre la adelanto. Yo
siempre me entretengo en algún bar.
Llego a Bahamonde a las
13:30. Como es pronto y mientras decido seguir o no, me tomo una cerveza y
entablo conversación con el taxista del pueblo. Resulta que su mujer es natural
de Pradoluengo, pueblo serrano burgalés famoso por la confección de calcetines
y boinas. Mientras hablo con él, observo que muchos peregrinos siguen hacia el
siguiente albergue que está en Mirad. A 16 kilómetros. Preveo que se va a
llenar. Así que decido quedarme en Bahamonde y pasar una tarde placentera sin
hacer nada especial. Marie decide continuar para quitar kilómetros a la etapa
de mañana, que se prevé durilla.
El refugio está muy bien.
Capacidad sobre 60 personas con cocina, sala de estar, porche, jardín, habitaciones
de 4 literas… Cada vez se ven más peregrinos. Es de suponer que muchos han
empezado en Ribadeo y por eso coincido con ellos ahora. Los españoles somos más
cada vez.
Como en un restaurante
cercano llamado “Galicia”. Un anciano con barba y cabello blanco y largo que
ejerce de maître, me enumera los platos que hay para comer, como si de pociones
de druidas se trataran. Termino de comer y me ducho antes que venga la
marabunta. Luego siesta sosegada.
Por la tarde el cielo se
cubre de nubes. La verdad es que cuando no tengo que andar por la tarde, ésta
se hace muy larga. No sabes que hacer. Hoy termino visitando todos los rincones
del pueblo, tengan o no tengan interés. Al albergue sigue viniendo gente. Por
la noche se puede decir que hay un aforo considerable, aunque no llegue a
completarse. Hay un buen grupo de españoles, pero da la casualidad que termino
hablando más con los extranjeros porque se enrollan más. (Me puede el orgullo
de arropar más a los extranjeros, por el simple hecho de que se lleven de este
país una buena impresión. Supongo que por mis propios medios no lo conseguiré).
He tenido que compartir la botella de vino con los extranjeros porque los
españoles estaban desaparecidos.
He cenado 4 piezas de fruta.
Mientras, Beatrix nos amenizaba con su inseparable flauta. Terminas cogiendo
aprecio a las personas que ves todos los días. Ni que decir tiene que mi amiga
húngara brindó conmigo. Mañana será otro día.
3 de septiembre de
2009. Jueves.
BAHAMONDE - SOBRADO DOS MONXES
La etapa ha sido larga.
Esto, sumado a que la noche ha sido mala, muy mala, hace que ahora esté
realmente cansado. Creo que desde que he empezado no he pasado una noche en
condiciones. Además hoy he tenido el estómago revuelto.
Cuando me levanto todavía es
de noche. La etapa es larga y prefiero madrugar. Preparo en silencio mis cosas.
Mis compañeros de habitáculo, ajenos a estos avatares, ni se percatan. Me tomo
un café en el bar que está abierto. Está lleno de madrugadores. Ni un solo
peregrino que me acompañe. Eso sí, hay un montón de trabajadores tomándose de
lo más variopinto: café solo, orujo, brandy, jerez… ¡Cualquiera diría que son
las 7:20 de la mañana y no las 12 de la noche!
Me pongo a devorar
kilómetros con firmeza y decisión. Tengo por delante 41. El tiempo acompaña para
andar: 20-21grados. La carretera es mi guía durante cuatro kilómetros. Después,
un giro a la izquierda me mete por caminos y carretiles asfaltados. Lo habitual
en los últimos días. Se pasa por multitud de poblaciones; aldeas más bien.
A media mañana llego a
Miraz. Callejeo un poco por sus calles y me quedo sorprendido por su
interesante y rotunda arquitectura.
Sigo andando hasta las
14:00. En una aldea, al lado del carretil que llevo, hay un bareto. ¡El primero
que veo en 25 kilómetros! A la puerta está el taxista de Baamonde. Me informa
que la mujer que regenta el establecimiento vendrá enseguida y me proporcionará
algo para comer. Por lo que cuenta, viene de llevar a Sobrado a algunos
peregrinos en malas condiciones para andar. (Empiezo a explicarme algunas
cosas. Algunos peregrinos no los ves en todo el camino y sin embargo llegan
bastante antes que tu al albergue. En fin; necesidad manda.) La dueña del
bareto se presenta. Le sugiero la necesidad de comer algo. Ella no se lo piensa
y me saca queso (¡Hay que joderse! Yo, que no puedo ver el queso ni en
pintura.), salchichón y chorizo casero, media hogaza de pan y el cuchillo. A
servirse a discreción. Por 4 euros me pongo tibio a embutido.
En el primer prado que veo
me echo la siesta. Después de casi 30 kilómetros bien merezco un descanso. Da
gusto andar por Galicia. Siempre tienes un prado a mano para echar la siesta.
Sigo andando dejándome
llevar por la inercia. Algunos peregrinos me adelantan. Es gente curtida. Con
algunos ya he coincidido. Otros los veo por primera vez. Antes de llegar a
Sobrado se pasa por una laguna muy bonita. Un buen lugar para el reposo. El
tiempo nublado y las ganas de acabar esta larga etapa me empujan a no hacerlo.
El monasterio de Sobrado dos
Monxes tiene buena pinta. Aunque históricamente tuvo más auge. A los peregrinos
nos meten en lo que fueron las caballerizas. Menos mal que se entra por un
claustro. Un poco de solemnidad.
En el albergue hay bastante
gente. Mejor no pensar como han venido algunos. Encuentro muchas caras nuevas.
Vuelvo a encontrarme a Marie e intercambiados algunas palabras en mi insufrible
francés. Se alegra de verme. Con el paso de los días hay una familiaridad y
complicidad que no había antes. A la hora aparece Beatrix, con su mini tabla de
surf a la espalda. (¡Ya tiene bemoles! ¡Desde San Sebastián con la tabla a
cuestas! Supongo, que para quien no la conozca, será toda una extrañeza verla).
Le enseño brevemente la zona de dormitorio. Poca elección tiene: o compartir
litera conmigo o escoger una solitaria que está al lado del baño, con lo que
eso significa. Ruido continúo. Se lo piensa y elige la del baño. Yo sonrío.
“¡Con el poco peligro que yo tengo!” Quizás es que ha oído alguna vez mis
ronquidos y las docenas de vueltas que doy en la cama.
Un albergue lleno tiene otra
medida. Hay que ajustarse a los demás. En el comedor te juntas con otros.
Compartes viandas y conversación. Te bebes una botella de vino con los demás.
Saludas a los que hace días que no has visto. Hoy he vuelto a ver a los
eslovacos. Como siempre aparecieron tarde. Cenaron y después se ducharon.
Compartí con ellos el vino y una lata de espárragos. Beatrix apuró también un
vaso de vino. Veo que no hace ascos a un vino decente.
A eso de las 10 apareció un
hermano del monasterio y nos mandó a dormir. A esas horas también, empezaba una
partida de mus en las dependencias de la cocina.
4 de setiembre de 2009.
Viernes.
SOBRADO DOS MONXES - ARZUA
La etapa de hoy es corta. Así
que me lo tomo con tranquilidad. Pretendo levantarme tarde. Pero a las 6 de la
mañana el personal empieza a levantarse. Linternas en la noche, puertas que se
abren, pisadas en el entarimado. Todo un festival que no deja dormir. Y eso que
yo estoy un poco sordo. No me queda otra alternativa que levantarme. Un café en
el bar y a andar.
Aunque pretendo ir despacio
la inercia de estos días me puede e imprimo el ritmo de siempre (4,5-5
kilómetros por hora). Antes de la hora de comer estoy en Arzúa. ¡El camino francés! Me acerco al albergue municipal con pocas
esperanzas de encontrar sitio. Tengo suerte. Lo hay. Alguna cara conocida. La
gran mayoría son anónimas. Son las de los peregrinos del camino Francés. Mucha
gente joven. Un señor ya mayor y yo somos los más veteranos. Una hora después
el albergue ya está lleno.
Como de restaurante. Un menú
del día en una mesa corrida. Vuelvo al albergue. Me siento un poco extraño
entre tanta gente desconocida. Encuentras jóvenes musculosos de gimnasio que
sin embargo flojean de aquello que no practican: los pies. Los hay de todos los
idiomas y razas. Faltaban los asiáticos y africanos y los encontré. (No
recuerdo haber visto en todos mis caminos ningún peregrino africano de color.)
A todos, la cercanía de Santiago les produce cierta excitación. A mí, perro
viejo, eso ya no me conmueve.
Intento pasar la tarde como
puedo. ¡Larga tarde! Ayer en Sobrado habría unos 30 peregrinos. Hoy en Arzúa,
repartidos por albergues y pensiones, seremos más de 100. La villa está que
bulle de gente. Con algunos intercambias unos momentos de conversación. Me hago
unos cuantos kilómetros más paseando calle arriba y calle abajo. Si sé de este
absurdo periplo hubiera pernoctado un poco más cerca de Santiago. En este
momento ya tengo ganas de terminar esta peregrinación. Creo que el propósito
con el que empecé lo tengo al alcance de la mano. Aunque la etapa de mañana sea
dura, no me arredra. En peores situaciones me las he visto yo.
No he visto apenas a nadie
con los que coincidí en Sobrado. Eso sí. Los eslovacos estaban comiendo a las
siete de la tarde en al albergue. No sé dónde ni cuándo habrán ido a dormir
Se hace de noche. La gente en el albergue no
tiene prisa por acostarse. Para muchos la expectación es poderosa. Tuve que
recriminar amablemente a uno que dejara de fumar en un sitio cerrado. A
primeras no me hizo mucho caso. No era momento ni lugar de hacer una escenita.
Con la autoridad que me dan los años entre tanto jovencito decido apagar la luz
del dormitorio a las 11. Nadie protesta.
4 de septiembre de
2009. Sábado.
ARZÚA - SANTIAGO
Última etapa. Ya repetida
otras veces. Directo a Santiago. La primera vez que hice el camino pernocté en
el Monte del Gozo. Entonces juré que no lo volvería a hacer. No sólo por el
ambiente tan impersonal que encuentras, sino también porque no descansas nada.
Todo el mundo está de juerga.
Aunque es una etapa de casi
40 kilómetros, no tengo intención de madrugar. Sin embargo ¡Ay! A las 5:45
empieza a haber movimiento en el albergue. Se me olvidaba que la gran mayoría
vienen de meterse madrugones en el camino Francés. Intento seguir durmiendo,
pero me resulta imposible. Amanece a las 7:15. Decido levantarme. Miro a mí
alrededor. Sólo hay otros dos en la litera. Curiosamente son peregrinos del
camino del Norte.
Rápidamente me pongo a
andar. Poco importa ya que me salgan ampollas. Es el último día. Los primeros
kilómetros están llenos de peregrinos. Sin embargo son extraños. Nunca los he
visto. Me dejo llevar por la inercia de esta procesión. A algunos los adelanto
yo y otros me adelantan a mí. No te queda más que el recuerdo del cortés “¡Hola!
¡Buenos días! ¡Buen camino!” Esta rutina dura hasta que con el calor de la
tarde llego a Santiago.
Mi primera intención es
hospedarme en alguna de las numerosísimas pensiones que ofrece la ciudad, pero
al final me decido por el ambiente más personal y peregrino del seminario. La
gestión del seminario se debe haber privatizado. Al ser más profesional te
cobran más. 12 euros en dormitorio corrido y 15 en habitación individual. Ante
esta escasa diferencia opto por la habitación.
Una vez hechas las labores
me dispongo a salir. ¡Oh, sorpresa! En la puerta de la calle encuentro a mis
jóvenes amigas peregrinas: Marie y Beatrix. Pensé que no las volvería a ver
más. Después de los abrazos y felicitaciones decidimos asaltar juntos las
calles de Santiago con nuestra presencia. Hay que celebrar el fin de la
peregrinación. Como Santiago no es una desconocida para ninguno de los tres no
tenemos mucho que hacer. Sólo pasear por sus enlosadas calles. Mi exigua
conversación se pierde en idiomas que apenas conozco.
Por la noche mis acompañantes femeninas se
entretienen a la puerta del seminario, interpretando algunas canciones húngaras
y de Taizè. Mientras, yo, escribo esto y pienso “¿Qué sé yo de ellas? ¿Qué
saben ellas de mí? Apenas nada. Y sin embargo aquí estamos. No somos
desconocidos. Somos fruto del peregrinaje. De ratos compartidos sin más. De
complicidad en un destino. De búsqueda de un ideal, pequeño, pero ideal al fin
y al cabo. De tal manera, que tengo más en común con ellas que con el vecino de
tu casa.”
5 de septiembre de
2009. Domingo.
SANTIAGO - BURGOS
A pesar de que tengo una
habitación para mí sólo y nadie me molesta, no consigo dormir bien. Durante
todos los días del camino no he conseguido dormir ni un día bien. ¡Hoy que no
hay ninguna prisa! Así que me levanto pronto. A las 9:30 ya estoy en la calle.
Hoy es el día tonto. El día que dejas de andar y no sabes que hacer. La inercia
de los días te empuja a seguir andando. He cumplido mi objetivo que era llegar
a Santiago. Lo demás es accesorio.
Llego a la oficina del
peregrino para sacar la credencial de la peregrinación. Aunque es temprano,
encuentro una cola considerable de peregrinos. La mayoría, con sus mochilas al
hombro, llegan ahora. En la cola encuentro una cara conocida. Resulta que es el
joven al que recriminé en Arzúa por fumar dentro del albergue. Después de unas
palabras de desconfianza, sigo hablando amigablemente con este riojano
saludable, de la vida y del terruño particular. Porque no nos vimos después,
sino todavía nos tomábamos una cerveza juntos. ¡Cosas del camino!
Una vez sacada la credencial
me siento a la vera de la plaza de la catedral, esperando que comience la misa
del peregrino que es a las 12. Allí saludo y felicito a algunos del camino del
Norte con los que he coincidido. Incluso veo llegar, con sus grandes mochilas,
a los jóvenes eslovacos. Por una vez llegan pronto a un final de etapa.
Conversando con unas peregrinas catalanas de la conveniencia o no de ir a la
misa, les intento explicar que la peregrinación no acaba hasta que oyes misa y
veneras al Santo. Que no es una costumbre ni un rito más. Que la Iglesia es la
única institución que te recibe en esta ciudad. Que si no fuera así, no
tendríamos la dignidad de peregrinos. Seríamos unos vulgares mochileros… No
sigo hablando porque no creo que entiendan algo de lo que hablo, si la mitad de
los 150 kilómetros que han recorrido no han sido andando.
(Siempre me he preguntado
qué sería de la ciudad de Santiago si no fuera por los peregrinos. No sería
nada. Y sin embargo las instituciones civiles de la ciudad apenas hacen nada
por recibir al peregrino. No digo yo que el alcalde salga a recibir a todos los
que llegan, pero estoy seguro que ni siquiera tienen una concejalía dedicada
exclusivamente a los peregrinos. ¡Y eso que ése es su ser! Así como la Xunta
gallega si muestra su apoyo, la ciudad de Santiago calla. O por lo menos, esa
es la impresión que yo siempre me llevo.)
Antes de misa aparecen
Beatrix y Marie. Les acompaño hasta la oficina del peregrino. Ellas van a ir en
autobús hasta Finisterre. Tomamos un último café juntos mientras intercambiamos
direcciones y nos despedimos hasta otra ocasión. Si es que la hay. Produce un
poco de tristeza despedirse. He terminado cogiéndoles estima. Aunque el idioma
dificulta la relación, no por ello hemos dejado de entendernos.
La misa del peregrino está
llena. Es domingo. Cuando el cura reconoce los esfuerzos de los que han llegado
hoy en peregrinación y lee sus orígenes, sale mi persona:” un burgalés que
comenzó en La Robla, y por el camino primitivo y el costero llegó hasta aquí.”
Respiro aliviado. Las dos últimas veces que vine no mentaron mi peregrinación.
Después de misa voy a la
estación de trenes a comprar un billete para volver mañana a Burgos. La tarde
la paso como puedo. Santiago ya no tiene nada que ofrecer a mi ser peregrino.
Así que dejo de serlo para convertirme en un turista más.
FIN DE LA
PEREGRINACIÓN
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