Estas son unas pocas reflexiones peronales que fuí anotando mientras estuve caminando. Sólo quieren reflejar el estado de ánimo que te invade cuando una persona está al borde del abandono. Todo se le hace cuesta arriba, pero la verdad es que algunos tramos de este camino son demenciales. Sólo espero que alguien lo arrregle para futuras ocasiones.
6-6-2003 LA ROBLA-LA POLA DE GORDÓN
7-6-2003 LA POLA DE GORDÓN- CAMPOMANES
8-6-2003 CAMPOMANES-POLA DE LENA
9-6-2003 POLA DE LENA –OVIEDO
10-6-2003 OVIEDO -AVILES
11-6-2003 AVILES-SOTO DE LUÍÑA
12-6-2003 SOTO DE LUIÑA-...BURGOS
6 de
junio de 2003
LA ROBLA-LA
POLA DE GORDÓN
Como Luis me va a acompañar en el fin de semana,
decidimos empezar un viernes por la tarde desde un lugar lo suficientemente
interesante para que sea más ameno. Nos decidimos por La Robla en el camino de
León a Oviedo.
Para salir antes y no entretenerse, hoy comemos
en casa de los jefes. Discutimos un poco, como siempre, sobre cosas sin
importancia: por ejemplo tiestos. A las 4.35 Luis arranca el R-4 rojo; ese
coche que le va a jubilar a él. “¿Para qué lo voy a cambiar si me sirve
todavía?”-dice-. Y apostilla: “¡Qué bien va este coche!”
La salida de Burgos es lenta, para no variar.
Hasta las 5 no cogemos la recién inaugurada autovía a León. Cuando llegamos a
León descubrimos, como nos esperábamos, que la autovía se corta unos kilómetros
antes de entrar en la ciudad y tenemos que atravesarla para coger la carretera
hacia La Robla. En orientación norte el paisaje va cambiando lentamente y la
estepa da paso a las primeras ondulaciones montañosas que se hacen más notorias
cuando llegamos a nuestro destino. Aparcamos en una calle céntrica. Allí tendrá
que venir Luis el domingo a recoger el coche. Yo cargo con mi abultada mochila
roja último modelo (he decidido jubilar la sempiterna mochila amarilla después
casi 25 años de uso indiscriminado por toda la familia. Miles y miles de horas
y kilómetros a la espalda. De sudores y experiencias tenía acumuladas enormes
cantidades. A veces pienso que somos unos bárbaros ¡Lo que nos pueden durar las
cosas en esta familia!) Luis carga a su vez con una mochila más reducida. Casi
me da envidia. Nos echamos a andar.
Hemos decidido ir hasta La Pola de Gordón (unos 9
Km). Este pequeño paseo nos servirá de entrenamiento para mañana. La tarde está
cayendo y la luz crepuscular nos da en la cara. Es una sensación extraña, como
si de verdad estuviéramos comenzando algo extraordinario. El camino es un
agradable paseo en medio de un paisaje de montañas y cursos de agua. Como no
hemos podido sellar la credencial en ningún sitio emblemático lo hacemos en el
primer bar en que paramos.
Cuando el sol ya está poniéndose llegamos a La
Pola. Preguntamos por una pensión que yo tenía apuntada y nos indican que no
abre hasta verano, pero que podemos preguntar al dueño que vive al lado. Como
no hay otra posibilidad, así lo hacemos. Un joven viendo nuestra necesidad y
disculpándose por el estado en que se encuentra la pensión nos ofrece una
habitación en la misma. Como peregrinos austeros, nunca somos exigentes y ahora
tampoco lo somos; bien que nos habían podido negar la estancia.
Mientras la madre del joven nos hace las camas,
contando con mi discreta ayuda, hablamos de lo humano y lo divino. La mujer
está disgustada con la moda que viene del otro lado de las montañas de hablar
bable, cuando “aquí nunca se ha hablado”.
Cenamos
fuerte, muy fuerte, en un sitio que nos han indicado. Ya tarde nos vamos a la
cama.
7 de junio de 2003
LA POLA DE GORDÓN - CAMPOMANES
Nos levantamos con pereza. La misma rutina: aseo
rápido, preparar la mochila, proteger los pies...
Salimos en busca de un bar abierto para
desayunar. Allí preguntamos por el mejor itinerario del camino de Santiago,
puesto que hay dos alternativas. Nos dice que la gente suele ir por la Forcada,
por “el camino de los Arrieros”. Luis decide ir por ahí. La aventura le puede.
El objetivo próximo es el pueblo de Buiza. Las
señales del camino nos llevan por sitios poco transitados y por algún descuido
erramos en el camino. Cuando rectificamos y llegamos al pueblo son ya las 10 de
la mañana. El camino señala la Forcada de San Antón. Allí nos dirigimos. El
camino es montaraz, con buenas vistas montañeras y sendero estrecho, pero
resulta agradable la soledad que nos envuelve.
Unas veces siguiendo las flechas y otras
dejándonos llevar por la intuición llegamos a Rodiezmo. Paramos en el bar a
tomar un par de cañas de cerveza en la terraza mientras intercambiamos breves
palabras con la encargada. Continuamos por carretera hasta el siguiente pueblo
Pobladura de Tercia. En el centro de turismo rural paramos a descansar y a
tomar algo. Dos señoritas (supongo) agradables nos atienden con generosidad. A
pesar de ser pronto y estudiando las inciertas posibilidades que tenemos más
adelante de avituallarnos decidimos reponer fuerzas allí: unas raciones de
embutido con huevos fritos.
Sin demorarnos mucho continuamos camino pero
enseguida perdemos la traza y las flechas. Con un poco de intuición y campo a
través llegamos a Viadangos. Allí un señor nos explica con extrema exactitud,
como recuperar la traza por caminos solitarios. Con estos contratiempos hemos
olvidado la siesta; una costumbre muy aconsejable que debe de hacer todo buen
peregrino.
Salimos a la N.-630 un kilómetro después de
Busdongo donde hay un centro de turismo rural que puede servir de alojamiento.
El cielo, hasta ahora claro y luminoso, empieza a cubrirse de un gris oscuro
que no me gusta nada. Preguntamos en una gasolinera por Santa María de Arbás y
el responsable no sabe que decir. No es de por aquí. Seguimos carretera y encontramos
la colegiata a ¡800m. de la gasolinera! ¡Qué indolencia la del de la
gasolinera! La tiene al lado y no sabe con contesta. Quizás es un ateo
redomado.
Llegamos a Santa María a primera hora de la
tarde. La basílica está cerrada. El hostal de enfrente también. Parece que ha
dejado de ofrecer servicio. El cielo está cubierto y todo presagia que habrá
tormenta. Dudamos si seguir o esperar a que pase lo que se avecina. Estando ya
próximo el puerto de Pajares decidimos continuar. Yo por si acaso, saco del fondo
de la mochila la capa de lluvia para tenerla más a mano.
Empieza a tronar. Los rayos caen sobre las torres
de electricidad y la descarga en el suelo hace retumbar la tierra dejándome
acongojado. Nunca he estado tan cerca de un rayo. A 500 metros del puerto la
tormenta descarga un torrente de lluvia a plomo. Saco la capa de lluvia e
intento ponérmela con rapidez. Es inútil. La tarea me lleva un minuto,
suficiente para mojarme. (Siempre me ocurre lo mismo. En una tormenta nunca me
da tiempo a ponerme el poncho rápido. Hay que inventar un sistema más ágil)
Entramos en el bar del puerto. Luis se cambia de
camiseta, la tiene calada. Mientras tomamos algo indagamos las posibilidades de
alojamiento. Son nulas. El parador de al lado, donde Luis había pernoctado en
alguna ocasión no abre hasta verano. No hay posibilidades de alojamiento hasta
Campomanes ¡a 20 km. por carretera! Llevamos andando desde las 8:30 de la
mañana. Son las 4:30. Apenas hemos parado para comer y ¡todavía quedan 20 Km!
Fuera del bar arrecia la tormenta, pero dentro de
mí la tormenta no es menor. Valoro la situación y pienso en mis pies. Si
seguimos, seguro, seguro que me salen ampollas. Siempre me salen. Exceso de
kilómetros... humedad...siempre hay una causa. Pero tampoco hay otra alternativa.
La lluvia amaina, pero se echa una niebla bastante cerrada.
Son las 5:25 y nos ponemos en camino. A lo hecho,
pecho. El camino se separa de la carretera y se mete en zonas boscosas. Luis
pretende seguir esa alternativa. Después de una discusión, consigo convencerle
que la posibilidad de que te atropellen por la Nacional es bastante menor de
que nos perdamos por los caminos, no suficientemente señalizados con la niebla
que tenemos encima.
Siguiendo carretera y caminos alternativos,
hechos con más buena intención que eficacia, llegamos a Campomanes a las 9:50
(Más de 11 horas efectivas andando. Yo calculo unos 50 Km ¡Y yo que quería
empezar suave! Encontramos un establecimiento de hospedaje que ocupamos sin
mirar ni discutir. Me ducho rápidamente y examino las heridas de la batalla; ¡Cuatro
ampollas como cuatro ollas! La única herida que presenta Luis es la del
apetito.
Cenamos en “La Parrilla” Bien, pero un poco caro
para mi gusto. Casi siempre vamos a los platos más modestos. Son las doce
cuando apagamos la luz después de hacer una urgente cura de ampollas. El
cansancio me impide dormir bien. A Luis le ocurre lo mismo. Aunque estoy un
poco sordo no hago más que oír las vueltas que da en la cama. Mientras repaso
el día me digo : “Otro día como este y voy directamente al hospital”.
8 de junio de 2003
CAMPO MANES-POLA DE LENA
Estoy sentado en la calle en esta nublada tarde.
Estoy solo. Luis se fue en tren hasta la Robla después de comer. Allí recogerá
el R-4 y a Burgos, que mañana hay que trabajar.
Hoy nos levantamos tarde. Pasadas las nueve. Eso
es muy tarde para un peregrino. No había prisa. La etapa de hoy, la habíamos
hecho ayer. El cielo estaba cubierto. Mirar el cielo es una de las primeras
cosas que hace un peregrino cuando se levanta.. Como los hombres del campo,
también dependemos de la climatología.
A Pola son 7 Km. por autovía. Por camino son casi
2 horas y media. Huyendo del asfalto el camino se empina hasta media ladera,
para volver a bajar luego vertiginosamente al valle. Hay barro, y el discurrir
pedestre se hace lento y atento. Las ampollas molestan mucho, pero uno ya está
acostumbrado a estos inconvenientes.
Se pasa por Santa Cristina de Lena. La verdad es
que impresiona la grandiosidad que puede llegar a tener una Iglesia vieja,
pequeña y sencilla. Desde allí hasta Pola es un paseo por carretiles asfaltados
y escasamente transitados más que por los muchos paseantes de esta mañana de
domingo.
Encontramos enseguida el albergue. Al lado de la
estación de trenes. Preguntamos por el horario de trenes. A las 2:15 sale uno
hacia la Robla. Tenemos el tiempo justo para comer. Menú del día (6 Euros) en
el Mesón Pedro sito en la plaza. El camarero del bar da la impresión de estar
molesto por tener que servir comidas a la 1. Comemos, acompaño a Luis a la estación
y le despido. El tren sale puntual.
Voy al albergue. No hay nadie. Me tumbo en una
litera para la siesta. A la hora me levanto. Me ducho, hago la colada y me
pongo a escribir la crónica del día de ayer. Cuando los pies están bien secos
intento curar con sosiego las ampollas. Primero se pinchan. Si no terminan de
rebajarse, las sajo (hago un pequeño corte). Luego las desinfecto con un poco
de povidona yodada y las cubro y protejo hasta mañana.
Estando en esta operación entra la Policía
Municipal y, amablemente, me explican el proceder habitual; normas, cuidados a
tener...Como estoy solo me dejan una llave para que pueda salir.
Hechas las labores domésticas salgo a la calle,
sello la credencial en la Policía Municipal y paseo buscando la traza del
camino para mañana. Intento ir a misa, pero no encuentro una iglesia en las que
celebren por la tarde. Me siento en un parque demasiado cementado y se me va
pasando la tarde. Como no tengo hambre decido tomarme un par de cervezas y
algún pincho para acompañarlas. Al final los pinchos no aparecen y con las
cervezas me dirijo al albergue.
Estoy solo. Me gusta estar solo. Lo quiera uno o
no, el tener hipoacusia me supone un esfuerzo extra a la hora de relacionarme.
No obstante echo de menos el intercambio personal que se encuentra en la
multitud del camino francés.
El saco de dormir me espera. Son las 10:45.
Mañana madrugaré un poco.
9 de
junio de 2003
POLA DE LENA
–OVIEDO
Otra
vez busco un parque para escribir. Me ha costado llegar a Oviedo. Me prometí
tomármelo con tranquilidad, pero la inercia me pudo. Ni siquiera las ampollas
me han impedido ir a un paso constante de entre 4 y 5 Km. por hora.
Me
desperté en Pola con la claridad. Con parsimonia, pues estoy solo, preparo las
cosas y me pongo en ruta. Dejo las llaves del albergue en la Policía Municipal.
Hasta el próximo objetivo, Ujo, se transita por una carretera ciertamente
peligrosa. No hay arcén, hay muchos autobuses y en las curvas no hay
visibilidad. Hay que andar con los cinco sentidos. Son más de 6 Km. en los que
acabo más que harto. Odio el asfalto.
A
partir de Ujo el camino sigue la ribera del río hasta Mieres. Parece ser que
ésta es la zona de paseo del sector femenino, porque está lleno de amas de casa
haciendo un poco de ejercicio. Me siento un extraño con mi mochila y mis
andares nada elegantes (tengo 4 ampollas)
En
Mieres, como sólo he comido un café, intento tomar algo en una zona de bares.
De los 8 que veo ninguno está abierto a estas horas de la mañana (es lunes).
Aguardaré mejor ocasión. Esta se me presenta antes de empezar a subir el
Padrón. Me echo una caña de cerveza (es buena para el ácido fólico), y un
pincho de tortilla a la andorga. ¡Buenísima! Como el sol no aprieta subo con
decisión el puerto y bajo hasta Olloniego. Me doy cuenta que desde que he
salido todo ha sido asfalto. En el pueblo estoy tentado de comer, pero es
pronto y supongo que habrá mejores oportunidades.
La
oportunidad no me llega hasta Oviedo. Como perdí la traza del camino, en el
primer bar que vi con menú del día, comí. Son las 4 de la tarde.
Pregunté
dónde estaba el albergue y me indicaron una dirección. Como no me fío, pregunto
otra vez y ahora resulta que el albergue de la C/S. Pedro Mestallón, al lado de
los Dominicos, está al lado contrario. Pregunto a una tercera. Al ver que
contesta con decisión y firmeza me fío de ella. Llego al albergue y está
cerrado. No abre hasta las 7. Para hacer tiempo me tiro en el parque de al lado
para intentar echar un poco de siesta. (Es la segunda vez que mato el tiempo en
ese parque) A las 6:30 me acerco nuevamente al albergue: Me abre un señor
alemán (el primer peregrino que veo). En un castellano poco fluido, pero
exquisito nos conseguimos entender.
Mientras
llega el hospitalero que me ha de sellar la credencial, me ducho, hago la
colada y la pongo a secar en el tendedero. Salgo corriendo hacia la catedral.
Quiero visitarla y entrar en la cámara Santa. Lo hago por los pelos. La última
vez no lo pude hacer.
Vuelvo
al albergue y charlo un poco con el alemán y un chileno. El chileno, con bigote
y guitarra a cuestas, está un poco desanimado. Está dudando si dejar el camino.
Yo le aumento las expectativas diciéndole que el camino mejorará con los días.
Lo mejor está por venir.
Casi todas las camas del albergue están ocupadas,
pero ahora mismo no hay nadie más. Ayer no cené y hoy sólo fruta (4 piezas).
Reservo dos para mañana. Me voy al parque a escribir esto. No me gustan las
ciudades y busco siempre la cercanía de la naturaleza. Con los últimos
destellos de luz, regreso y no encuentro a nadie. Supongo vendrán más tarde
10-6-2003
OVIEDO -AVILES
Tanta
prisa que tenía por llegar al albergue para descansar a pierna suelta y ahora
lo tengo que hacer sentado en un banco en un mini-parque al lado de una calle
con excesivo tránsito de vehículos. Hasta las 6:30 no abren, así que me pongo a
escribir. En las ciudades los albergues están más reglamentados, y el horario
es más constreñido.
Hoy me
levanté a las 7:00. Hice un poco de ruido y supongo que molesté a los que plácidamente
dormían. ¡Si éstos no hubieran venido anoche a las 12...! No sé qué harían en
Oviedo un lunes hasta esa hora. Oviedo estaba despertándose. Poca gente
transitando. Ayer en Pola de Lena a esa misma hora estaba media población en la
calle. Mientras camino, noto que se me está formando una nueva ampolla en el
talón. Otra más a la colección. Me pregunto cómo soy capaz de venir siempre al
Camino de Santiago con las ampollas que me suele ofrecer de regalo.
Los
últimos 10 Km. hasta Avilés son por una carretera infernal. Sin arcén, sin
visibilidad. Esa tensión y el cansancio acumulado me ponen de pésimo humor y ya
solo quiero llegar. Hoy es mi 5º día y estoy en plena crisis. La famosa crisis
del 5º día de la que hablan los peregrinos.
Cuando
ya estoy en Avilés paro a comer un menú del día. Termino y pregunto por el
albergue. No saben. Supongo que todavía estoy lejos de él. Sigo las señales
durante un rato. Pregunto a los viandantes. Me dicen que lo he dejado atrás.
Vuelvo sobre mis pasos pateando las arregladas calles peatonales del centro urbano.
Me gusta ese color rojizo de las losetas. Para sorpresa mía descubro el
albergue ¡a 300 metros del bar donde comí! ¡Qué ignorancia la del personal del
bar! Moraleja: siempre hay que preguntar a varias personas.
Pasadas
las 6.30 el albergue está abierto. Una hospitalera un poco seria me registra en
el libro, me sella y me muestra dependencias. El dormitorio es un poco oscuro,
húmedo y las paredes están desconchadas. Una capa de pintura no le vendría mal.
Cuando termino las labores de aseo me pongo a hablar con los responsables. Uno
de ellos ha venido de Finisterre hace 3 días. Me recomienda vivamente ir, pero
yo le contesto que nunca tengo tiempo. La verdad es que tampoco tengo ganas.
Salgo a dar un paseo por la ciudad. Esos paseos
sin mochila son un pequeño placer. Como un bocadillo para matar el hambre y me
retiro. En el albergue hay una pareja joven de ¿holandeses? No hablan
castellano así que intento hacerme entender en mi nulo inglés. Apenas lo
consigo. Lo vuelvo a intentar en mi escaso francés. Ellos saben tanto de
francés como yo. Me voy a la cama dudando que me haya hecho entender algo.
Ellos prefieran dormir en el recibidor. No les gusta el aspecto del dormitorio.
11 de junio de 2003
AVILES - SOTO
DE LUÍÑA
Hoy he decidido que no llegaré
a Santiago. Puedo soportar las agujetas, las ampollas, los dolores musculares,
la fuerte presión sobre la espalda, las jornadas maratonianas, la sed, el
hambre, la fatiga, el dolor, la falta de siesta...Pero lo que no puedo soportar
es el asfalto, el tráfico pesado que no te deja ni un momento de sosiego, los
caminos perdidos, los caminos cortados, los rodeos... Para no poder disfrutar
ni un momento, me voy.
Que conste que el día empezó
bien. Me desperté con ánimos redoblados. La traza del camino se sigue mal que bien.
Aún así hay que preguntar. No me queda más remedio que ponerme el audífono. A
las 7:55 estoy andando. Paro a tomar un café con leche en la cafetería Chicote
(tentado estoy de preguntarle si es de Canicosa de la Sierra, pero como el
camarero es un poco serio no lo hago).
Las señales del camino se
pierden pronto. Decido ir por la carretera general intentando encontrar en
alguno de los pueblos por los que pasa las señales nuevamente. Hasta Piedras
Blancas no lo consigo. Son casi 10 Km. de carretera infernal (menos mal que
tiene arcén). La traza del camino se aleja de la carretera y discurre por
pequeñas aldeas hasta Santiago del Monte. Allí encuentro un poste. Indica un
desvío provisional por Las Arenas. Es una subida tendida; primero por camino
decente y luego la decencia se queda por el camino. Piedras y pedruscos. De
repente el camino se corta en un talud. Están construyendo una autopista para
el aeropuerto. Maldigo mi suerte porque son 300 metros en los que las máquinas
han arrasado todo. ¿Cómo coño voy a encontrar el camino por donde seguir en
este laberinto? Pienso, busco y decido volver sobre mis pasos a preguntar a
alguien.
Me encuentro un matrimonio
mayor. En un bable entendible me contestan indignados, que los caminos de
siempre están cortados, y todo ”para
hacer una carretera para los ricos, para que vayan al aeropuerto ese”.
Pensé: ¡Cómo son los aldeanos! ¡Siempre protestando!. Me señalan un camino
alternativo que me llevará, un poco más adelante a empalmar con la carretera
general. Sigo ese camino y ¿qué me es lo que encuentro?. Las obras de la
autopista. Cruzo las obras. Decido dar un rodeo y me encuentro el aeropuerto.
Salgo a la carretera que va al aeropuerto. Con sorpresa compruebo el escaso
tráfico que tiene. Quizás los aldeanos no estaban tan equivocados. “Carreteras
para ricos”.
Después de dos horas dando
vueltas como un tonto, me encuentro con la señal de desvío. ¡Estoy en el mismo
sitio! Reniego de mi destino y decido ir por la carretera. Coches,
camiones...sin arcén. Rendido paro a comer con contundencia en Muros de Nalón
(Fréjoles y callos caseros).
Repuesto del cansancio vuelvo a
andar. Las señales me guían hasta un camino impenetrable. Como no se me ocurrió
que hubiera que traer machete para abrir camino decido dar un rodeo campo a
través, saltando vallas y descendiendo laderas empinadas. Mis pies están a punto
de reventar. A la sombra del camino, me quito las zapatillas y me tiro en el
suelo a echar la siesta.
El descanso apacigua mi mal
ánimo y me permite ver las cosas más fríamente. Hasta me parece hermoso el
camino que transito. Como todo se acaba el camino vuelve a salir a la carretera
general. Salgo nuevamente y sigo los postes de señalización. Una fuerte subida
por delante. De repente un cruce triple. Ninguna señal. Estoy en medio de un
bosque, la intuición aquí no vale y no es cuestión de arriesgarme por un camino
equivocado. Indignado, me prometo a mi mismo dejar mañana este camino... “del
demonio”. Vuelo por enésima vez, hoy, sobre mis pasos. Cojo la carretera
general. Calculo lo que me queda y la hora que es y decido hacer los últimos 6
Km. por carretera. Menos mal que ésta es local y hay poco tránsito. Les ruego a
mis múltiples ampollas que aguanten este último tirón.
Arrastrando los pies llego a
Soto de Luíña. Son las 9:30. No he parado en todo el día más que para comer y
una pequeña siesta. Me he tirado más de 11 horas de andar efectivas, para hacer
36 Km. (A 3 Km., la hora) ¡Si eso es lo que avanzo normalmente cuando voy de
paseo con las manos atrás! Mis pies están desechos. Lo peor es que la etapa de
mañana es aún más larga. ¿A qué hora la voy a terminar? Calculo que todo lo más
que pueden aguantar mis pies son 15 Km.
¡No! Mañana abandono. Siempre
se puede venir otro año. Podría hacer una práctica habitual: se coge un
autobús, se avanzan unos kilómetros y sigues andando. Pero eso sería quitarle
pureza al camino.
El albergue son las antiguas escuelas. En el
libro de registro observo que el chileno de Oviedo pernoctó la noche anterior.
“Uno que cogió el autobús”-pienso. Ceno escuetamente. Examino con dolor, mis
pies. Hago alguna cura superficial y caigo en el saco agotado. Son más de las
12.
12 de junio de 2003
SOTO DE LUIÑA... - BURGOS
Me
levanto con sensación de derrota. Es la primera vez que tengo que abandonar el
camino. La paliza de ayer, las malas experiencias anteriores y las perspectivas
que se abren hoy, pesan mucho en la cabeza. Estas cosas ocurren a veces. Si
alguien me hubiera animado, quizás hubiera seguido. Pero voy sólo y solo tengo
que afrontar esta “derrota”. Ahora mientras vuelvo en autobús hasta Oviedo
reconozco los sitios por los que he pasado estos días, siento nostalgia.
Quizás me haya hecho las etapas más duras y
aburridas. Puede ser, pero no tengo vocación de mártir. Si empecé este camino
es para tener experiencias satisfactorias, algunas por lo menos. De esas que te
enganchan. Esto de estar todos los días al límite es una tortura.
Resulta sintomático que las ampollas que estos
días me han hecho sufrir de lo lindo, hoy parece que no las siento ¿Se estarán
riendo de mi?
Otro año tendré que volver.
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