Lo vi de reojo mientras regaba el jardín. Estaba acurrucado bajo las arizónicas, hecho una bola con su plumaje gris y relamido, como si hubiera salido del huevo hacía un minuto. Pero era muy grande. - Será un polluelo de pato -pensé-. Al menos tenía un pequeño pico en espátula; sin embargo parecía no guardar proporción con el gran pico de estos ánades. - Quizá sea una cría de cuervo. Hay muchos por estos tejados -concluí-.
Me acerqué un momento para que se acostumbrara a mi presencia, pero parecía tan aterrado que no era capaz de moverse. Sólo, cuando aproximaba la mano, hinchaba el pecho y erizaba levemente el plumón preparándose para retroceder: -No hay prisa, acabará acostumbrándose a mí al comprobar que no le hago daño... -pensé y respeté su temerosa soledad-. Él, desamparado, me miraba con ojos tristes desde su oscuro rincón.
Por la noche, al regar el jardín, lo vi de nuevo. Se había ocultado entre las leylandis y parecía esperar, muy quieto y encogido, la dudosa venida de su madre. Su imagen era la viva expresión de una tristeza infinita. Volví a repetir el ritual de aproximación. Pensé en El Principito y las reglas de amistad para con la desconfianza natural e su encuentro con el zorro: -Me va a llevar tiempo y no sé si sobrevirirá a la soledad, o al hambre (¿sabrá buscarse por su cuenta las lombrices del jardín?), o al gato depredador de caracoles que salta la valla muchas noches y se pasea confiado por nuestro patio... Quizá muera pronto, antes de iniciar las primaras lecciones de domesticación. Si es un cuervo sé que son sumamente inteligentes y pueden aceptar la compañía de los hombres...
Mientras pensaba en estas cosas aparté el chorro de la manguera para no mojarlo. Le dejé pasar la noche por su cuenta confiando en que su instinto le permitiría buscarse solo la vida en mi jardín mientras pensaba que hacer con él. Charo, mi mujer, ya me había advertido de que lo sacara de allí cuanto antes, que no lo quería en absoluto dentro de su espacio vital.
Hoy, al acercarme a regar el césped, lo he encontrado en el suelo tendido y estirado. De entre el plumón estropeado y cubierto de hormigas sobresalían estiradas, tiesas, sus patitas negras. Del repertorio de mis sentimientos emergió una pena incontenible: -Pobre patito abandonado -pensé-. Debí ayudarte cuando aún era tiempo.
He recogido su pequeño cadáver y lo he metido en una bolsita negra. Con este improvisado ataúd lo he enterrado en el contenedor de la basura. Cumplí con un minúsculo duelo mientras lo llevaba; había algo familiar en este patito solo, desvalido y feo.
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