miércoles, 23 de octubre de 2013

¡No callaré!



Algunos aseguran que el Reino de Chiton  se encuentra en China, más allá del desierto de Gobi, escondido tras las altas montañas del Everest. Por eso, porque es un país tan lejano, quizás es difícil de creer lo que voy a contaros. Reina en ese lugar un anciano rey que avanza renqueante apoyado en su regio bastón pues se cae continuamente. Se trata de un monarca  un poco mandón, que dirigiéndose en una ocasión a otro jefe en medio de una conferencia de jefes le riñó: - ¿Por qué no te callas?

En ese mismo país, en el día de "Nunca Pasó", un soldadito "de plomo"  se puso galones de mando y se dirigió valientemente junto a otros soldados amigos suyos a la Corte.  Al llegar comenzó a disparar mientras ordenaba: - ¡Silencio! ¡Quieto todo el mundo!.
En todas las casas de aquel reino se oía frecuentemente la orden cortante de las madres: ¡Prohibido rechistar! y en cada colegio había montones de carteles que rezaban: ¡Silencio!
Hace algunos años, en ese extraño lugar, se desató una incontenible epidemia de ladrones y, para mayor desgracia, una feroz alimaña llamada Deuda acabó devorando a muchos de sus habitantes. Fue una época que los historiadores del reino llamaron "Era de La Crisis". Entonces sus habitantes eligieron entre todos a uno de ellos para el cargo de Arreglador de Problemas. El señor que eligieron pensó en una estratagema: - Si me hago el mudo; cumpliré muy bien mi papel. Así que callaba y callaba cuando era preguntado por las dificultades del reino y, al no decir nada, daba la impresión de que dejaban de existir y así todo se arreglaba. Los cronistas del reino llamaron a aquellos tiempos "La era de la Transparencia". 
Cansado de enmudecer, harto de no poder nunca rechistar, un pequeño aprendiz de mago huyó sigilosamente de aquel territorio y, tras un largo y azaroso viaje, decidió contar a quien quisiera oír lo que había visto: explicaría a la gente las cosas que se callaban en el País de Chitón. 

Al principio lo tuvo difícil porque hablaba muy bajito y apenas se le escuchaba en las reuniones; por eso intervenía poco y pensaba mucho lo que iba a decir, para que su mensaje no aburriera ni cansara: - ¡Los magos deben impresionar: sus palabras han de ser como hechizos todo el tiempo! - pensaba.  La verdad es que se pasaba casi todo el rato escuchando: ¡Era tan difícil enterarse en medio del bullicio de la gente discutiendo todos a la vez y dando voces...! Aquel mago fugitivo ponía toda su atención, se esforzaba intensamente por oír hasta llegar al dolor de cabeza, pero no entendía nada entre el barullo de la multitud... Decidió esperar pacientemente a que le tocara hablar a él y se puso en la fila de los turnos de palabra, pero nadie lo respetó; siempre se colaba alguno y se saltaba su lugar. Nunca llegaba a los micrófonos. Empezaba a desesperarse porque nadie le escuchaba. 

Entonces decidió escribir las historias que había conocido. Escribiría sus propios cuentos. Los cuentos tenían que ser diferentes y en ellos se podría hablar de todo. Podría contar lo que antes se callaba. Escribiría preguntas y pensaría en las respuestas. Anotaría todo lo que se le ocurriera. Lo haría desde una mágica bola de cristal llamada ordenador. Tras su cristal, sobre una luz lechosa, formaría, letra a letra, un relato diferente.

Y así, desde hace mucho tiempo, nuestro pequeño narrador se sienta cada día tras su bola de cristal. Tiene algo que decir, tiene algo que contar. Y aunque sólo el propio mago de los días siguientes sea quien lo lea, aunque nadie recoja al vuelo el cabo suelto que deja flotando en el aire, pese a que  nadie se enganche al sedal de su aparejo de mago pescador... seguirá haciéndolo. Y se repite cada día al comenzar sus relatos: Tengo algo que contar; yo también cuento y ¡no callaré!.

2 comentarios:

  1. Espero que nuestro mago siga escribiendo y no se calle porque en aquel lejano reino, escondido entre las altas montañas, se encuentra un duendecillo al que le gusta leer esas historias y también le gusta pescar, aunque pesque muy pocas veces pero siempre va contento a su riachuelo preferido donde lanza su vieja y manoseada caña porque nunca se sabe si ese día algún pescadito picará el anzuelo. La esperanza es lo último que se pierde.

    ResponderEliminar
  2. Un día serán muchos los que clamen contra el país de Chiton. Entonces, una avalancha de protestas contenidas, una estampida de pensamientos refrenados, un alud de verdades resplandecientes; arrasará sus valles silenciosos. Tras el rugido furioso de las olas, por fin, se oirá el trino de los pájaros.

    ResponderEliminar