Él me enseñó cómo hacer un botellón con un bombón de licor, cómo seducir a una enfermera y pedirle un inocente destape, como reír con las chicas, como ser fiel al club de tu vida: El Real Madrid. Cada día me sorprendía con sus comentarios sobre la crisis, "la aburrida crisis"; con su conocimiento de los famosos del mundo, que le visitan y firma autógrafos a centenares. Me dejó KO escuchando su música, las cadencias explosivas del tecno y el bacalao que tanto le gustanban... (y me sorprendía con sus explicaciones sobre la causa de que no le gustaba la música clásica porque le pusieron mucha en la incubadora...). Me admiraba su fascinación por los deportes de pelota y de equipo... sin máquinas de por medio. Él, que conocía más gente que yo, y con más intimidad. Él, que bien podría trabajar de asesor televisivo, por las horas que pasa enganchado a la pantalla... Él con sus enormes ganas de hablar y ser escuchado, sus entusiasmo por participar, su deseo de saber... Y yo, inicialmente con miedo de no saber qué decir y sintiendo después que me lo ponía muy fácil, porque su escucha era sincera, esforzada; límpia su sonrisa, sin maña ninguan y espontánea su risa a carcajadas que se desbocada cuando yo fingía triste compasión por la mala marcha del Madrid.
Desde tu lecho, a contrapicado, me dices adios. Hemos recogido rápidamente el brazo articulado, el ordenador, la web cam, el pulsador... toda la parafernalia para conseguir que domines un poco tu rincón del mundo. Escucho tus indicaciones para reiniciar tu mp3 y programo tu regreso al bacalao. En Antena 3 reconecto los Simpson.
Y terminada la visita vuelves a quedar solo en esta pequeña habitación que es tu mundo. Miras por la ventana las fachadas de enfrente. Tras los árboles intentas divisar alguna silueta conocida. Quizás alguna joven con la que sueñas.
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