Quedan en mí aún recuerdos de aquellas evaluaciones de niño de cinco años: aquellos recitados del abecedario o aquellas salidas a la pizarra para escribir palabras; las de los años siguientes, cantando la tabla de multiplicar o las series en voz alta y contestando por orden, según tu lugar en la fila de pupitres; aquellas enumeraciones de los ríos de Asia ante el mapa mudo años más tarde; las declamaciones de un trocito de las "Catilinarias" en la clase de latín, ya casi en la adolescencia...
Vigente la ley de 1953, terminaba mi bachillerato elemental allá por el año 71, y realizaba la preceptiva reválida de 4º en el instituto de Arévalo. Dos años después la reválida de 6º en el instituto de bachillerato de Tuy. Así que pertenezco a aquella generación mítica examinada de "Cuarto y reválida" y "Sexto y reválida". Tengo pruebas (conservo los exámenes) de que aquellas pruebas eran realmente difíciles (dudo que hoy día los chicos de 16 años las aprobaran). Después tocaba cursar Preu, curso preuniversitario, previo al acceso a la universidad).
En 1979 se aprobó la Educación General Básica. El tramo siguiente a la famosa EGB era el BUP (bachillerato Unificado Polivalente) que sustituía al anterior Bachillerato superior. Yo, a caballo entre las dos leyes, hube de cursar el recién inaugurado COU (Curso de Orientación Universitario) que relevaba al anterior Preu y, como colofón, estrené la temida "Selectividad" que se había implantado un año antes. Completaba así, con un cromo más, mi colección de pruebas y reválidas externas.
Luego vinieron las oposiciones, los concursos de habilitaciones varias, los diversos exámenes de diplomaturas y licenciaturas... incluso el de algunos cursos de lengua de signos de pavoroso recuerdo; y un infinito número de pruebas, pruebecillas, exámenes, controles, test, diagnósticos, concursos, chequeos... una auscultación académica sin fin.
Como sujeto repetidamente examinado adquirí un bagaje considerable sobre cómo afrontar este tipo de situaciones. Domino, creo, un buen repertorio de reglas básicas para el caso: dormir bien la noche anterior, jamás repasar las horas antes de un examen, leer cuidadosamente las preguntas y priorizar lo que voy a responder antes, repasar siempre antes de entregarlo, no abandonar nunca una pregunta (se saca petróleo cuando uno se pone a pensar), estudiar cuidadosamente la estructura de la pregunta (a veces orienta directamente a la respuesta), desconfiar de las pruebas con opciones si los enunciados son enrevesados (mejor no responder si hay duda razonable), pensar en la psicología del profesor que nos corregirá o que diseñó el examen, aquilatar muy bien el tiempo, crear un pequeño esquema previo si es una pregunta de desarrollo... hay múltiples estrategias para enfrentarse a estos desafíos; me sirvieron muy bien, por ejemplo, para sacar un sobresaliente en el comentario de un libro que no había leído en mi vida: "La psicología de las masas" de Gustave Le Bon (eso sí, dejaban llevar el libro al examen).
A veces, nos realizan pruebas imprevistas, oportunas demostraciones para lograr el certificado de aptitud. Recuerdo que mi madre hizo leer a mi hermano Javi, a sus cinco años, un periódico al revés para convencer al director de un colegio de que lo admitiera cuando ya no quedaban plazas (cosa que consiguió, por cierto).
En fin. El común de los mortales somos evaluados, reevaluados, puestos en valor y aquilatados hasta la saciedad. ¿Crees que esto se acabará en la jubilación? Pues no será así: tendrás que demostrar que tus oídos no funcionan, que tu capacidad cognitiva disminuye, que las articulaciones no responden... si quieres optar a algunas pequeñas ayudas. Y, aún quedará el examen postrero: ¡El juicio final!. Dios mío: ¿Es que ni después de muerto va a acabar esto?
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