En la sección de regalos, las grandes naves estaban abarrotadas de lindos juguetes: sacos enormes de balones multicolores, miles de cajas de preciosas muñecas, montañas de suaves peluches, incontables estuches de lápices de colores... Ya nadie encargaba esos juguetes y el enorme stock producido durante alis había consumido todo el espacio de almacenaje. Ahora nadie trabajaba allí, no hacía falta. Los niños ya no pedían esos regalos. Todo el personal de logística había sido trasladado a las nuevas oficinas informatizadas. La plantilla de ángeles al completo habían se vio obligada a tomar cursos acelerados de programación y trabajaban ahora frente a las pantallas de sus ordenadores creando videojuegos.
Papá Noel había prescindido hace años de su equipo de gnomos y los viejos renos habían sido sacrificados y repartidos, por trocitos, en latas de carne. Ahora presidía el equipo de regalos virtuales. En su oficina trabajaba frente a una pantalla vestido con un cómodo suéter. De vez en cando tomaba un sorbo de refresco mientras repasaba los formularios excel enviados por millones de niños desde sus tablets y smartphones. Luego pulsaba en una larga lista sobre los videojuegos solicitados y estos eran enviados inmediatamente adjuntos a un correo electrónico. En cada entrega virtual incluía una postal animada de sí mismo, de hace muchos años, en la que surcaba el cielo en su viejo trineo arrastrado por unos renos un poco pixelados y arrojaba un paquete envuelto en grandes lazos por la chimenea. Cuando los niños pedían una consola o una nueva tablet o un más moderno teléfono inteligente, la sección de drones se encargaba de depositar el paquete en la misma puerta de su casa.
En el departamento de restauración se ofrecían, vía web, tentadores menús navideños: Big-Nochevieja, Doblepavo con queso, NaviPizza familiar, Pack de turrón con sabor a coca-cola... Ya nadie cocinaba, no merecía la pena. Hacía décadas que los niños rechazaban los menús clásicos que preparaban amorosamente las abuelas. Al final, las pobres, habían optado por gastarse los ahorros de su pensión en aquellos lotes de comida empaquetada en innumerables cajitas. Con nostalgia y pena miraban de reojo la delicada vajilla que aún guardaban en sus viejas alacenas.
Nadie recordaba cuando se había compuesto el último villancico. Ahora resultaba más fácil realizar versiones sintéticas de los clásicos que, pareciendo diferentes y novedosas, gustaban a todo el mundo porque la melodía les resultaba familiar. Así todo el mundo los reconocía al instante y entraba antes "en ambiente".
Desde su ventana celestial, en su nube capitana, el buen Dios miraba el desolado aspecto de su mundo. Las ciudades estaban llenas de luces estridentes, parpadeando frenéticas como presas de un ataque epiléptico. El firmamento oscurecido por el humo, apenas lograba ser traspasado con el pálido fulgor de una agotada estrella. El cambio climático había acabado con la nieve en muchos lugares y los pinares morían sin dejar descendencia en los pinos jóvenes, esos que antaño eran cortados y adornaban cada hogar sus ramas repeinadas; ahora ocupaban su puesto árboles artificiales de láminas metálicas y brazos de alambre vendado con plástico verde.
El buen Dios recogió sus escasas pertenencias y las metió en una caja. Después bajaría a despedirse de sus viejo amigo Claus, de los Tres Reyes Magos ahora reconvertidos en camelleros que paseaban turistas por desiertos de serrín, de sus fieles ángeles colaboradores... Aún no se explicaba cómo le había sorprendido esta crisis en la humanidad. Quizás no tuvo los necesarios reflejos cuando aquel agresivo yuppie, venido de nadie sabe donde, organizó el lanzamiento de una agresiva OPA hostil contra el troust celestial. Sin saber cómo la compañía "Navidades.com" se había quedado con todo... Mientras releía el acuerdo de cesión que había tenido que firmar se fijó en la rúbrica de aquel especulador ruin. Lo curioso, pensaba, es que su cara le sonaba, le parecía haberlo visto antes... Sí, aquel apuesto Reficul que había encandilado a todos, estaba seguro, había trabajado antes para él. En ese momento vio el nombre de aquel miserable reflejado en el marco plateado del portafotos que estaba sobre su mesa al lado del documento y entonces lo comprendió todo.
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