Cuando llegan a nuestro lado se ponen a charlar animadamente con nosotros. Gisela se muestra alegre y extrovertida (mi madre me dice luego, ante mi asombro, que normalmente habla muy poco con los vecinos). Recuerdo algunos contenidos de la conversación: su prevención ante el partido de Podemos si llegara al poder, la necesidad de educar con cierta firmeza a los niños (su hija, allí presente, asiente con la cabeza mostrando su absoluto acuerdo) llegando incluso a darles algún tortazo si llega el caso ("que a mí, -añade- mi madre me los dio y me vinieron muy bien"), la vida y salud de conocidas comunes, la crisis en Brasil y Venezuela... Pero lo que más me sorprendió fue la conversación que, de vez en cuando, mantenían madre e hija a propósito de los patos del río y su vida sentimental. Tenían identificados perfectamente cuáles de esas aves frecuentaban esa zona, incluso les habían puesto nombre. Les observaban permanentemente:
- Mira, la pobre patita está ahora sola, no ha venido su novio...
Luego exclamaban, alborozadas, cuando aparecía en vuelo rasante su pretendiente y se colocaba junto a ella:
- ¡Ya ha llegado! Mira como la corteja...
- ¿Ves lo que hace? La acaricia con el pico ¡Ella no quiere!
Y esperan expectantes que el esforzado cortejo del pato de resultado:
- ¡Se van, se van río arriba, los dos juntos! ¡Mira cómo se quieren!
Los patos nadan a contracorriente ascendiendo río arriba unas decenas de metros... Después el pato macho se aleja volando dejando sola a la pobre pata y la pequeña Ainoa, triste, vuelve la cabeza buscando otras parejas río abajo.
- Mira, llega otro pretendiente para la novia - le advierte su madre a la pequeña-. Un nuevo pato se ha posado junto a la pata solitaria que empieza a agitarse sobre el agua.
-¡Vuelve su compañero! - grita la niña mientras con un rápido batir de alas el macho celoso se coloca tras el nuevo pretendiente y lo acomete con furia...
- ¡El otro se ha ido! ¡Mira como se aleja! ¡Ha vuelto el novio...! -comentan alborozadas.
Yo, escucho fascinado, esta conversación asombrado de su afinado conocimiento de la vida sentimental de las especies (también hablaron de la nuestra: La madre se casó con su marido a los siete días de conocerse: ¿para qué esperar más? -explicaba- Ese era el momento del clímax del amor...
En cierto modo, siento envidia, de esa intensa percepción de los afectos. ¡Pero... si yo no sabía distinguir siquiera el sexo de los patos del río!
Creo que estos pequeños retratos son la sal de la literatura. Por eso me apliqué a poner sobre papel esta pequeña anécdota. La sorpresa surge en la vida en cualquier momento. Hay que estar atentos y "hacer un selfie" literario antes de que se olvide.
ResponderEliminar