jueves, 31 de marzo de 2016

Todos con el dedito


Escucho al teléfono a mi madre de 92 años enfadada, realmente enfadada: -No se puede contar ya nada nuevo -me dice- , todo lo sabéis. ¡Como estáis siempre "con el dedito"...!

Y, desde su perspectiva, tiene toda la razón. Los diez minutos diarios de charla con su hijo mayor, en la lejana Guadalajara, se vacían de contenido si no tiene algo que contarme, si no puede dar un parte de novedades con que llenar la conversación:
- ¿Sabes que tu hermano estuvo en el concierto de tu sobrina?
- Sí, mamá. La vi tocando con la orquesta en una foto que me enviaron. El director casi la tapaba. Menuda orquesta, lo menos de treinta músicos...
- Pero.. ¿Cómo te han enviado esa foto? Yo ni siquiera la he visto...
- Con el whatsapp mamá.
- ¡Vaya no puede decir uno nada, ya lo sabéis todo! ¡Y mejor que yo! ¡Ya no puede una ni hablar!

Su humor se agría un poco más si le cuento después que, además, la vi en un vídeo y que tocó de maravilla. Al final, acabo callándome muchas cosas por deferencia, pues podría hablarle de sus actividades del día a día que, mediante continuos mensajes, van publicando mis hermanos; o de las noticias de otros familiares y amigos que en los distintos grupos desgranan novedades y cotilleos.

Claro que, en contrapartida, es la que más conversa "en directo", poniéndose de mil demonios cuando está hablando y algún hijo o nieto se abandona un momento a "tocar con el dedito" la pantalla de su móvil dejándola con la palabra en la boca.

Ya el colmo le llegó cuando compraron un móvil a su consuegra. Esta no tardó en aprender los rudimentos del aparto y el manejo del conocido chat. Entonces llegó el acabose. Cuando se encontraban la buena señora echaba mano del aparatito y se aplicaba a enseñarle fotos de hijos y nietos y a leerle los mensajes. Mi madre, educada, no la despedía con cajas destempladas; pero no se privaba de comentarle amargamente lo que le parecían estas nuevas formas de comunicación.

Pero empezó a sentirse discriminada. El adaptarse a los nuevos tiempos le resulta muy difícil ("No pongas leyes nuevas en casas viejas", era uno de sus refranes favoritos). Ya le parecía lioso el manejo del teléfono fijo con sus teclas de volumen, de menú y rellamada y ponerse ahora a aprender los rudimentos de las nuevas tecnologías se le hacía impensable. Con todo, aprovechando una tablet que se nos había quedado obsoleta, estas vacaciones le abrí una cuenta en whatsapp para manejarla desde allí, vía internet. Teniendo un fijo, como es el caso, no presenta problema. Así podría al menos cacharrear un poco, al menos con nuestra ayuda mientras estamos con ella.

Para mi madre el mundo es un pañuelo y en las cuatro esquinas encuentra gente conocida. Le ocurre en su pueblo y pueblos de alrededor donde, cuando va, empieza a visitar y preguntar por gente de sus años mozos encontrado siempre algún amigo o familiar compartido. Le pasa también en el barrio, donde atando cabos, aparecen relaciones impensables para mí. ¡Le pasa incluso cuando va de vacaciones a lugares tan lejanos como las Islas Canarias o la costa levantina, donde acaba encontrando siempre algún conocido común, entre empleados o clientes de los apartamentos! Así que el día que instalamos el programa no tardó ni diez minutos en recibir una llamada telefónica (vía whatsapp) que nos sobresaltó a todos (la tableta no tenía tarjeta SIM así que nadie esperaba un tono de llamada apremiante. Rápidamente apretamos el botón de contestar y, de inmediato, sonó la voz de una tal "Margarita" que desde Galicia solicitaba hablar con mi madre. Nos quedamos de piedra. Mi madre tomó la tableta en las manos como si fuera una bandeja, sin saber muy bien cómo se  hablaba por aquel teléfono tan plano y delgado. Estuvieron charlando entrecortadamente un rato, pero las interrupciones se hacían continuas por la mala cobertura de la wifi, así que tomé el aparato y, muy despacio, le dije a su interlocutora que mejor llamara directamente al teléfono fijo. Así nos enteramos de que al abrir su whatsapp su libreta de direcciones le informó de que mi madre se había unido a la comunidad digital.

Sorprendidos por la rapidez con que relacionaba los contactos el programa cada uno de los presentes envió algún mensaje de bienvenida y yo me dispuse a explicarle muy despacito los rudimentos para que lo manejara poco a poco. Entonces la batería se nos agotó y el cargador, para más "inri" se nos había quedado en Guadalajara. Dejamos de nuevo a mi madre a dos velas. Seguiremos intentando el reto digital. Esperemos que no nos tiemble el dedo.

2 comentarios:

  1. Pufff.
    Lo del dedito me parece que ya pasa de castaño oscuro.
    Adaptarse a las nuevas tecnologías es necesario, pero estar todo el día conectado, tecleando, enviando mensajitos.... Quizás sea excesivo.
    Luego no tenemos un momento para dar los buenos días al vecino, al compañero de trabajo, o aquel amigo que se nos quedó olvidado en la lista de contactos.

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  2. Efectivamente, esta es ya la historia de "un hombre a un móvil pegado": Somos la especie del "Homo smartfono".
    Esta tecnología es fabulosa (para muchas cosas) pero mucha gente está cayendo en el aislamiento, la mala educación y la adicción.
    Un día compondré un soneto titulado:
    "Erase un hombre a un móvil pegado,
    erase un pulgar capacitivo, etc..."

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