Todo el mundo en su papel, se representa la función con los libretos habituales: yo (el manitas oficial) me pongo manos a la obra en el "complicado" proyecto de colgar un cuadro. Inmediatamente me surgen dos ayudantes que muestran su deseo de ayudar; uno de ello, ingeniero, participa con más intención que maña en la faena y el otro, se pone a mis órdenes sin reparo por aquello de la experiencia y la edad. En unos minutos termina la obra con la plena satisfacción de la concurrencia. En el salón circulan ya los botellines y la mesa muestra el habitual aspecto abarrotado de aperitivos, raciones delicatesen varios. La anfitriona, no acostumbrada a albergar en su mesa semejante abundancia y variedad, se dispone a sacar una foto... ¡a la mesa! (los comensales están ya muy vistos...). Había estado preparando desde horas antes la única comida que confiesa sabe cocinar: "espaguetis a la carbonara" y se afanaba entre la cocina y el salón con el propósito de dar la talla y quedar bien. Su compañero, discreto y tímido, se multiplicaba en ayudas y conversaciones para agradar y ser útil. Los más pequeños buscan el refugio de la tele tras la férrea disciplina de los besos. Los patriarcas de la familia ocupan pronto el lugar central en la mesa. La abuela, hoy con mal cuerpo, apenas probará bocado. Penará porque en realidad es golosa y le encantaría participar de la juerga, pero la cabeza ya no aguanta el barullo y el estómago la acidez. El abuelo buscará enseguida la silla y apremiará al resto a sentarse y empezar. En un rincón la novia del joven ingeniero observa discreta con miradas precisas y un tic levemente perceptible. Se adapta perfectamente al matriarcado dominante enlazando conversaciones al vuelo pero sabiendo callar oportunamente.
Comemos con los aperitivos. El vino de aguja, el más villano licor que aparece en la mesa, tiene un éxito inmerecido. Los espaguetis llegan con el estómago repleto asi que las raciones solicitadas son homenajes a la cocinera más que auxilio del hambre. Desde su posición estratégica los profesionales de las sobremesas despliegan con profusión argumentos y opiniones (más de lo último que de lo primero). Echo de menos un reloj de ajedrecista en estas tertulias. Hay una tendencia a monopolizar el tiempo de intervención, interrumpir a placer, robar el uso de la palabra de forma descarada y frívola. Algunas personas parecen no saberese sujetar ante el tentador placer de demostrarnos lo mucho que saben, lo mucho que hablan, lo enteradas que están... En el reloj del discurso reclaman su minuto de atención, y acaban acaparando la totalidad de la esfera. Yo, deheredados de la palabra, termino por emigrar al sofá (previamente soy invitado a echarme una siestecita en la convicción de que lo que realmente me pasa es que tengo sueño). Apenas un amago de intervención del callado escuchante había terminado arrollado por un impulsivo contar de su interlocutora. Y así, de algunas personas acabamos sabiendo muchísimo, aunque no necesariamente cosas importantes.
En un momento dado, la charla discurre por explicar la diferencia entre artritis y artrosis. Uno de los presentes afirma que los tendones están implicados en la artritis. Entonces empieza una curiosa discusión. La razón argumental de mayor peso, aplastante diría, corre a cargo de una doctora en medicina. Pienso, con lástima en la osadía que muestra el improvisado interlocutor, cargado con el pobre bagaje de sus lecturas en internet y alguna experiencia laboral hospitalaria. Se muestra contumaz, pero lleva las de perder. Una breve charla magistral, acompañada de una reconvención sobre la puesta en tela de jucio de su formación, hace que abandone la discusión no sin antes asegurar que ha leído algo a propósito de la relación entre la tendinitis y la artritis (por cierto, relación sí la hay, aunque quizás aturullado por la reacción de los participantes no la supo matizar o exponer). Yo reclamo, quizás por la deformación profesional que da el ser maestro, el derecho de todo el mundo a ser escuchado con atención y respetar su argumentación aunque sea errónea: si duele no tener razón cuando creemos tenerla no es preciso, además, ser humillando por defenderla.
En el otro extremo del salón, en los sofás frente al televisor donde se repiten hasta la saciedad jugadas y jugadas del partido estrella, la conversación discurre entre los lances futbolísticos. El Barca ha perdido y la hinchada (mayorítamente del Madrid entre los presentes) está de muy buen humor. Se repiten las bromas habituales. Se anuncian en alta voz los wasar recibidos de los amiguetes celebrando la gesta o ridiculizando al adversario. Por un momento, se inicia una nueva discusión a propósito de un posible penalti de Sergio Ramos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario