jueves, 7 de marzo de 2013

Oyen pero no escuchan


Me acerqué a la puerta de 4º B. Se supone que aparecía a su espalda, pero la mayoría de los alumnos con el tronco en torsión, estaban mirando a la puerta... expectantes:
- Hola, ¿Tenéis Educación Física con Luis?
Un montón de voces, en vez de responder, me preguntan a un tiempo: 
- ¿Nos vas a dar tú EF? 
- ¿Jugaremos al "pito"? 
- ¡Nos toca gimnasio! 
- !Lucas ha hablao¡ 
- ¡María me acaba de insultar!...
Rodeo las mesas para situarme junto al encerado, al frente de la clase: 
- Un momento, sentaros todos: ¡Atended...!  
Parece que predico en el desierto. Siguen hablando solos, por parejas, en pequeño grupo, de esquina a esquina...Levanto la voz. Empiezo a explicarles que su profe falta y ...  ¡Ni caso!. Cambio el gesto. Mando sentarse a Tomás que acosa a su compañera con empujones. Agradezco a la niña que anotaba en la pizarra los que hablaban su trabajo y la envío al sitio. Ordeno a varias alumnas que se sienten. Grito: 
-¡No vamos a hacer Educación Física! ¡No saldremos de la clase hasta que os calléis y me escuchéis! Parece que ha funcionado. Por un momento se sosiegan las voces... Debo aprovechar esos valiosos segundos para establecer unas mínimas pautas de comunicación: 
- Sí, soy el profe que va a sustituir a Marcos. Pero antes debéis escucharme. No podemos hablar todos a la vez. Hay que escuchar al que está hablando y ahora estoy hablando yo... (no sé si me dará tiempo a introducir alguna cuña educativa más...) Vamos a decidir qué hacemos. ¿Sabéis organizaros en juego libre? 
En vez de contestar, ya hay cuatro que han corrido hasta la puerta para ocupar el primer lugar en la fila de salida... La mayoría comienza a seguirlos... (sólo yo me quedo en mi puesto esperando la respuesta...) Levanto de nuevo la voz. Mando sentarse a todo el mundo. Esta vez estoy sumamente irritado: 
- ¿Quién os ha dicho que nos vamos ya? ¿Qué os he preguntado?... 
Relámpagos en mi mirada. Mohínes de disgusto en sus caras. Comentarios soto voce. Vuelvo con las cuñas educativas:
 - ¡No sabéis escuchar! ¡Eso es mucho más importante que la Educación Física! No sabéis lo que vamos a hacer, no lo habéis escuchado. Acabo de preguntar cómo hacéis el juego libre... ¿Sabéis organizarlo?  -(pregunta retórica, menos mal que no les dio por responder con su manera habitual)-. Os diré lo que vamos a hacer: saldremos al patio, con cuidado y sin correr, y os organizáis en 2 o 3 juegos, no más. Pero si llueve, tocaré este silbato (uno de tonos agudos de emergencia que llevo de llavero) y todos, ¡todos! os reunís conmigo bajo el porche porque pasaremos al gimnasio. ¿vale? Pues ¡a ver como vamos...!

Llegamos a la puerta del gimnasio ya dispersos con un grado de cumplimiento de la orden de un 15%. Sin permiso cuatro alumnos han entrado ya en la sala de material y rebuscan su juego favorito. Mando salir a todos. Hablamos (es un decir). Al final parece que suelen entrar bastante libremente a  por el material. Eso dicen (mienten como cosacos). Les dejo pasar en pequeños grupos con la  instrucción de que no desordenen nada. Van saliendo con un par de raquetas, unos calzos, un balón, varias pelotas... 
- Pero ¿No hemos quedado que sólo dos o tres deportes? ... 
Lo dejo pasar. No es momento de una nueva bronca. Ya varios alumnos están jugando al fútbol y el resto se ha desperdigado por el patio... Rezo a Dios para que no llueva (tal como están, puro nervio, no quiero ni pensar cómo se comportarían en el gimnasio). Recibo en ese momento una llamada. Es del educador de Servicios Sociales de uno de mis alumnos de asistencia domiciliaria. Y tiene el don de la inoportunidad, pues siempre me llama en el peor momento.  El niño tiene  problemas psiquiátricos... ¡y en ese momento me pregunta qué tal me va con él! 
Como el tema era importante le concedo cinco minutos, en medio de los gritos del patio y de las continuas interpelaciones de los alumnos (especialmente de las alumnas). Encima empieza a llover... 
- Mira, tengo que dejarte, llámame a partir de las 12... 
- No podré.
- Pues ahora no puedo... está empezando a llover y los niños van a coger un costipado. Les tengo que meter en el gimnasio...

Les digo que vamos a ir al gimnasio. Antes de acabar la frase ya lo han hecho tres o cuatro que corren hacia las colchonetas y empujan el balón gigante por todo el recinto...  El resto corre alocado o va directamente a estrellarse contra las colchonetas gigantes o a subirse por las espalderas. Una ha sido empujada y viene llorosa a contármelo. Otra se queja de que la insultan. Alguno se ha colado en el cuarto de los profes... Agarro del brazo a Tomás y lo mantengo a mi lado, lejos de la gigantesca pelota que aporrea a grito pelado (sólo atiende a la instigación física). Mando que la devuelvan al rincón y compruebo que todavía hay alguien que obedece; menos mal.  Con gestos y silbidos de mi llavero-pito, les convoco al centro y les hago señas de sentarse. Un poco más calmados les explico que es imposible hacer nada con ese jaleo, sin ningún orden ni regla... Incluso les pongo por ejemplo el Real Madrid y lo que pasaría si cada cual juega a su bola sin respetar las órdenes de Mouriño (Me arrepiento enseguida del ejemplo; pienso si no será así en realidad). Prosigo...
- ¡No sabéis escuchar! ¡Oís, pero no escucháis! Y así no vamos a ninguna parte... Estoy a punto de suspender la clase y dedicar este rato a que escuchéis con atención: ¡Es mucho más importante!...
Temor y resentimiento en sus caras. Me dan un  poco de pena porque en realidad parecen buenos chicos. En fin. Decido seguir, pero antes quiero que me expliquen el juego del "Pito" que me han propuesto. Le pido a una niña con cara de espabilada que me cuente cómo es. Naturalmente contestan cinco o seis. Resoplo con indignación. Y  me lanzo de nuevo a la carga: 
- ¡No sabéis escuchar! ¡Ni a mí, ni a vuestros compañeros, ni a vosotros mismos...!
La niña espabilada empieza a explicar el juego y, pronto, vuelven a aparecer espontáneos que "la ayudan". Realmente no me enteré de casi nada. Al acabar les pregunté si no tenían en Lengua una actividad de "cómo se explica un juego" (sé que era así, uso su mismo libro). Porque ni las reglas, ni el objetivo del juego quedaron definidos. Tan sólo unas vagas imágenes de colchonetas-cabañas, contar pito-30 veces, esconderse... En fin. Cedí a sus deseos, dejando la prenda que tenía preparada para jugar al pañuelo en el bolsillo. Y como parecían conocer perfectamente como se instalaba el material les dejé colocarlo (¡Error fatal!) Se abalanzaron sobre las colchonetas y con gran alboroto instalaron una especie de circuito circular (me recordaba vagamente a Stonehenge), dejando una colchoneta en el centro para el que "la liga". Yo preguntaba por cómo comenzaban y siempre encontraba  una respuesta multivoz que no entendía entre el barullo que reinaba en el recinto y mi hipoacusia. Decidí soltar el cabo de la dirección y dejarles jugar sin intervenir. Tan sólo me ocupé de ir nombrando al que la ligaba (puesto muy apetecible a lo que parecía, pues me llovían insistentes solicitudes). Con bastante desorden y jaleo logré aprender en tres o cuatro turnos la mecánica del juego. Con una mínimo orden podía resultar un juego muy divertido. Lo que desbarataba su encanto eran las dificultades disciplinarias: los remolones que se resistían a retirarse al ser pillados, los que no se sujetaban permanecer en el banco cuando eran eliminados, los que jugaban a deshacer los puestos de colchonetas (¡Cuanta tendencia destructiva late en esos tiernos corazones!)... El juego tenía como fin último pasar de puesto a puesto burlando la vigilancia del que la ligaba y completar ¡diez! vueltas al circuito (eso decían). La misión me parecía imposible. Ellos se limitaban a aprovechar la oportunidad para correr, tirarse en plancha por el suelo, empujarse jugando... Por un rato jugamos varias tandas con aceptable rendimiento.

Próximo a agotarse el tiempo les convoqué de nuevo  para organizarles un último turno. Recalqué el objetivo: lo reduje a dar dos vueltas al circuito, y limité el conteo a 10 (con las 30 anteriores, pasaban 25 segundos de cachondeo y provocación del que "la liga" que contaba en tendido prono con la cabeza entre los brazos contra la colchoneta). El juego resultó mucho más ágil así. Nadie completó siquiera una sola vuelta y, al cabo de tres minutos sólo quedaba un niño agazapado tras uno de los parapetos. Le tomé la mano y le proclamé campeón. Fue el único que permaneció inmóvil sin cambiar de puesto. (Ventajas de ser autista). 

Luego les pedí que recogieran el material. El oleaje infantil se dirigió entonces hacia el rincón de las colchonetas y en alegre turbamulta ocuparon el mullido rincón tratando de hacerse con los puestos más apetecibles para pelear con las colchonetas gigantes, izar los volúmenes mullidos y geométricos o esconderse entre las blanduras prismáticas. Intenté poner orden, ayudar, dirigir, coordinar... no era ya momento de nuevas charlas... Terminamos como pudimos de amontonar el material y les puse en fila (costosa actividad) para volver a clase... En los dos minutos del trayecto todavía ocurrieron una decena de incidentes: una furiosa lluvia en el tramos entre el gimnasio y su edificio, el abandono de su puesto de la portera que encargué para que sujetara la puerta (con gran peligro de que se diera de bruces un alumno que venía corriendo desde la lluvia), la imposibilidad de que cruzaran el pasillo y subieran la escalera sin levantar la voz o gritar, los dos que utilizaron las escaleras para jugar a arrojarse el jersey de arriba a abajo y viceversa, los que se iban al servicio sin permiso, el que botaba la pelotita de tenis por el pasillo... 

En clase todavía transcurrieron diez frenéticos minutos (para el profe): de nuevo acusaciones, quejas, peticiones improcedentes... Hoy llovía, por lo que el recreo se realizaba en la clase.  Organicé la salida al baño para que se asearan. Logré que se tomaran el bocadillo sentados.  Desalojé del pasillo a un grupo que jugaba con la pelotita. Gestioné los permisos oportunos para "llevar estos trabajos a la profe de música que está en 2º" , "Ir a la clase de 1º a por el bocadillo que lo tiene mi hermano", "Coger un juego" "Sentarme con...", "Ir al baño..."

Por fin, llegó la tutora con una alumna de prácticas. Me saludó y se dirigió algo abstraída a su mesa. Yo suspiré y corrí a refugiarme en la biblioteca entre los viejos libros que estaba catalogando. 

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